Alma. Irene Recio Honrado
árbol.
Ella negó con la cabeza.
—No, no. No te preocupes. Es la falta de sueño. Me acostaré un rato hasta que vengan los chicos. Al mediodía estaré mejor. Ve a darte una vuelta, te vendrá bien.
—Pero si estás enferma, será mejor que me quede —insistí.
—¡Qué tontería! —se burló—. No puedes hacer nada por mí si estoy durmiendo, y tampoco hay nada que hacer hasta que lleguen los muchachos. Vete tranquila.
Se levantó de la mesa, me besó en la frente y salió de la cocina. Me asomé al marco de la puerta y grité antes de que se perdiese escaleras arriba.
—Llevo mi teléfono móvil. Si me necesitas, ¿me llamarás?
—Claro, no te preocupes —contestó sin volverse para mirarme.
La vi desaparecer en el piso superior sin saber exactamente qué sería lo mejor. Pero al fin y al cabo ella tenía razón, si estaba durmiendo no me necesitaba y seguramente lo único que le hacía falta era dormir.
Salí al porche y me dirigí al cercado de JB con sentimiento de culpabilidad. Pero aun así cogí al caballo y ensillé en menos de cinco minutos. Monté y salí de la finca a galope.
Cuando hube dejado la casa atrás, me sentí mucho mejor. Frené el ritmo y me mantuve en un trote corto, dejando que el aire fresco de la mañana me acariciase el rostro. Tenía que buscar el camino hasta la casa del árbol, pero no quería pasar por el tramo de carretera con JB. Lo mejor sería que llegase al lago por el camino habitual, y una vez allí lo vadease hasta llegar a la casa. Aunque de esa forma el trayecto fuese un poco más largo. Con los chicos habíamos llegado en veinte minutos. Calculé que, a caballo, seguramente fuese poco más de una hora. Cuando JB se hubo desentumecido frené para seguir al paso. Saqué mi teléfono de la bandolera y lo encendí.
Enseguida empezó a vibrar a causa de los mensajes airados de Bibi. Sonreí. Incluso en la distancia, era la única capaz de arrancarme una sonrisa cuando me sentía triste. Aunque en aquel instante no fuese la tristeza lo que me acechaba, sino una sensación extraña. Abrí la bandeja de entrada para leer sus mensajes.
*Esto es imperdonable.
*Lo digo en serio, Lor.
*No puedo creer que lo hayas apagado de verdad, ¡¿sin tan siquiera decirme de qué se trata!?
*Esto no lo hacen las amigas.
*Además, que me despiertes a estas horas para que me coma el tarro pensando en esto es una guarrada. Sé que lo sabes y eso lo hace aun peor.
*Vuelvo a acostarme, siento defraudarte pero pienso volver a dormirme.
*Aunque sea lo último que haga.
*¿Te ha quedado claro?
El último mensaje había sido enviado cinco minutos antes de las ocho de la mañana. Fui al registro de llamadas y vi que había intentado llamarme seis veces sobre esa hora. Lo cierto es que me sorprendió que no lo intentase por la noche. Debía haberse enfadado de verdad. Negué con la cabeza y pulsé llamar. Mientras lo hacía, y a pesar de saber lo que me iba a encontrar, no pude evitar que se me escapase la risa. Bibi dejó que el teléfono sonase una y otra vez, sabía que lo estaba haciendo aposta, pues a diferencia de mí, ella era adicta al móvil, y no se separaba de él jamás. Al final, cuando estaba a punto de saltar el buzón de voz descolgó.
—Espero que sea importante —dijo desdeñosa—, es temprano y aunque no lo creas tengo una vida privada bastante ajetreada.
—Buenos días a ti también, Bibi —saludé aguantándome la risa. La adoraba.
—¿Es que sientes un placer especial en privarme de mis horas de sueño? Mi cutis necesita unas horas determinadas de descanso, ya lo sabes.
—Vale —respondí con malicia—, entonces cuelgo y te dejo dormir.
—Alto, alto —masculló—, ya me has despertado. Estarás contenta, espero que lo que me tengas que contar valga la pena. Te recuerdo que me has estado ignorando, a mí, a tu mejor amiga. ¿Sabes lo que significa esa palabra, guapa?
—Lo siento Bib, de veras, pero he estado muy liada.
—¿Sabes lo que significa la palabra vacaciones? Déjalo, no me respondas. Ya sé lo que me vas a decir, estás buscando a Tom y no puedes descansar, ya. Por cierto, ¿dónde estás? Oigo un golpeteo.
—Estoy dando un paseo a caballo. Voy de camino al lago.
Ahora que ya estaba un poquitín más apaciguada, empecé a narrarle todo lo acontecido hasta el momento. Las obras de la finca, la camiseta que había sacado del cuarto de Tom, la casa del árbol, el misticismo de las leyendas, la riña con mamá, incluso le conté que había tenido una pesadilla. Cuando terminé aguardó callada unos instantes antes de pronunciarse.
—Lo que me parece más raro de todo —dijo pensando en voz alta—, es que no te quieran contar las leyendas del pueblo.
—Ya, eso también lo he pensado yo. Los Tyler quisieron hacerme creer que en realidad es solo porque hay animales salvajes en la montaña que salen a cazar de noche. Pero no me lo creí.
—Por supuesto que no —escupió Bibi casi escandalizada—, esta gente de pueblo se cree que puede hacerte creer cualquier cosa, incluso en el chupa cabras.
—No creo que sea eso, supongo que son celosos con sus cosas, puede que teman hacer el ridículo.
—No veo cómo.
—Ya sabes, que me ría de sus historias y cosas así. A mi tía por ejemplo le fastidia mucho cuando me refiero a esas historias como folclore popular.
—Tal vez cuando llegues a la casa del árbol encuentres algo que haga referencia a ello.
—Bueno…—vacilé—, ayer no vi nada.
—Tampoco sabías qué estabas buscando —puntualizó.
Me eché a reír.
—Ahora tampoco, sigo sin saber de qué tratan las leyendas.
—Bueno, tú mantén la mente abierta. Oye, ahora soy yo la que tiene que colgar, tengo hora para la pedicura y me tengo que marchar.
—Está bien, Bib, si encuentro algo te llamaré.
—Y si no lo haces, también por favor. No me mantengas en el olvido.
Colgué el teléfono con la sonrisa dibujada en el rostro y lo volví a guardar en la bandolera. Habíamos estado hablando un buen rato y a lo lejos pude ver el lago. Espoleé a JB y galopamos directos hacia la orilla.
Llegamos en pocos segundos a la pequeña zona de arena que solía frecuentar. Intenté ver desde allí la casa del árbol que debía estar situada en el extremo opuesto a nosotros, pero fue imposible. Las hojas de los árboles la mantenían perfectamente camuflada. Aun así recordaba la visión que había desde lo alto y con eso me sobraba para encontrarla. Tiré de las riendas a la derecha y empezamos a vadear el lago.
Apenas llevábamos diez minutos caminando cuando sentí nuevamente que no estábamos solos. Volví la vista hacia atrás, pero no vi nada. Apenas dos días antes, había tenido la misma sensación cuando había estado nadando. JB respondió inmediatamente a mi inquietud moviendo las orejas hacia delante y hacia atrás con nerviosismo. Le acaricié el cuello para calmarlo, y me obligué a mí misma a relajarme. Allí no había nadie, estábamos solos. No había peligro alguno. Como una broma cruel del destino, una ráfaga de aire recorrió el bosque en aquel instante, haciendo que los helechos y las ramas de los arboles ululasen violentamente. JB se encabritó y se puso a dos patas, preso del pánico. Me agarré con todas mis fuerzas a las crines y apreté las piernas contra su cuerpo para evitar la caída. Y entonces el viento cesó, y todo volvió a estar en calma. JB recuperó la compostura y bufó moviendo la cabeza en lo que me pareció un gesto negativo.