Alma. Irene Recio Honrado

Alma - Irene Recio Honrado


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de aire no había sido normal. Cada vez me sentía más intranquila pero me negué a volver a la finca asustada y corriendo como la última vez. No, eres una Blake, compórtate como tal.

      Tras reprenderme a mí misma, todo volvió a la normalidad. Seguía sintiéndome observada, pero el pánico había remitido. Si realmente algo o alguien me estaba vigilando, contaba con las veloces patas de JB para darme a la fuga, y con eso debía sobrarme. Mientras trazaba planes de huida como si mi vida fuese una película de acción, llegamos al claro donde habíamos aparcado la Pick-Up con los chicos el día anterior. Estupendo, ya estamos cerca. Recorrimos los últimos metros a trote y me detuve para mirar arriba. Allí estaba, flotando en el aire con la ayuda de las ramas del árbol. Parecía incluso que estaba más alta que un día antes.

      —Está bien —le dije al caballo sin apartar la vista de la casita—. Voy a subir, tendrás que esperarme aquí.

      JB relinchó a modo de protesta. No obstante, antes de bajarme volví a mirar en todas direcciones para asegurarme. El resultado fue el mismo. Así que bajé de un salto y até a JB a un árbol cercano al de la casa.

      —Así podré vigilarte desde arriba —le dije acariciándole el hocico—. No tardaré mucho, no te preocupes.

      Di la vuelta y fui hacia el árbol de la casa, agarré el primer tablón y empecé a subir. Enseguida sentí el cansancio en las piernas, la casa era maravillosa, eso estaba claro. Pero seguía sin entender por qué diantres alguien construye una casita del árbol tan alto. Se supone que son construcciones para niños, que debían ser seguras. Y desde luego aquella altura no era segura para un adulto, mucho menos para un crio. Poco a poco, peldaño a peldaño, llegué arriba y entré por la pequeña trampilla. Me senté allí un momento para recuperar el aliento antes de ponerme en pie.

      Cuando mis pulmones volvieron a respirar con normalidad, me levanté con una mueca. Tenía agujetas del día anterior, y la subida de hoy me pasaría factura mañana. Lo sabía. Lo que no esperaba, a esas alturas, era que el sentimiento de angustia que había sentido un día antes volviese hoy pero con más virulencia. Casi no podía respirar mientras agarraba temblando el pomo de la puerta. ¿Qué me estaba pasando? Recordé que había sentido lo mismo la primera vez que había subido a la casa. Solo se había esfumado cuando los Tyler se unieron a mí allí arriba. ¿Por qué?

      Me empujé a mí misma a girar el pomo y entrar. La estancia se encontraba exactamente igual. Inhalé despacio para calmarme y volví a recorrer toda la circunferencia. Fui hacia la pequeña mesita redonda del centro y acaricié la superficie para reconfortarme con el tacto de la madera. Entonces fue cuando lo noté. Bajo las yemas de mis dedos, en el borde de la mesa. Bajé la vista hacia mi mano y la aparté. Tres muescas en el tablón, no era un desperfecto. Estaban talladas, echas a propósito. Recorrí con la vista toda la superficie de la tabla en busca de algo más. Pero estaba completamente lisa, aparte de aquellas tres marcas, nada más. Tuve una corazonada, por llamarlo de alguna forma, sentí el mismo tirón que me embargaba cada vez que pasaba por delante del estudio de pintura de tía May. Me puse de rodillas y busqué en la parte inferior de la tabla, ayudándome también con las manos. Enseguida encontré algo, agarré el pie de la mesa y le di la vuelta, de modo que el tablón tocase el suelo para poder examinar con más detenimiento la parte inferior de la misma. Tres letras estaban grabadas en la tabla. L—A—R. Estaban inscritas verticalmente. Intenté buscarles algún significado, pero no me decían nada. Habría esperado una T de Tom o incluso unas E, J, S, de los Tyler. ¿Pero L—A—R? tal vez no fuesen iniciales.

      Pensando en el sentido de aquellas letras, no me había dado cuenta de que estaba forzando la vista hasta que tuve que frotarme los ojos para ver con claridad. Alcé el rostro al ser consciente de que estaba algo oscuro. ¿Cómo podía ser? apenas debían ser las diez de la mañana. Escuché el relincho inquieto de JB desde abajo y corrí afuera. Cuando salí miré hacia el cielo en busca de la posición del sol. Enseguida se despejaron mis dudas al ver al gran astro siendo invadido por la luna. Hoy era el día que había mencionado el viejo Johnson en su bar. El día del eclipse. JB volvió a llamar mi atención y me asomé a la barandilla. El animal se estaba poniendo verdaderamente nervioso, y empezaba a tirar de las riendas hacia atrás para soltarse.

      —¡Ya bajo! —grité— ¡No te preocupes chico, es solo un eclipse!

      Como vi que mi voz no conseguía calmarlo, cerré la puerta de la casita y me deslicé lo más rápido que pude por la trampilla. Empecé a bajar con la mayor celeridad posible, echando de vez en cuando un vistazo a JB para cerciorarme de que seguía allí. El muy bestia casi había conseguido deshacer el nudo y seguía tirando frenético.

      —¡Cálmate, JB! —supliqué a voz en grito.

      Intenté imprimir más velocidad a mis piernas y seguí bajando. Los bufidos y relinchos del caballo me estaban poniendo cada vez más nerviosa, temía incluso que se hiciese daño con aquellos tirones, Maldita sea, seguía descendiendo y entonces oí un chasquido abajo. Volví el rostro hacia el animal. Finalmente se había liberado, no había desecho el nudo pero había partido la cuerda. Tras la vacilación de la sorpresa que él mismo sentía, vi la resolución en su porte y salió de allí disparado a galope tendido.

      —¡Nooooo! —aullé.

      Y perdí pie.

      JB se esfumó de mi mente mientras caía, sentí el estómago en la boca y supe que el golpe sería tremendo. Cerré los ojos con fuerza para absorber el impacto contra las raíces del árbol. Y caí contra algo duro, pero sin lugar a dudas, no tanto como el suelo.

      Estaba tumbada boca arriba, con los ojos fuertemente cerrados, evaluando el daño que me había hecho. Me dolía la espalda y el cuello, pero no sentía que fuese algo de importancia. Tal vez me había muerto, y esto era lo que se sentía. Si era así no quería averiguarlo muy rápido. Mantuve los ojos cerrados por si acaso y palpé por debajo de mí. Sabía que había caído sobre algo, pero no sobre qué. Toqué lentamente y sentí el suave tacto de la tela sobre músculos endurecidos. ¡Había caído sobre un ser humano! Abrí los ojos de golpe y volví el rostro para ver si lo había matado.

      Unos inquisitivos ojos marrones, bañados por un cálido color miel me devolvían la mirada a escasos centímetros de los míos. Inconscientemente, me aparté lo justo para ver el rostro del dueño de aquella mirada. Era un chico joven, de unos veinte años, con el pelo rubio muy corto, la cara limpia y perfectamente afeitada, de labios carnosos y tez bronceada. Guapo no, guapísimo.

      —Yo...yo... —tartamudeé

      —¿Qué? —preguntó aún serio—, ¿lo sientes? Normalmente invito a las chicas a una copa para que terminemos así.

      Enrojecí de inmediato. Y pensé en ponerme en pie. Ya que los dos estábamos tirados en el suelo, yo encima de él, y él, recostado sobre los codos. Pero mi cuerpo no estaba por la labor. No podía apartar la vista de aquel chico. Él miró algo delante de nosotros y sonrió.

      —¿Lo ves, Alex? —dijo entonces, haciendo patente para mi desgracia y vergüenza, que no estábamos solos— Las mujeres se me tiran encima, creo que esto es difícil de superar.

      Con los ojos aún como platos, volví el rostro hacia la dirección a la que él hablaba, para encontrarme con otro chico. Este era alto, moreno y tenía los ojos más azules que yo había visto en toda mi vida. Llevaba unos tejanos y una camiseta de tiras negra que se le pegaba ligeramente al cuerpo, marcando la musculatura que se escondía debajo. Y también era tremendamente guapo. No obstante, nos observaba a ambos con una mirada cargada de…¿irritación?

      Se acercó a nosotros y me agarró del brazo.

      —Bueno, bonita —dijo con voz tirante—, no te has hecho daño, ¿verdad?

      No esperó a que respondiese y tiró de mí bruscamente para que me pusiera en pie. Fue tan bestia que casi me arranca el brazo. Pero aquello me ayudó a reaccionar, trastabillé hasta que conseguí estabilizarme para volverme bruscamente hacia él.

      —Me has hecho daño —protesté frotándome


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