Alma. Irene Recio Honrado

Alma - Irene Recio Honrado


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sin mirarme si quiera. Me volví para ver cómo se alejaba la Pick Up por el camino de entrada y atisbé al pequeño de los tres hermanos girarse sobre su asiento para mirarme con aquella expresión apenada otra vez. Maldecí para mis adentros.

      —Eso ha estado completamente fuera de lugar, jovencita —reprendió tía May.

      —”Eso” lo has provocado tú —me defendí—. Tengo que saber qué pasó con Tom.

      —¿Y crees que alguien querrá contarte algo con esos modales? Me extrañaría.

      Giré sobre mis talones para enfrentarme a ella. Estaba recogiendo los platos y vasos, poniéndolos en una bandeja para llevárselos a la cocina.

      —No me hubiese puesto así si me hubieses dejado escuchar lo que tenían que decir esos chicos.

      —Nada relevante, te lo aseguro.

      —Eso debería juzgarlo yo.

      —No estás preparada.

      —May —intervino Cyrus (me había olvidado de él completamente) —, tal vez deberías…

      —No —cortó mi tía—. Sé cómo tengo que hacer las cosas y esto es asunto mío, Cyrus, te lo agradezco de veras, pero es algo que debemos solucionar nosotras.

      —Lo sé, lo sé —el hombre se frotó las manos y asintió para sí pensativo—. Será mejor que me marche, nos vemos mañana. La comida estaba deliciosa, como siempre May.

      Mi tía le sonrió cansada y se despidió de él. Ayudé a recoger la mesa en silencio. Estaba molesta con ella. Y ella lo estaba con mi actitud. Pues esto es lo que hay, pensaba yo en mi fuero interno. En tan solo un día me había enterado de que Cyrus y Tom se conocían y de que mi hermano había hecho amigos nuevos, de los que en tres años no había tenido constancia alguna. ¿Qué recuerdos atesorarían? ¿Qué habían hecho juntos? Historias de Tom de las que yo no había sido partícipe y desconocía.

      —Lor —llamó tía May a mis espaldas.

      —¿Qué? —contesté aún furiosa.

      Me tomó de la mano para que dejase los cubiertos. La miré a los ojos. De repente la vi menuda y con más arrugas que el día anterior.

      —Háblame, dime lo que piensas, niña —pidió dulcemente.

      —He venido a encontrar a mi hermano —solté.

      Ya lo había dicho. A eso había venido. No para encontrar una pista, no para hacerme a la idea de que lo había perdido, no para creer que estaba muerto y no para pasar página. Lo supe en cuanto lo dije.

      Tía May asintió, y una levísima sonrisa se dibujó en su rostro. Se sentó en la silla de mimbre y me hizo un gesto para que la acompañase. Me senté a su lado esperando su discurso disuasorio.

      —¿Qué crees que ocurrió?—preguntó sin embargo.

      La pregunta me pilló desprevenida.

      —No lo sé, por eso estoy aquí.

      —En tres años ¿no has pensado en qué pudo ocurrir?

      La verdad era que sí. Cientos de veces había tratado de imaginar qué pudo hacer que Tom rompiese la norma. Nos habíamos criado con aquella regla grabada a fuego en nuestras mentes: ESTABA TERMINANTEMENTE PROHIBIDO SALIR DE LA FINCA UNA VEZ SE HABÍA PUESTO EL SOL. El bosque no era seguro. De niños nos habían contado leyendas de fantasmas y cuentos de terror para que no insistiéramos en salir de casa de tía May. Con el paso de los años, dejamos de preguntar al respecto porque asumimos que tanto a nuestra tía, como a nuestra madre les aterraba la idea de que algún animal salvaje nos atacase, aunque siempre tuvimos la sensación de que nos ocultaban algo. De todas formas, en el pueblo no había nada de nuestro interés, por lo tanto no nos era difícil el hecho de acatar la norma.

      —Creo que encontró algo—dije por fin.

      Mi tía asintió.

      —Yo también pensé eso, pero ¿Qué?

      —Tuvo que ser algo de vital importancia para Tom. Pero no sé qué pudo ser. Él era feliz, no necesitaba nada.

      Mi tía negó con la cabeza y cruzó los brazos sobre el pecho.

      —¿No te contó nada?

      —No había nada que contar —suspiré—. O eso creía yo. Está claro que hay algo que se me escapa. Pero desde luego, no ayuda nada el hecho que no me quieras contar qué pasó durante los últimos días de Tom. Desde luego, prohibirles a los demás hacerlo, me parece atroz.

      —No les he prohibido nada, solo lo he prorrogado. Creí que había quedado claro ayer —me miró seriamente—. Crees que estoy equivocada ¿pero acaso piensas que tu reacción ha sido normal? Estás de los nervios, Lor.

      —Me has enviado a darle agua a JB, eso es lo que más me ha enfurecido.

      —No, lo que te ha enfadado ha sido el no saber por qué para Ethan Tyler se ha convertido en una cuestión de honor.

      Subí las piernas al sillón y las abracé con fuerza, intentando reconfortarme a mí misma.

      —Sé lo que intentas hacer tía May —dije escogiendo cuidadosamente mis palabras—, pero tal vez no lo consigas. Estoy rota por dentro. Me siento como una cáscara vacía. Crees que recuperaré la alegría de vivir, y con ella la perspectiva, pero yo creo que no. Soy incapaz de estar aquí sin buscar a Tom en cada rincón.

      Mi tía guardó silencio unos instantes. Después se puso en pie y se apoyó en la barandilla mirando hacia el vacío.

      —Está bien —dijo—. Concédeme una semana para contarte qué ocurrió. Si no has progresado para entonces, no te preocupes. Te lo contaré de todas formas.

      Cogí aire. Por fin las cosas tomaban rumbo. Me acerqué a mi tía para otear el horizonte con ella.

      —Lo encontraré —dije.

      Tía May me miró pero no dijo nada, se volvió, se metió dentro de casa y me quedé sola con mis pensamientos. No sé cuánto rato transcurrió hasta que decidí moverme, Tom no iba a aparecer de la nada para proponerme un plan genial y pasar la tarde, así que tendría que empezar a organizarme por mí misma. Fui a buscar a JB dispuesta a dar una vuelta.

      —Espero que te comportes —le dije, recordando el día anterior.

      El animal me ignoró completamente. Subí a su lomo y me dispuse a salir. Mi tía se había mantenido en el interior de la casa todo el rato y tampoco salió a despedirme cuando pasé cerca del muro.

      Me adentré en el bosque al paso con JB, sentí la cálida brisa del verano acariciándome la piel con suavidad. Allí podía encontrar la paz. Estuve dándole vueltas a las conversaciones que tuve con Tom cuando aún estábamos en Rhode Island.

       [—No entiendo por qué tienes que quedarte todo un mes en la cafetería, Lor, tu contrato terminó hace dos semanas—. Se quejaba mi h ermano.

       —Su camarera habitual ha tenido un accidente. Es normal que me pidan que me quede un mes mientras ella se recupera. Tengo que aceptar porque si me niego puede que no me den trabajo el próximo in vierno.

       —¿Y qué? No necesitas trabajar, mamá cubre nuestros gastos. Tu deber es estudiar y dive rtirte.

       —Sabes que no soporto pedirle dinero a mamá, me gusta ser autosuficiente. Además, a ti te pasa lo mismo —argu menté.]

      Era cierto. Mamá nunca nos pidió que trabajásemos para que no le pidiésemos dinero para nuestras cosas. Pero tampoco nos negó hacerlo, de hecho estaba orgullosa de nosotros por ser autosuficientes. Decía que así valorábamos más las cosas, y era cierto.

      


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