El vínculo primordial. Daniel Taroppio

El vínculo primordial - Daniel Taroppio


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tanta claridad como en la relación de pareja. La intensidad, la complejidad y la cualidad tormentosa que suelen caracterizar a este tipo de relación humana se deben a que en ninguna otra forma de vínculo ponemos tantas expectativas relacionadas con la necesidad de completarnos. La búsqueda de pareja es siempre, de uno u otro modo, una búsqueda de completud. Sin embargo, esta unidad nunca puede sernos dada por otro, sino que, por el contrario, es sólo cuando la realizamos en nuestro interior que podemos compartirla. Por ello, la relación de pareja, que en principio constituiría un espacio óptimo para el despertar espiritual, suele terminar convirtiéndose en un espacio de batalla, en el cual la frustración por no alcanzar la tan añorada completud se revierte sobre el otro en las infinitas formas de violencia (sutil o grosera) que los seres humanos podemos desplegar. Así como las relaciones humanas constituyen la “vía regia” para la expansión de la consciencia, también implican un enorme riesgo y están llenas de dificultades.

      La sed del alma es una sed vital. Ningún sistema de creencias, ningún dogma, ninguna filosofía por sí solos pueden calmarla. Nuestra necesidad básica no pasa por aprender nuevos conceptos, sino por reencontrarnos con nuestras raíces universales desde un nivel molecular, de un modo práctico, vital, orgánico.

      A lo largo de este libro procuraremos comprender tanto la naturaleza de esta conexión como la forma en que la perdemos, para introducirnos luego en la descripción de un camino que nos permitirá recuperar nuestra conexión esencial con todo lo que existe. Todo concepto que aquí desarrollemos tendrá como objetivo servir como mapa, como guía práctica de autoexploración. Procuraremos evitar en todo momento el despliegue de la teoría por la teoría misma.

      Sacar la experiencia de unidad del ámbito de lo esotérico y traerla al espacio de la vida cotidiana y la educación no es una empresa fácil. Por ello, habremos de abordarla con consciencia de nuestras limitaciones, es decir, con humildad. La consciencia de los propios límites va acompañada de la necesidad de contar con principios orientadores que sirvan de guía a lo largo del camino. Dada la magnitud de este objetivo, un principio habrá de orientarnos desde el mismo comienzo: no es posible emprender esta tarea desde una concepción parcial y reduccionista de la naturaleza humana. Tanto nuestra concepción de la mujer y el hombre como de los métodos con que favorecer su pleno desarrollo habrán de ser integrales. Debemos comenzar entonces por comprender qué es lo integral desde nuestra mirada.

      ¿QUÉ ES UN ENFOQUE INTEGRAL?

      Nuestra principal dedicación al concebir este modelo ha estado dirigida a aportar una mirada auténticamente integral a todo proceso de desarrollo humano en el que podamos intervenir. Por lo tanto, considero oportuno, desde el comienzo de este trabajo, establecer la diferencia entre este enfoque y todo modelo que conciba la integralidad como una mera colección de técnicas o métodos, por el solo hecho de que cada uno de ellos aborda un aspecto de la realidad que nos parece importante.

      Existe un acuerdo bastante generalizado en el ámbito del desarrollo humano, el coaching y la psicoterapia acerca de que todo modelo que procure ser efectivo a la hora de buscar una transformación debe contemplar, como mínimo, la dimensión corporal, la emocionalidad, el lenguaje hablado, lo cognitivo, lo social y alguna forma de abordar la necesidad de trascendencia.

      Sin embargo, una comprensión superficial del tema de la integralidad puede llevarnos a creer que basta con tomar de distintos lugares una metodología lingüística, otra corporal, otra emocional y alguna mirada espiritual para con eso construir un abordaje integral.

      La situación es mucho más profunda y compleja. Para comprender esta problemática es preciso diferenciar dos concepciones de integralidad que a mi juicio terminan, paradójicamente, siendo parciales. Podríamos llamarlas la integralidad vertical y la integralidad horizontal.

      La integralidad vertical es característica del pensamiento new age, y establece la típica integración jerárquica: cuerpo, mente y espíritu. Desde esta mirada, un enfoque integral debe considerar estas tres dimensiones escalonadas.

      La integralidad horizontal se basa en la amplitud, en lo ancho, y es característica del pensamiento sistémico (que no se ocupa de las profundidades). Concibe que un enfoque integral debe ser abarcativo, abrazador, inclusivo, pero se refiere únicamente a las variables que se dan en el plano material-energético de la existencia: la familia, la sociedad, el ecosistema, etc.

      La característica fundamental de esta forma de entender la integralidad, es que trasciende la idea de que basta con juntar técnicas o aun métodos diversos para crear un modelo integral.

      La integralidad así entendida no depende de cuántas metodologías o ámbitos de la realidad pretendamos abarcar (“cuantos más ámbitos y dimensiones mejor”), sino de la coherencia interna del modelo que construyamos y de que sus metodologías estén profundamente integradas entre sí, respondiendo a una mirada abarcativa, profunda, sistemática y coherente de la naturaleza humana.

      Para que un conjunto de métodos y técnicas sea realmente efectivo no basta con que tome en cuenta todas las dimensiones de lo humano. Es preciso también que lo haga desde un núcleo conceptual ojalá único, y si no, por lo menos, de diversos marcos que sean realmente factibles de ser integrados en una síntesis coherente.

      Hablar de integralidad implica hablar de poder. Siempre que intentemos iniciar


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