El vínculo primordial. Daniel Taroppio

El vínculo primordial - Daniel Taroppio


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promesa vaga, allá en el futuro, puesto que entonces se tornaría en otro motivo de disociación del momento presente. Lo que intento es señalar la posibilidad concreta de abrirnos a un estado de percepción y vivencia, aquí y ahora, que nos devuelva la unidad que tanto añoramos.

      Este libro está dedicado a ese viaje del que todos somos protagonistas, del que usted es protagonista: el emerger de la totalidad de la vida como individuos que habrán de expresarse y realizarse como tales, sufrir la experiencia de la alienación y la soledad sin escapismos, para luego reconocer su origen y retornar a la unidad primigenia aquí y ahora, en plena vida. Semejante aventura puede ser experimentada con plena consciencia o de una manera mecánica e inconsciente. Pero en todos los casos habremos de transitar el mismo camino. Este trabajo constituye una invitación a realizar esta odisea de la consciencia plenamente despiertos, honrando el infinito misterio del que provenimos en la apertura a los pequeños gestos cotidianos. Procura brindar una descripción clara de todos los procesos mentales que inhiben nuestra capacidad de experimentar el éxtasis de la unidad, así como de todas las potencialidades psicoespirituales que nos permiten trascender estos límites, sanarnos y volver al único camino en el que el alma brilla: el amor.

      1 Ken Wilber prefiere utilizar el término Kosmos, que describe la forma en que los griegos concebían el Universo, antes de que el materialismo cientificista lo convirtiera en “cosmos”, es decir, mera materia sin sentido ni finalidad. Este “Kosmos” es a su vez considerado como el entretejido global, consciente y transfinito que todo lo contiene. Yo he decidido utilizar los términos Cosmos y Universo, con mayúsculas, para significar lo mismo.

      2 Soy consciente de que con esta primera frase estoy mal predisponiendo a todos aquellos que se sienten afines con el pensamiento posmoderno. Desde que Lyotard decretó la muerte de los “grandes relatos”, toda idea de una promesa es vista por ellos con muy mala cara. Por ello considero oportuno señalar que la promesa de la que hablo aquí es muy distinta de aquellas que Lyotard criticaba (religiosas, marxistas, iluministas o capitalistas).

      No es éste otro “gran relato” acerca de un mundo perfecto. No me refiero aquí a ninguna promesa que hable de un futuro idealizado y que nos proyecte hacia metas tanto inalcanzables como idílicas, sino de una cualidad perceptiva, cognoscitiva y vivencial que transforma la experiencia inmediata de quien la realiza, aquí y ahora.

PRIMERA PARTE LA NUEVA CONCEPCIÓN DEL UNIVERSO Y EL DESARROLLO HUMANO

      La experiencia de unidad

      Concibo la experiencia de unidad

      como el fundamento mismo de la mente humana

      y, por lo tanto, como algo accesible a toda persona

      dispuesta a comprometerse en un trabajo de comprensión

      de su naturaleza más profunda.

      Compartiremos aquí una concepción de la experiencia cósmica que no se basa en descripciones idealizadas, como las que tradicionalmente rodean a aquello que ha sido denominado la “iluminación”.

      La idea tradicional del “iluminado” es la de un ser poco menos que sobrehumano, que ha trascendido por completo toda necesidad terrenal y que vive más allá del cuerpo y de la mente, en un espacio inaccesible para los simples mortales. Este mito del “iluminado” se ha terminado convirtiendo en un factor más de alienación para la humanidad, con dos consecuencias muy graves que se potencian entre sí. Por un lado, ha conseguido que la experiencia cósmica aparezca como algo tan elevado, tan lejano a la vida misma, que ni siquiera vale la pena intentar alcanzarla. Por otro, ha ubicado a los supuestos “iluminados” en un trono celestial tan ultramundano que la sola demostración de un rasgo humano, de una simple necesidad o de cualquier forma de defecto personal por parte de un “maestro”, se convierte en argumento de los cínicos nihilistas. O suele ser razón suficiente para que los idealistas discípulos huyan a buscar un nuevo gurú en quien poder depositar nuevamente sus proyecciones idealizadas. Pero, tarde o temprano, el nuevo gurú evidenciará su lado humano, vendrá una nueva decepción y la búsqueda empezará otra vez. En esta carrera de un gurú a otro, de una religión a otra, infinidades de personas suelen pasarse la vida entera, sin que puedan encontrar jamás esa perfección idealista que proyectan afuera, en lugar de buscar la belleza irrepetible que albergan en su interior.

      La mirada de las Interacciones Primordiales es radicalmente distinta. Concibo la experiencia de unidad como el fundamento mismo de la mente humana y, por lo tanto, como algo accesible a toda persona dispuesta a comprometerse en un trabajo de comprensión de su naturaleza más profunda y en la realización de una sencilla práctica cotidiana, para la cual no es preciso abandonar el mundo, el trabajo, la familia, el servicio social o la propia religión sino, muy por el contrario, colmar de intensidad y pasión cada uno de estos espacios cotidianos.

      Vivir el aquí y ahora desde la consciencia de unidad no implica nada extraordinario. Por el contrario, encarna la mayor simpleza. Sentir que somos Universo humanizado no implica lograr algo especial, sino simplemente percatarnos de lo que siempre ha sido así. Esto lo han reconocido las tradiciones contemplativas de todas las religiones.

      Procuraré demostrar a lo largo de estas páginas, basándome en evidencias verificables, que la consciencia unitiva, lejos de implicar una idea romántica, un concepto idealista o un fenómeno esotérico, constituye la percepción más precisa que podemos tener de nosotros mismos. Somos seres cósmicos, estamos hechos de mar, de sol, de montaña, de viento. Éstas no son metáforas poéticas, sino descripciones de fenómenos observables y comprobables incluso desde la física y la astrobiología modernas.

      En una oportunidad, un joven discípulo visiblemente exaltado se acercó a su maestro sin poder contener sus emociones y casi sin respirar le dijo: “¡Maestro, Maestro, lo he logrado! ¡Estaba en medio de mi meditación cuando de pronto comencé a levitar! Mientras me despegaba del piso, súbitamente mi mente estalló en miles de colores. Coros celestiales sonaron en mi cabeza. Los sublimes sabores del néctar del espíritu se derramaron generosamente sobre mi boca y todos los secretos se revelaron ante mi mirada. ¡Maestro, lo veo todo, lo entiendo todo, lo sé todo!”. El maestro respiró profundo y con gran compasión le susurró al oído: “No se preocupe, hijo, ya se le va a pasar…”.

      Asentar nuestra vida cotidiana en la consciencia de unidad no nos llevará a vivir nada extraordinario, simplemente nos brindará esa paz serena, sencilla y profunda que emerge naturalmente cuando comprendemos que todo lo verdaderamente importante de nuestra vida, lo esencial, lo indispensable, ya nos ha sido dado en forma gratuita y generosamente. Sabernos y sentirnos como el fruto de millones de años de evolución universal nos permite tomar contacto con la maravillosa sabiduría de nuestro cuerpo, percibir que no sabemos cómo, pero nuestro corazón late, nuestros pulmones absorben oxígeno, nuestro sistema digestivo convierte los alimentos en energía y esta a su vez se convierte en acciones, sentimientos y pensamientos. Nuestras glándulas sexuales están colmadas de millones de seres humanos en potencia, nos habita toda una humanidad. Nuestro sistema inmune nos protege y nuestro cerebro, junto al sistema endocrino, coordina todas estas acciones. Es tanta la sabiduría acumulada en cada una de estas pequeñas y simples funciones que no existe una sola computadora en el mundo que pueda realizarlas por nosotros, ni ciencia alguna que pueda comprenderlas. Nos desesperamos por no tener el dinero suficiente para comprar algún artículo de moda, mientras somos poseedores de una auténtica tecnología, fruto de millones de años de sabiduría manifestada en nuestro propio organismo, un milagro evolutivo que no podría ser comprado por todo el dinero del mundo.

      Recordemos nuevamente al querido Whitman:

      “Para mí, una brizna de hierba no vale menos que la tarea diurna de las estrellas,

      e igualmente perfecta es la hormiga, y así un grano de arena y el huevo del reyezuelo,

      y la rana arbórea es una obra maestra, digna de egregias personas,

      y la mora pudiera adornar los aposentos del cielo,

      y


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