Miyamoto Musashi. Kenji Tokitsu
Musashi es testimonio de la aparición del nuevo sistema de valores de los guerreros, que va a caracterizarse cada vez más por la interiorización. Por medio de su pensamiento sobre estrategia, impregnado de la filosofía de la época, podemos acceder a una de las raíces de la cultura del período Edo.
El nombre de Miyamoto Musashi resulta familiar a los europeos gracias a las traducciones del Gorin-no-sho y sobre todo a la de la novela en dos volúmenes de Yoshikawa Eiji, titulados La piedra y el sable y La perfecta luz. La novela de Yoshikawa acaba con el famoso combate de Musashi contra Kojirô, en Ganryûjima. Musashi tiene veintinueve años en el momento de ese combate, es la época de su juventud sobre la que poseemos los documentos menos imprecisos. La popularidad, durante varias generaciones, de la imagen de Musashi creada por Yoshikawa muestra que el novelista supo condensar en él la imagen ideal del samurái a la que estaba vinculado el pueblo japonés.
En Japón, Miyamoto Musashi era conocido desde hacía mucho tiempo, pero la novela de Yoshikawa lo hizo famoso ante el gran público. El autor acentuó el lado introspectivo del personaje. Algunas veces se dice “Yoshikawa Musashi” para calificar la imagen que el público japonés se hace hoy de Miyamoto Musashi. Esta novela se publicó por entregas en un periódico entre 1935 y 1939. En cierto sentido, es la toma de posición de Yoshikawa en el debate sobre las cualidades reales de Miyamoto Musashi que se desarrolló entre los escritores japoneses a comienzos de la década de 1930.
Naoki, famoso autor de novelas sobre samuráis, desata la polémica al escribir que Musashi sólo alcanzó la excelencia en sable algunos años antes de su muerte (21, pp. 39-42). Piensa que, en su juventud, Musashi sólo era experto en autopublicidad, y que su poder con el sable no era extraordinario. Toma como prueba el combate contra Sasaki Kojirô, en el que Musashi utilizó un sable de madera para tener un sable más largo que el de Kojirô y en el que, además, retrasó voluntariamente el momento del combate para alterar al adversario. Naoki añade que Musashi escribe que combatió más de sesenta veces en su vida, pero que la mayoría de sus adversarios eran samuráis prácticamente desconocidos. Este punto de vista, aunque no carece de veracidad, se basa en suposiciones.
Otro escritor contraataca y defiende las cualidades de Musashi. El debate se amplía e implica a Yoshikawa en la controversia. La importancia de ese debate residía en que comprometía la afirmación de la identidad cultural japonesa, tema particularmente espinoso en el momento en que la sociedad se preparaba para la Segunda Guerra Mundial.
Desde la aparición del libro de Yoshikawa, se publicaron en Japón varias decenas de obras sobre Musashi. Los documentos históricos relativos a Musashi son fragmentarios, pero relativamente numerosos. No son lo bastante ricos para construir una imagen precisa de su personalidad, pero son suficientes para despertar la imaginación. Es como si el conjunto de esos documentos fuese el equivalente a un pequeño fragmento de una vasija griega, a partir del cual podemos imaginar la jarra o jarrón. Aunque la imagen de Musashi sea vaga, los rasgos que obtenemos son muy marcados, de gran colorido y olor. Es difícil ser neutro ante semejante imagen. Se la ama o no se la ama. A mi entender, la línea divisoria de la apreciación por parte de los autores japoneses contemporáneos de Musashi y de su obra mayor obedece, principalmente, a esta actitud primaria. De forma algo sumaria, podemos reagrupar a esos autores en cuatro categorías.
A los primeros –por ejemplo Ezaki Shunpei (15) y Naoki (21)– no les gusta o detestan la imagen que tienen de Musashi. Lo consideran un adepto astuto pero de segunda fila en la historia de las artes marciales japonesas. Algunos llegan a calificarlo incluso de paranoico. Consideran que el Gorin-no-sho es una obra más bien mediocre.
Los segundos –por ejemplo Shiba Ryôtarô (30), Tobe Shinichiro (31) y Saotome Mitsugu (59)– juzgan de forma positiva la obra y el arte de Musashi, pero la separan del aprecio hacia su persona. Consideran que Musashi era un gran adepto y artista, pero unos creen que poseía una personalidad desequilibrada y otros, malsana. No les gusta Musashi pero aprecian sus obras.
Los terceros –como Fukuhara Jôsen (2), Imai Masayuki (3), Nakanishi Seizô (8), Terayama Danchû (11), Morita Monjurô, Naramoto Tatsuya (58)– valoran tanto las obras como la personalidad de Musashi y consideran que la calidad de su arte refleja el conjunto de su personalidad. La mayor parte de las obras sobre Musashi se sitúa en esta categoría y, con diferencia, sin distancia crítica.
Los cuartos –por ejemplo Takayanagi Mitsutoshi (10) y Watanabe Ichirô (13)– se separan de su apreciación personal de Musashi. Aprecian sus obras, sobre todo por su originalidad, y las sitúan en su época. Su actitud parece la más científica, pero su planteamiento no va más allá de breves comentarios de los textos. Así, para Takayamagi, el Gorin-no-sho es difícil de comprender, en particular debido a la falta de organización de la escritura de Musashi, pero, a pesar de ese fallo, la obra de Musashi es admirable si se tiene en cuenta las dificultades de la época, en la que la distinción entre ciencia y religión no estaba lo bastante delimitada.
Si siempre es posible criticar el sable de Miyamoto Musashi –porque pertenece al pasado–, por el contrario, sus caligrafías, sus pinturas a la tinta china y sus esculturas han llegado hasta nuestros días: su calidad artística es innegable y sus obras son conocidas en la historia del arte japonés. No cabe duda de que el Gorin-no-sho es difícil de comprender, pero su estilo resulta relativamente claro cuando lo comparamos con los escritos de los contemporáneos de Musashi y, por lo que respecta al contenido, sólo un gran adepto del sable pudo escribirlo. Como escribe Musashi: “Aplicando el principio del sable a las otras artes, ya no necesito maestro en los otros ámbitos”. La calidad del conjunto de su obra parece indicar que sólo podía destacar en el arte del sable.
Mi manera de presentar a Musashi parte de una investigación histórica pero difiere un poco del trabajo de los historiadores, porque yo interpreto los documentos a partir de mi experiencia del arte marcial para intentar sacar enseñanzas relativas a la práctica.
¿Cómo apreciar la práctica del sable de Musashi?
En aquella época los duelos con sable entre adeptos de diferentes escuelas significaban en la mayoría de los casos la muerte. La decisión de desafiar o de aceptar un desafío requería una extrema prudencia. La simple bravura no bastaba para sobrevivir a un duelo a muerte; era necesario tener un nivel comparable al del adversario. Ahora bien, es innegable que Musashi nunca se equivocó en la estimación justa de la fuerza del adversario, lo que le evitó combatir contra un adversario capaz de vencerlo. El término mikiri
se ha estabilizado para calificar la agudeza particular de la percepción de Musashi. Se le atribuye el origen de dicho término, pero yo no lo he encontrado en sus escritos. La traducción literal es mi, mirar o ver, y kiri, corte, lo que quiere decir ver con una minucia cortante o cortar con la mirada, es decir, discernir el estado de las situaciones o de las cosas con un rigor cortante. Creo que ese discernimiento riguroso caracteriza el sable de Musashi tanto como su expresión estética. Si considera que su adversario puede ser superior, evita combatir. Un discernimiento de un rigor cortante es, para Musashi, la base de la estrategia individual o colectiva. El mikiri condensa en una palabra una de las enseñanzas de Sun-Tseu: “Si te conoces a ti mismo y conoces a tu adversario, no perderás un combate de cien”.Para Musashi, ser simplemente fuerte a título individual no tenía tanto valor, puesto que sabía que la fuerza de una sola persona es limitada y que incluso carece de importancia en una gran batalla, como aquellas en las que participó en varias ocasiones a lo largo de su vida. Habría podido desplegar del todo su talento a mayor escala, ya que creía haber encontrado un principio aplicable a todos los fenómenos de la vida.
Desde el final de la adolescencia, Musashi comenzó a viajar y los duelos se multiplicaron. La edad de treinta años marca una inflexión en su vida: continúa viajando a fin de profundizar en su arte, pero ya no busca duelos de la misma manera que antes. Al mismo tiempo, buscaba un señor que le encargara elaborar estrategias a gran escala. Sin embargo, algunas veces el rigor de Musashi resultaba inquietante, como el filo de su sable, lo que más de una vez puede verse también en sus obras de arte. Sin duda es una de las razones por las que no pudo alcanzar la posición