Alma. Irene Recio Honrado

Alma - Irene Recio Honrado


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giré de golpe y allí estaba Wis, observándome a través de la valla.

      —Hola —dije cerrando la lleve de paso, y sacudiendo la manguera antes de volver a colocarla en su sitio.

      Se quedó allí de pie, esperando a que abandonase el cercado. Y así lo hice.

      —Un poco temperamental, ¿no? —dijo refiriéndose al caballo.

      Miré a JB que seguía coceando el aire en la otra punta de la pista, y negué con la cabeza.

      —No sabes cuánto —admití con un suspiro—. ¿Cómo vais con el cobertizo?— pregunté tratando de parecer indiferente ante su presencia.

      —Sin problemas, mañana estará terminado —respondió haciendo relucir aquellos dientes blancos y perfectos— y digo mañana, porque hoy no podemos quedarnos más rato. El señor Cyrus ha de volver al pueblo e insiste en llevarnos a casa. Le hemos dicho que volveríamos a pie al anochecer, pero se ha negado por no sé qué ley de la montaña.

      Suspiré. Ya estábamos otra vez.

      —¿Sabes por qué?— preguntó.

      —Ojalá, pero no. Todo el mundo parece seguir esa norma por aquí —negué con un movimiento de cabeza, mientras me ponía en marcha hacia el pequeño almacén donde guardábamos el pienso.

      Escuché sus pasos detrás de mí. Lo miré por el rabillo del ojo, ocultándome a medias por los mechones de pelo que se habían soltado de mi coleta. Llegué al almacén, abrí la puerta, que chirrió pidiendo a gritos que la engrasara, y entré a por la carretilla. Empecé a llenarla con pienso para JB. Sin dejar de sentir la mirada de Wis en la nuca, quemándome...

      —Si mañana terminamos pronto —empezó, acercándose a mí por la espalda—, podríamos ir a dar una vuelta.

      Sentí que su mano se posaba suavemente en mi cintura, instándome a detener mi labor. Desde luego lo consiguió. Paré en seco ante aquel contacto, sintiendo que me faltaba el aire. Contrólate Lor contrólate. Tragué saliva e intenté conferirle a mi rostro un aspecto indiferente mientras me volvía hacia él.

      —Puedo deshacerme de Alex —añadió guiñándome un ojo cuando nuestras miradas se encontraron— sé que puede ser un poco molesto a veces.

      Alcé las cejas.

      —Vale —admitió—, casi todo el tiempo, pero vive conmigo y lo tengo que soportar.

      Curiosa manera de hablar de un amigo, pensé.

      —No importa —respondí—. De todas formas no puedo, tengo cosas que hacer.

      Frunció el ceño, seguramente alguien como él no estaba acostumbrado a que las chicas se le resistiesen y no era que no me apeteciese salir con él a tomar algo, en cualquier otro momento no me habria importado, es más, me hubiese encantado, pero me había prometido a mí misma centrarme y no permitir que cosas como los chicos, u otras distracciones me apartasen de mi verdadera meta. Saber qué había ocurrido con Tom. De todas formas, yo no podía gustarle, era demasiado alto, fuerte, guapo…demasiado todo.

      —¿Qué puede ser más importante que divertirte un poco? —dijo bajando la voz hasta convertirla en un susurro, se acercó un poco más, tanto que casi no quedaba espacio entre nosotros. Alzó la mano hacia mi rostro mientras hablaba y me acarició la mejilla con el pulgar, como lo había hecho en el lago, haciéndolo descender lentamente hacia mis labios —vamos princesa, me lo debes. Esta mañana casi me matas al caerte encima.

      Me aparté bruscamente de él dando un paso atrás, el corazón me latía desbocado. Me gustaba, pero se estaba pasando de la raya. ¿Quién demonios se creía que era? ¿Tan seguro de sí mismo estaba que se permitía tomarse esas libertades? Sentía que la mejilla me ardí allí donde él la había tocado. Negué con la cabeza casi imperceptiblemente, mientras apretaba la mandíbula. Mi reacción le pilló por sorpresa. Ya no había duda alguna, nunca había recibido una negativa.

      —Está bien —concedió calmado, como quien habla del tiempo—, no quería asustarte. Si no quieres venir a dar una vuelta conmigo mañana, no pasa nada.

      —¿Por qué tanto interés? —pregunté cuando me recompuse— apenas me conoces.

      Apareció aquella sonrisa de medio lado dibujada en su rostro. Parecía que mi comentario le había resultado gracioso. Como si hubiese algo obvio de lo que yo no era consciente.

      —No todos los días le cae del cielo a uno una chica bonita —dijo al fin—, pero tranquila. Si lo prefieres, te cortejaré como es debido y al final accederás a una cita conmigo.

      —Tal vez yo no quiera eso —dije seriamente.

      ¿Por qué se le había metido eso en la cabeza? Ya me costaba concentrarme con su presencia sin necesidad de que hiciese nada excepcional por mí. Si encima ahora se lo proponía no sabía si sería capaz de resistirme.

      —Ya, pero no lo puedes evitar, solo yo controlo mis acciones— se volvió hacia la puerta del almacén para marcharse, pero antes de salir se giró un momento y me clavó sus dorados ojos—. Me gustas, Lor, y yo me quedo siempre con lo que me gusta.

      Se fue, y me quede allí de pie con la boca abierta como una idiota. No fui capaz de salir del almacén hasta que no escuché arrancar la camioneta de Cyrus y oí como se alejaba de la casa.

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