El vínculo primordial. Daniel Taroppio
tanta claridad como en la relación de pareja. La intensidad, la complejidad y la cualidad tormentosa que suelen caracterizar a este tipo de relación humana se deben a que en ninguna otra forma de vínculo ponemos tantas expectativas relacionadas con la necesidad de completarnos. La búsqueda de pareja es siempre, de uno u otro modo, una búsqueda de completud. Sin embargo, esta unidad nunca puede sernos dada por otro, sino que, por el contrario, es sólo cuando la realizamos en nuestro interior que podemos compartirla. Por ello, la relación de pareja, que en principio constituiría un espacio óptimo para el despertar espiritual, suele terminar convirtiéndose en un espacio de batalla, en el cual la frustración por no alcanzar la tan añorada completud se revierte sobre el otro en las infinitas formas de violencia (sutil o grosera) que los seres humanos podemos desplegar. Así como las relaciones humanas constituyen la “vía regia” para la expansión de la consciencia, también implican un enorme riesgo y están llenas de dificultades.
Cuando la búsqueda de completud es correctamente interpretada como un proceso interno, que implica, en primer lugar, experimentar y trascender la soledad y la alienación, el resultado consiste en una profunda e íntima experiencia de encuentro y compasión hacia todo lo que existe, y sus manifestaciones inmediatas son el amor y el servicio. Por el contrario, cuando una persona o grupo proyectan sobre algo o alguien sus posibilidades de completarse, la búsqueda de este objeto idealizado se torna compulsiva. En estos casos, en lugar de primar la necesidad auténticamente espiritual de trascender los límites del ego y expandir la consciencia en el amor, predominan impulsos primitivos, necesidades infantiles no satisfechas, frustraciones y agresividad no asumidas, y la búsqueda se vuelve entonces patológica y dañina, tanto para el sí mismo como para el entorno. Ya sea que se trate del alcohol, las drogas, el sexo, el dinero, el poder o hasta el mismo conocimiento, nada puede detener el impulso a obtenerlo, sin importar el costo, a menos que un profundo trabajo interior permita comprender que la completud nunca se logra alcanzando logros o poseyendo objetos externos. Y cuando algo se interpone en el camino entre un individuo o grupo y aquello que consideran que va a completarlos, los seres humanos somos capaces de cualquier cosa para superarlo. Y cuando digo cualquier cosa, lo hago en forma literal: podemos ir desde la maravilla hasta el horror. Cuando los cristianos consideraron que lo único que los separaba de Dios eran los leones hambrientos del circo romano, caminaron hacia esa horrenda muerte cantando alabanzas. Cuando el pueblo alemán fue siniestramente convencido de que su completud sólo sería alcanzada mediante la conquista de Europa y que su mayor obstáculo era el pueblo judío, todos sabemos lo que ocurrió. Por ello, un camino de crecimiento personal centrado en la cotidianeidad6, en la simpleza y en los vínculos, debe necesariamente incluir una comprensión profunda, práctica y sencilla de la naturaleza misma de la búsqueda de completud. Y es preciso reconocer desde el primer momento que los componentes primitivos y patológicos estarán siempre entremezclados con los auténticamente espirituales. Esta complejidad es parte de nuestra naturaleza, y cuando un camino de crecimiento no la reconoce, sus resultados son siempre frágiles e inestables, cuando no explícitamente negativos.
La sed del alma es una sed vital. Ningún sistema de creencias, ningún dogma, ninguna filosofía por sí solos pueden calmarla. Nuestra necesidad básica no pasa por aprender nuevos conceptos, sino por reencontrarnos con nuestras raíces universales desde un nivel molecular, de un modo práctico, vital, orgánico.
A lo largo de este libro procuraremos comprender tanto la naturaleza de esta conexión como la forma en que la perdemos, para introducirnos luego en la descripción de un camino que nos permitirá recuperar nuestra conexión esencial con todo lo que existe. Todo concepto que aquí desarrollemos tendrá como objetivo servir como mapa, como guía práctica de autoexploración. Procuraremos evitar en todo momento el despliegue de la teoría por la teoría misma.
Sacar la experiencia de unidad del ámbito de lo esotérico y traerla al espacio de la vida cotidiana y la educación no es una empresa fácil. Por ello, habremos de abordarla con consciencia de nuestras limitaciones, es decir, con humildad. La consciencia de los propios límites va acompañada de la necesidad de contar con principios orientadores que sirvan de guía a lo largo del camino. Dada la magnitud de este objetivo, un principio habrá de orientarnos desde el mismo comienzo: no es posible emprender esta tarea desde una concepción parcial y reduccionista de la naturaleza humana. Tanto nuestra concepción de la mujer y el hombre como de los métodos con que favorecer su pleno desarrollo habrán de ser integrales. Debemos comenzar entonces por comprender qué es lo integral desde nuestra mirada.
¿QUÉ ES UN ENFOQUE INTEGRAL?
Pretender abordar en forma acabada lo que es la mirada integral en nuestra época constituiría una tarea que excede por completo el proyecto de este libro. Por lo tanto, sólo dedicaré aquí un pequeño espacio a la reflexión acerca de cuándo un modelo puede ser considerado efectivamente integral. Quienes se interesen en este tema pueden consultar, entre otros, los aportes de Ken Wilber, así como los de sus críticos7.
Nuestra principal dedicación al concebir este modelo ha estado dirigida a aportar una mirada auténticamente integral a todo proceso de desarrollo humano en el que podamos intervenir. Por lo tanto, considero oportuno, desde el comienzo de este trabajo, establecer la diferencia entre este enfoque y todo modelo que conciba la integralidad como una mera colección de técnicas o métodos, por el solo hecho de que cada uno de ellos aborda un aspecto de la realidad que nos parece importante.
Existe un acuerdo bastante generalizado en el ámbito del desarrollo humano, el coaching y la psicoterapia acerca de que todo modelo que procure ser efectivo a la hora de buscar una transformación debe contemplar, como mínimo, la dimensión corporal, la emocionalidad, el lenguaje hablado, lo cognitivo, lo social y alguna forma de abordar la necesidad de trascendencia.
Sin embargo, una comprensión superficial del tema de la integralidad puede llevarnos a creer que basta con tomar de distintos lugares una metodología lingüística, otra corporal, otra emocional y alguna mirada espiritual para con eso construir un abordaje integral.
La situación es mucho más profunda y compleja. Para comprender esta problemática es preciso diferenciar dos concepciones de integralidad que a mi juicio terminan, paradójicamente, siendo parciales. Podríamos llamarlas la integralidad vertical y la integralidad horizontal.
La integralidad vertical es característica del pensamiento new age, y establece la típica integración jerárquica: cuerpo, mente y espíritu. Desde esta mirada, un enfoque integral debe considerar estas tres dimensiones escalonadas.
La integralidad horizontal se basa en la amplitud, en lo ancho, y es característica del pensamiento sistémico (que no se ocupa de las profundidades). Concibe que un enfoque integral debe ser abarcativo, abrazador, inclusivo, pero se refiere únicamente a las variables que se dan en el plano material-energético de la existencia: la familia, la sociedad, el ecosistema, etc.
La integralidad que aquí concibo, inspirada profundamente por el pensamiento de Wilber, es una integralidad que podríamos llamar (como mínimo) pentadimensional8, en cuanto abraza por igual la amplitud, la altitud y la profundidad, en el gran marco de la evolución de la consciencia, tanto en el tiempo como en el eterno ahora.
La característica fundamental de esta forma de entender la integralidad, es que trasciende la idea de que basta con juntar técnicas o aun métodos diversos para crear un modelo integral.
La integralidad así entendida no depende de cuántas metodologías o ámbitos de la realidad pretendamos abarcar (“cuantos más ámbitos y dimensiones mejor”), sino de la coherencia interna del modelo que construyamos y de que sus metodologías estén profundamente integradas entre sí, respondiendo a una mirada abarcativa, profunda, sistemática y coherente de la naturaleza humana.
Para que un conjunto de métodos y técnicas sea realmente efectivo no basta con que tome en cuenta todas las dimensiones de lo humano. Es preciso también que lo haga desde un núcleo conceptual ojalá único, y si no, por lo menos, de diversos marcos que sean realmente factibles de ser integrados en una síntesis coherente.
Hablar de integralidad implica hablar de poder. Siempre que intentemos iniciar