Alma. Irene Recio Honrado

Alma - Irene Recio Honrado


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estábamos despidiendo.

      Sonreí. No quería herir su orgullo, pero pensaba que un cobertizo no debería suponer problema alguno para alguien que supiese un mínimo de la materia. Alguien que no fuese yo, por supuesto.

      Los chicos no permitieron que los llevase a casa alegando que querían estirar las piernas de camino y de esa forma mentalizarse para la bronca que les tendría preparadas su padre. Antes de irse prometieron que si no podían venir aquella tarde, lo harían sin falta al día siguiente. Les dije adiós y me metí en mi camioneta.

      Conduje de vuelta a casa aun pensando en las letras de la dichosa mesita. No les había dado mucha importancia porque las había olvidado totalmente con la caída y la cara de Wis. Mentira. Las has olvidado SÓLO por la cara de Wis, tonta, me dije a mí misma. No podía permitirme distracciones, estaba allí para averiguar dónde estaba mi hermano, no para flirtear con chicos. Me mentalicé en aquel instante, debía mantener una distancia razonable con aquellos dos si no quería hacer el ridículo. No debía dejar que Alex me sacase de mis casillas y muchísimo menos debía ruborizarme cuando Wis me dijese cualquier cosa. Estaba claro que estaba en su naturaleza ser un playboy y no pensaba dejarme embaucar, por muy guapo que fuese, debía mantener los pies en la tierra. Además, estaba segura que les hablaba así a todas las chicas simplemente por el placer de gustarles. No me consideraba nada especial, tal vez sólo un deporte.

      Cuando por fin llegué a casa, me encontré con más maderas apuntaladas en el cobertizo de las que puso Ethan el día anterior. Sin lugar a dudas tía May estaría complacida. Alex se encontraba martilleando unos clavos en un lateral. Tenía la camiseta empapada y pegada al cuerpo, el pelo alborotado y dos clavos en la boca, preparados para clavarlos en la madera. Bonita vista, si no fueses un borde. Pasé de largo para aparcar al lado del porche, buscando a Wis con la mirada. Estaba al lado del pozo, inclinado hacia delante para tirarse un cubo de agua por la cabeza. Una visión difícil de describir. Tomé aire, me recompuse y bajé de la furgoneta.

      Tía May estaba poniendo la mesa con la ayuda de Cyrus.

      —¿Y bien? —preguntó al verme—, ¿sabes ya qué diantres han hecho esos chicos? ¿Vendrán a comer?

      Negué con la cabeza.

      —No lo creo. El sheriff los ha soltado, pero Bill Tyler no estaba muy contento, por lo que sé.

      —No me extraña —respondió.

      —No es justo, tía May, si yo hubiese estado en su lugar habría actuado del mismo modo. ¿Sabes por qué estaban presos? Por evitar que el alcalde matase a su hijo de una paliza. El muy canalla los acusó de allanamiento de morada, por entrar en su jardín para obligarlo a terminar con aquella tunda.

      Mi tía dejó su labor tras escucharme y miró a Cyrus, que asentía levemente con la cabeza.

      —Entonces es cierto —dijo el cowboy—. No quería creer los rumores, aunque confiaba en que los chicos Tyler no habían hecho nada malo.

      —El alcalde siempre ha sido un padre ejemplar —dijo tía May—, no entiendo qué puede haber sucedido como para que pierda los papeles de esa manera.

      —Lo que yo no entiendo es que el sheriff Hood no lo haya encerrado a él —maldije sentándome en una silla.

      —Bueno —me consoló mi tía—, el caso es que los han soltado, y seguramente mañana ya estén por aquí. Ahora comamos, ve y avisa a Wis y Alex.

      Abrí la boca para negarme. Pero me callé y asentí con un movimiento de cabeza. Si le decía a mi tía que no, empezaría a hacer preguntas. ¿Y qué se suponía que iba a decirle? ¿Que me ponía nerviosa con aquellos chicos? Sería mucho mejor actuar con normalidad e intentar evitarlos lo máximo posible. Salí del porche y fui hacia el cobertizo nuevo. Wis había vuelto a desaparecer de la vista, miré hacia el pozo pero tampoco estaba allí. Me paré cuando me faltaban tres metros para llegar a Alex, que seguía clavando clavos concentrado. Podía ver los músculos de su espalda moverse bajo su camiseta con cada gesto que hacía. Céntrate, Lor, está bueno pero no deja de ser un estúpido.

      Carraspeé para llamar su atención, funcionó de inmediato. Se volvió y al verme frunció el ceño.

      —Ah, eres tú —dijo contrariado—. Te he visto llegar. ¿No has atropellado a nadie por el camino?

      —Señor, dame paciencia —murmuré rechinando los dientes.

      —¿Qué dices?

      —La comida está lista—dije sin hacer caso a su pulla—. Podéis venir cuando queráis.

      Tiró el martillo a la caja de herramientas que descansaba cerca de sus pies, se limpió las manos con un trapo que le colgaba del lateral de los vaqueros y se echó el flequillo hacia atrás.

      Me volví para regresar a la casa y casi choqué con Wis.

      —Princesa —dijo sonriente—. Hola, empezaba a aburrirme sin ti.

      Parpadeé un momento para recobrar la compostura y recuperar el aliento.

      —Hola —conseguí decir.

      —Vamos a comer, Wis —espetó Alex que al pasar a nuestro lado, agarró a su amigo de un brazo y tiró de él hacia atrás—. Ya jugarás con ella después, tengo hambre.

      Wis no dejó de sonreírme mientras su compañero lo arrastraba hacia la casa. Los seguí, intentando no sentirme una idiota, y agradeciendo que mi tía y Cyrus estuviesen presentes en la comida. Con su sola presencia, frenarían la lengua del insoportable Alex y los flirteos de Wis.

      La comida transcurrió apaciblemente, cosa que agradecí. Aunque me gustase Wis, y que Alex me sorprendiera con unos exquisitos modales en la mesa, no hubo ni por asomo, la armonía y las risas que solíamos tener cuando estaban los Tyler. Echaba de menos a mis nuevos amigos. Me obligué a recordar que estarían allí al día siguiente y me alegré. La comida terminó y en esta ocasión, no tuvimos una charla desenfadada de sobremesa como era habitual con Ethan, Jack y Sam. Los recién contratados no tenían tanta confianza como los Tyler. Cuando terminaron, pidieron permiso para volver a sus tareas y sin que lo percibieran Cyrus y mi tía, Wis me guiñó un ojo al marcharse.

      Recogí el porche con tía May mientras Cyrus se sentaba en un rincón con una tacita de café en una mano para no estorbarnos. Cuando hubimos terminado, mi tía se sentó junto a él para charlar de sus cosas. Yo me fui a ver cómo estaba JB, desde qué se escapó por la mañana no había ido a verlo.

      El caballo se encontraba mordisqueando la hierba del suelo cuando crucé la valla y me aproximé.

      —Estás más tranquilo ya, ¿no? —dije situándome a su lado—. Menuda manera de dejarme tirada, mejoramos nuestra relación por momentos —suspiré.

      Ni se inmutó. Fui al bebedero para llenárselo de agua. Giré la llave de paso y el líquido empezó a salir a borbotones. Me quedé allí quieta, observando el agua correr, absorta en mis pensamientos. Si las letras que había encontrado grabadas en la mesa de la casita no las había tallado ni los Tyler ni Tom, sin duda debían pertenecer al antiguo dueño. Por lo tanto, no era ninguna pista de valor. Pero mi cabeza era incapaz de dejar de darle vueltas. En mi fuero interno sentía que había algo más. ¿Pero qué? Probablemente mi subconsciente tratase de agarrarse a un clavo ardiendo, lo sabía. No obstante, aun siendo consciente de ello, la sensación de que algo no encajaba seguía allí.

      JB empezó a escarbar en la tierra justo detrás de mí, llamando mi atención. Me volví y relinchó.

      —¿Qué pasa ahora?— increpé molesta—. Se está llenando, no puedo ir más deprisa— expliqué señalando al agua.

      Continuó relinchando y escarbando cada vez más fuerte en la arena.

      —Se te saltarán las herraduras, para— exigí.

      No me hizo ni caso

      —¡Que pares!— grité.


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