Alma. Irene Recio Honrado
se encogió de hombros mientras hacía la maleta.
—Uno divertido, sin duda.]
El recuerdo se difuminó en mi mente. Había sido la última conversación que tuve con él, después me fui a trabajar, cuando volví a casa había dejado una nota sobre mi mesita de noche.
Te quiero en casa de tía May en un mes, si no, volveré y te obligaré a dejar ese trabajo para llevarte conmigo a Alma, enana.
Te quiero: Thomas.
Desapareció a las tres semanas, y yo no había vuelto a Alma desde entonces. Durante meses esperé a que viniese a buscarme, pero nunca lo hizo.
JB se detuvo en el lago. Yo no lo había guiado en todo el camino, pero allí estábamos. El lago Spirit no había cambiado en tres años, rodeado de árboles por todas partes se extendía hacia el horizonte y el reflejo de la maleza en las quietas aguas le daba la apariencia de un gigantesco espejo.
—¿Te gusta este sitio, chico? —le pregunté al caballo mientras desmontaba. El día anterior, cuando me dirigía a casa de mi tía, también había frenado la marcha al llegar al lago.
Cogí las riendas desde el suelo y empezamos a caminar por la orilla. Sabía dónde me llevarían mis pasos pero no me resistí. Llegué a la caleta que solía frecuentar con mi hermano y até a JB a un árbol. Me cercioré de que no había nadie cerca y me quité la camiseta, las botas y el pantalón. Me zambullí de inmediato y agradecí el frescor del agua. Nadé cerca de la orilla, y aquello consiguió relajarme. Aquel día todavía no había llamado a mi madre, y tía May estaba algo dolida conmigo. Cuando llegase a casa me disculparía con ella y acto seguido llamaría a mamá.
Me sumergí de nuevo y dejé que mi cuerpo flotase lentamente hacia arriba mientras mantenía los ojos abiertos bajo el agua. Adoraba aquella sensación de ingravidez. Cuando asomé nuevamente la cabeza para coger aire, la brisa me acarició la frente enfriándola todavía más. A unos quince metros de la orilla se elevaba una roca desde las profundidades del agua, la había ignorado a mi llegada, porque desde allí aprendí a tirarme de cabeza con Tom. Y pensaba marcharme sin llegar a ella, pero algo dentro de mí me lo impedía. A regañadientes conmigo misma, nadé hacia ella. A medida que me acercaba parecía hacerse más grande, la verdad es que no recordaba que fuese tan agotador llegar hasta ella. Cuando por fin alcancé la dura roca me faltaba el aliento. Subí a la cima con cuidado y me senté allí, observando el paisaje mientras cogía fuerzas de nuevo.
Estuve ahí quieta mirando el reflejo del agua con la mente en blanco hasta que el sol me cegó. Protegí mis ojos con el brazo derecho, preguntándome qué hora sería para que estuviese tan bajo. ¡Dios mío! Había perdido la noción del tiempo, el sol estaba cayendo y yo estaba en mitad del lago. Como si supiera exactamente lo que estaba pensando JB relinchó desde la orilla. Me puse en pie ipso facto y me tiré de cabeza al agua, empecé a nadar con toda la fuerza y rapidez de la que era capaz hacia la orilla. Tía May me mataría si no llegaba antes del anochecer. Me faltaban apenas unos seis metros para llegar cuando sentí algo detrás de mí, giré de inmediato sobresaltada, pero allí no había nada. Miré inquieta el agua de mi alrededor. Tampoco. JB volvió a relinchar a mis espaldas y empezó a arañar la tierra con los cascos. Me tranquilicé lo justo para emprender de nuevo el nado hacia él. Llegué en poco tiempo, aunque a mí me pareció una eternidad. Salí corriendo del agua y me puse la ropa a toda prisa, sin dejar de mirar en todas las direcciones por si acaso. Desaté al caballo a la carrera y monté preparada para salir corriendo. No tuve que darle ninguna orden, JB sabía que era tarde y que el tiempo apremiaba. Salió a galope tendido atravesando el bosque conmigo encima como alma que huye del diablo. Esta vez no me asusté, ni pensé en que nos podía ocurrir algo si tropezaba. Temía más la reacción de mi tía si no llegaba a tiempo que un montón de huesos rotos por un accidente. Además, aquella sensación de que no estaba sola en el lago no me hacía ninguna gracia. Sentí que el único que podía salvarme de lo que fuese en aquel momento era mi caballo, así que me incliné sobre su cuello y le dejé hacer.
Salimos del bosque en pocos minutos, todavía había luz. Miré a mi espalda y vi el último resquicio de sol poniéndose en el horizonte. Delante nuestro estaba la casa de tía May, y en el camino de entrada se encontraba ella. Nos estaba esperando. Al verla JB apretó aún más su carrera, y llegamos en segundos. El animal frenó de golpe en cuanto atravesamos la entrada y casi salí disparada hacia delante. En cuanto recuperé el aliento de la frenética carrera, solté las riendas y me tumbé de espaldas sobre el lomo del caballo. Entonces empecé a reír. Pero a reír de verdad, como hacía años que no lo hacía.
Tía May se acercó a nosotros y acarició el morro de JB.
—Gracias —le dijo—, ha faltado poco.
Al escucharla giré la cabeza hacia ella.
—Lo siento de veras —me disculpé—. No ha sido adrede, fuimos al lago y perdí la noción del tiempo —me incorporé nuevamente y palmeé el cuello del caballo—, pero JB lo tenía presente y me ha traído de vuelta justo a tiempo.
Desmonté y cogí las riendas.
—Ha sido una carrera épica, chico —le dije llena de júbilo—. Vamos, te daré doble ración de alfalfa esta noche, te lo has ganado.
Como si me entendiese, asintió con su enorme cabeza. Me eché a reír de nuevo.
—Te esperaré en casa —dijo tía May—. No tardes, la cena está casi lista.
—Enseguida voy —respondí alejándome de allí con el caballo.
Duché a JB a conciencia, pues había sudado lo suyo. Le puse el pienso, la paja y la alfalfa prometida. Cerré la verja del cercado y lo dejé allí revolcándose en la hierba para quitarse el olor del jabón que con tanto mimo le había puesto. Lo observé durante un momento.
—Gracias —susurré—, ha sido como devolverme la vida durante unos instantes.
El caballo dejó de revolcarse y me miró durante un segundo, antes de levantarse y ponerse a comer como si no fuese con él. Sonreí.
Me reuní con tía May, estaba en el porche secándose las manos con un trapo de cocina.
—Me habéis asustado —dijo.
—Lo sé y lo siento tía May —me acerqué a ella y le quité el trapo para cogerle de las manos—. Te prometo que no volverá a pasar. Gracias por no ponerte histérica.
—¿Histérica? ¿Yo? ¿Por quién me tomas, por tu madre?
Aquello me hizo reír, hasta que recordé. Mi tía debió darse cuenta.
—Tranquila, la he llamado cuando estabas duchando a JB, dice que la llames por la mañana.
Uf, menos mal. Suspiré aliviada. Mi madre se podía poner como una moto si le daba la neurosis. Me senté en el sillón de mimbre.
—No, no, no —me reprendió mi tía —. Levántate y vete a duchar, apestas a sudor de caballo, y tenemos que cenar.
Me puse en pie con una mueca.
—Señor, sí, señor.
—No me hables así que no soy un sargento —dijo riendo, y sacudiéndome en el trasero con el trapo.
Tras mi ducha, la cual agradecí sobremanera, me reuní con tía May.
—Entonces —empezó mi tía en cuanto entré en la cocina —, ¿Has estado en Spirit toda la tarde?
—Sí, necesitaba relajarme —empecé a preparar la mesa para nosotras—. No es que quisiera ir, pero JB me llevó hasta allí. Supongo que Tom iría con él, y puso el automático por decirlo de alguna manera.
Mi tía puso una fuente de ensalada en el centro de la mesa.
—Sí, así es. Sé