El vínculo primordial. Daniel Taroppio

El vínculo primordial - Daniel Taroppio


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acontecimiento personal ha sido el nacimiento de mi quinta hija mujer y la séptima en total. Mecer a esta pequeña en mis brazos me ha conmovido con un nivel de profundidad que jamás podré describir en palabras. Recibir la bendición de un nacimiento en la edad madura, y en medio de esta crisis planetaria, ha consistido para mí en una renovación de todos mis votos a favor de la vida. Lucía, fuente de luz, hago de esta 5ta edición un homenaje a tu nacimiento y a tu madre, Liliana Carolina, mi compañera de camino, la que siempre hace emerger lo mejor del corazón que late en mí.

      Por último, agradezco profundamente los aportes de Naroa Argoitia por sus valiosas contribuciones en mi comprensión del tema de género.

      “La partícula cósmica que navega en mi sangre

      es un mundo infinito de fuerzas siderales.

      Vino a mí tras un largo camino de milenios

      cuando tal vez fui arena, para los pies del aire.

      Luego fui la madera, raíz desesperada,

      hundida en el silencio de un desierto sin agua.

      Después fui caracol quién sabe dónde,

      y los mares me dieron su primera palabra.

      Después la forma humana desplegó sobre el mundo

      la universal bandera del músculo y la lágrima.

      Y creció la blasfemia sobre la vieja tierra,

      y el azafrán... y el tilo, la copla y la plegaria.

      Entonces vine a América para nacer en hombre,

      y en mí junté la pampa, la selva y la montaña.

      Si un abuelo llanero galopó hasta mi cuna,

      otro me dijo historias en su flauta de caña.

      Yo no estudio las cosas, ni pretendo entenderlas,

      las reconozco, es cierto, pues antes viví en ellas.

      Converso con las hojas en medio de los montes

      y me dan sus mensajes las raíces secretas.

      Y así voy por el mundo, sin edad ni destino,

      al amparo de un Cosmos que camina conmigo.

      Amo la luz... y el río... y el silencio... y la estrella,

      y florezco en guitarras porque fui la madera”.

      Tiempo del Hombre, Atahualpa Yupanqui

      Homenaje a don Randolfo López Barbosa, quien, a sus 93 años, me recitaba este poema bajo la luna del verano.

      Prólogo I

      “En el mundo de los símbolos nada es ni puede ser casual.

      Las figuras ancestrales se hacen presentes, lo desunido se une, lo incoherente adquiere sentido”.

      Mario Satz

      Uno puede imaginar el tejido de las relaciones como un proceso que cincela la personalidad hasta hacerla vivir en el cobijo del alma. De tal modo que los frutos de la coexistencia no son ociosos y ni siquiera casuales, sino que escenifican, en la dramática de la vida, el mito personal que nace en cada uno de nosotros desde las profundidades de la memoria inconsciente. Mito que es el mapa de la senda por la cual nos corresponde caminar en la escuela de la Tierra para realizar el trabajo del alma.

      Cuando este mito se hace carne en la conciencia, se transforma en una poderosa herramienta mediante la cual el Ego alcanza la posibilidad de indagar su sombra, buscando respuestas, formulando preguntas, advirtiendo misterios. Así, se convierte en puente que permite el tránsito, de una orilla a la otra, del río de lo anímico.

      Pero no sólo eso, ya que, del mismo modo que el mito articula el Yo con lo Otro, crea el espacio y el tiempo de todo encuentro para que, así, los vínculos ocurran.

      Es cierto que los mitos son argumentos relacionales pero, también, que los vínculos son ritos. Ritos que recrean condiciones ancestrales, primordiales, pero que, en especial, permiten que la personalidad se entregue al abrazo del alma. El rito es, en esa dirección, una llave que abre las puertas de la personalidad a la luz del alma.

      Y un libro, en ocasiones, reedita un mito y da forma a un rito. En suma, se hace vínculo, tejido que entreteje, en el telar de su propuesta, hilos que, hasta su nacimiento, vagaban dispersos. Cuando así acontece, las páginas de ese libro no están a la intemperie del alma, sino que, por el contrario, están tan llenas de ella que arrojan al lector a ese instante conmovedor que los griegos llamaban “estado de gracia”, la certidumbre de la esperanza cumplida: una revelación. Ese texto es, entonces, una epifanía.

      A medida que el tiempo pasa y las lecturas abundan, me resulta cada día más raro acercarme a un libro que me produzca asombro y que me invite a dialogar con él. Y éste es el caso, un bello y profundo libro, que fascina no sólo por el tema que emprende, sino por la mirada con la cual lo hace.

      En muchos sentidos los héroes mitológicos Jasón y Ulises representan arquetipos contrapuestos. El primero, durante la navegación del Argos, parece un hombre confundido, dubitativo y hasta por momentos incapaz de liderar el viaje. Pero, al llegar a tierra, la confusión se disipa y se convierte en un audaz y efectivo buscador de su meta: el vellocino de oro.

      Por su parte, Ulises es, en todo el tránsito de su itinerario por el mar, un hábil timonel, capaz de evitar los peligros y los cantos de las sirenas que pretenden alejarlo del regreso a su hogar. Pero su vida es navegar. No permanece en Ítaca con la encantadora Penélope, al volver de Troya, sino que sigue navegando y, al final, muere en el mar, realizando el destino de todo peregrino: peregrinar.

      Hay libros en los que, como Jasón, se disfruta el punto al cual arriba y en otros, como Ulises, su recorrido. Pero hay algunos más en los que el gozo radica tanto en descubrir su propósito como transitar el proceso de su construcción. Hay libros que invitan a quedarse y otros a seguir buscando. Y otros, los menos, conjugan ambas vertientes. Éste es un libro de tal naturaleza.

      En él se une la sabiduría permanente y el lenguaje conceptual contemporáneo, pero no sólo como una síntesis armoniosa, sino que, a partir de ella, se crea una nueva cosmovisión, provocativa, apasionada y concreta, para comprender el sentido de las relaciones en la vida, que parte de la comprensión de que la pertenencia no es un accidente sino la esencia, la sal de la existencia. Que existir es coexistir y que no hay auténtica coexistencia que esté fuera del amor. Punto crucial en donde cuerpo, psique y alma se unen en una totalidad y donde cada totalidad se hermana con el universo de totalidades en la experiencia trascendente del aquí y ahora.

      DR. EDUARDO H. GRECCO

      Prólogo II

      Hace muy poco tiempo tuve la fortuna de conocer personalmente a Daniel y de pasar un muy buen rato compartiendo experiencias, conocimientos, silencios y saberes. Fue uno de esos momentos mágicos en los que la corriente de energía fluye en ese milagro misterioso del encuentro, en el que las diferencias individuales se complementan, se diluyen, se celebran y las semejanzas se disfrutan enormemente. En este encuentro, la sincronización del alma fue prácticamente instantánea. La sensación de contacto con el flujo primordial –al que Daniel se refiere cuando nos habla de ese fluir en las relaciones interpersonales– nos llevó a danzar al ritmo de la Sinfonía Universal, como integrantes de la coreografía Kósmica, esa Totalidad ordenada de la existencia que incluye los reinos biológico, mental, emocional, social y espiritual.

      Al irme adentrando en las páginas de El Vínculo Primordial, que hoy tengo la distinción y gozo de prologar, no pude más que vibrar ante la coincidencia y concordancia de nuestro pensamiento. Daniel se refiere a “lo Primordial” como la Fuente inagotable, Fundamento Único de todo lo que existe, Totalidad que nos contiene y que aparece ante nuestros ojos a través de infinidad de formas y manifestaciones. Esta trama sutil, ese espíritu integrador que todo lo contiene y todo lo trasciende, ha recibido


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