Alma. Irene Recio Honrado

Alma - Irene Recio Honrado


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sentada en mi asiento supe que ya no había vuelta atrás. Para bien o para mal, regresaba a mi pueblo natal y tendría que hacer frente a los recuerdos de mi querido hermano mayor. Mi madre fue fiel a su palabra y no se despidió de mí.

      El avión empezó a deslizarse por la pista y cuando emprendió el ascenso sentí un pequeño cosquilleo en la nuca. Antes de salir de casa le había enviado a mi madre un mensaje de texto comunicándole el horario de mi vuelo para que avisase a mi tía. Un aguijonazo de culpa me estremeció. Cuando llegase a casa de tía May, la llamaría para decirle que había llegado y, si era necesario lo haría todos los días para que no se preocupase.

      A pesar de los nervios por volver a Alma, me quedé dormida a los diez minutos del despegue. Me despertó una azafata para decirme que me abrochase el cinturón porque íbamos a aterrizar en Buffalo (Texas) en diez minutos. El corazón empezó a latirme con fuerza. Ya estaba en casa. El aterrizaje fue suave. En cuanto dieron la señal me apresuré a salir del avión para recoger las maletas e ir en busca de tía May, que sin duda estaría esperándome. Cuando obtuve el equipaje esprinté con mi enorme maleta rodando tras de mi por los pasillos del aeropuerto. Pero para mi sorpresa al llegar a la zona donde esperaban los familiares, no vi ni un rostro conocido. Qué raro, mi tía no solía retrasarse. Empecé a caminar hacia la salida, la esperaría allí. Cuando estaba a punto de traspasar la barrera de cintas separadoras vi un cartel con mi nombre. Lo sujetaba un hombre alto y corpulento, de unos sesenta y tantos años, con el rostro ajado por el sol, barba blanca de tres días y un sombrero de cowboy. Me acerqué a él. En cuanto vio que me aproximaba sonrió afablemente.

      —Tú debes de ser la sobrina de May, ¿verdad? —dijo con voz grave pero amable.

      —Sí —admití—. ¿Y usted es…?

      —Cyrus Wolf, soy amigo de tu tía.

      Me tendió la mano a modo de saludo y se la estreché. Después cogió mi maleta y se hizo cargo de ella. Pesaba una barbaridad, incluso con la ayuda de las ruedas, pero la levantó para llevarla sobre su hombro sin ningún problema. Sin duda era un hombre de campo curtido.

      —¿Por qué no ha venido mi tía con usted, señor? —no quería molestarle, pero me resultaba extraño. En todos mis viajes a Texas mi tía nos había recogido siempre en el aeropuerto.

      —Verás preciosa, tu tía no sale mucho. Supongo que estás al corriente. Me pidió como favor personal que viniese a recogerte. Espero que no te moleste. Tranquila, con el viejo Cyrus estás a salvo.

      Soltó una risotada que resonó por todas partes. No me hacía gracia viajar con un desconocido. Cyrus debió darse cuenta. Buscó algo en el bolsillo trasero de su pantalón y sacó un colgante plateado en forma de corazón con tres cerraduras grabadas. El colgante de tía May.

      —Me dijo que te enseñase esto si ponías cara rara.

      —Lo siento —me disculpé ruborizándome—. ¿He puesto muy mala cara?

      —Créeme preciosa, no ha sido la peor que he visto.

      Empezó a reírse de nuevo. Aunque esta vez yo también lo hice. Caminamos por el aeropuerto y salimos fuera. Hacía un sol de justicia. Al llegar al aparcamiento, Cyrus me condujo hasta una Pick up, una camioneta de color rojo que había visto tiempos mejores. Cargó mi monstruosa maleta en la parte de atrás y subió a la furgoneta, lo imité y nos pusimos en marcha.

      Alma estaba situado al noroeste de Texas. Era un pueblo pequeño, que ni siquiera aparecía en los mapas. Teníamos por delante un par de horas hasta llegar allí y Cyrus empezó a contarme cotilleos. Aunque no recordaba a la mayoría de la gente que mencionaba, puesto que la casa de tía May no estaba en el pueblo, sino en una montaña contigua. Eso había hecho que mi relación con la gente de allí hubiese sido casi nula. Solo había visitado el pueblo cuando había acompañado a mi tía a comprar algo en concreto, por lo tanto solo reconocí a tres o cuatro personas de las historias de Cyrus. Aun así oír todos aquellos chismes me hizo el viaje más ameno.

      Atravesamos la delimitación de Alma mientras me contaba que la pobre señora Agnes, había enviudado no hacía mucho. Había sido una desgracia para todo el pueblo porque su difunto era el panadero y nadie horneaba el pan como él.

      —Imagínate —contaba—, ahora tendrá que llevar el negocio su hija y, eso seguramente sea una catástrofe. Sally jamás ha trabajado en nada y, si te soy sincero, me cuesta imaginármela madrugando.

      Dicho eso, soltó una carcajada de las suyas y detuvo la furgoneta.

      —Bueno preciosa, fin del trayecto.

      Aquello me pilló desprevenida. Miré por la ventanilla. Habíamos dejado el pueblo atrás, ya no se veía ni una mísera casa. Estábamos en el río que había en la falda de la montaña. En el puente que lo cruzaba. Una enorme valla como las que hay en los pasos a nivel, para que la gente no cruce la vía del tren, se encontraba alzada. Justo a su lado había un cartel de madera que prohibía el paso, con un lobo tallado en la base. Tras el puente, el asfalto desaparecía y comenzaba un camino de tierra.

      —Pero, si no hemos llegado, Cyrus. ¿Es que vas a dejarme aquí? Aún faltan unos cinco kilómetros montaña arriba.

      —Sí, lo sé muy bien. Pero May me pidió expresamente que te dejase aquí, me dijo que tomases la ruta de senderistas. Dijo que la recordarías.

      ¿La ruta de senderistas? Sin lugar a dudas la hubiese tomado, pero con la maleta era una locura. Por la carretera tardaría el doble porque era mucho más larga, no obstante podría deslizarla con las ruedas por el asfalto. Tragué saliva haciéndome a la idea y eché un vistazo a mi maleta infundiéndome ánimos para cargarla hasta la casa. Iba a ser duro. Cyrus se dio cuenta de mi dilema con el equipaje.

      —Perdóname niña —dijo de repente echándose de nuevo a reír, algo le estaba resultando tremendamente gracioso—. Había olvidado decirte que la maleta la llevaré yo esta tarde. Aún tengo que hacer unos recados para tu tía. Tardaré un par de horas.

      Solté aire. Eso era, sin duda alguna, un alivio. Sonreí a Cyrus sin muchas ganas. Todavía me quedaban cinco kilómetros a pie.

      —Estupendo —dije abriendo la puerta de la camioneta y saltando al suelo—. Pues allá voy, puede que cuando llegues a casa de tía May yo todavía no haya llegado. Si es así, dile de mi parte que prepare agua. Llegaré sedienta.

      Cyrus se carcajeó de nuevo. Qué hombre tan feliz, todo le resultaba gracioso. Arrancó la furgoneta y dio media vuelta.

      —Algo me dice que ya estarás allí, preciosa —dijo antes de marcharse guiñándome un ojo.

      Lo vi alejarse con mi maleta detrás. Bien, pues eso era todo. Giré sobre mis talones y emprendí camino ignorando la señal de prohibido pasar por el puente. El río iba cargado aquel día, seguramente habían abierto las compuertas de la presa para poder regar los campos. Cuando estuve en el otro lado tomé un sendero a la derecha del camino principal. La ruta de senderistas empezaba a cinco o diez minutos de allí, por lo menos la parte más dura del ascenso. No quise correr, quería disfrutar del paseo ya que sería largo. La verdad era que no se estaba mal, el susurro del bosque siempre era agradable y, en aquella zona se estaba relativamente fresco gracias a la sombra de los árboles.

      Todavía me hallaba en la falda de la montaña, había pinos de hoja larga que se alzaban a más de treinta metros, me hacían sentir insignificante. Caminé con calma entre ellos con las manos en los bolsillos, absorbiendo el aroma que de ellos emanaba. Para cuando llegué al sendero la idea de subir a pie hasta la casa de tía May no parecía tan mala. Pero entonces un bufido que me resultó familiar me alertó. Provenía de unos metros por delante de mí. Pero no se veía nada. Entonces lo escuché de nuevo. Parecía un animal. ¿Y si era un jabalí? Miré a mí alrededor buscando un árbol donde poder subir en caso de que así fuese. Vi un roble rojo que parecía relativamente factible, así que memoricé su posición mentalmente por si me hacía falta echar a correr hacia él. Avancé sigilosa entre los helechos adentrándome en el sendero lentamente cuando lo oí de nuevo. No parecía


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