El vínculo primordial. Daniel Taroppio

El vínculo primordial - Daniel Taroppio


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Primordial12, para ser aplicada en el ámbito de la clínica por parte de profesionales de la salud (quienes obviamente también pueden trabajar con personas sanas que buscan su propio desarrollo); y la Danza Primal, que permite trabajar con grandes grupos mediante un trabajo corporal-energético-vivencial. Estas tres disciplinas son también descritas en el Apéndice 1.

      La integración de estas tres metodologías en tres disciplinas que llegan a distintos ámbitos posibilita el despliegue de profundos procesos de crecimiento y transformación personal, grupal y organizacional.

      Lejos entonces de sólo presentar un mero modelo psicológico, este libro nos invita empíricamente a un retorno al cuerpo vivido, a la naturaleza sentida, a los vínculos, las emociones, la pasión, la intensidad de la vida aquí y ahora. Seremos invitados a recuperar el contacto con el latido de nuestro corazón, el ritmo de nuestra respiración, nuestros sentidos, los ciclos de la naturaleza, la piel, los aromas, los sabores, las tonalidades de la luz, el encanto de la música y la libertad de la danza. Recordaremos la maravilla de perdernos en el infinito de una noche estrellada, en la seducción del mar, en la magia del abrazo con el ser amado, en la risa de los niños, en los misterios insondables de la existencia y, por último, en el inefable y fecundo vacío cósmico, del que todo proviene y al que todo retorna. Y recordaremos una y otra vez que, a lo largo de todo este camino por la vida, encontraremos siempre una constante que, enhebrándose día tras día, le va dando sentido a todos los pesares y a todas las alegrías: el encuentro con el otro, la reunión en el amor y, como consecuencia directa, el servicio.

      Sin embargo, un estudio y un camino hacia todas estas maravillas que nos depara la vida serían incompletos y absolutamente inefectivos si no pudiéramos, al mismo tiempo, contemplar la oscuridad y el dolor de la existencia, así como nuestra propia sombra. En ningún otro lugar se manifiesta con más claridad el aspecto sombrío de la naturaleza humana que en la estructura de nuestras sociedades y en nuestra relación con el medio ambiente. Si no queremos que este modelo de trabajo empírico y vivencial se convierta en otro juego new age para burgueses sino, por el contrario, en una auténtica herramienta de transformación interna e interpersonal, es preciso que nuestra mirada incluya también la dimensión social. Ahora bien, frente a la gravísima crisis socioeconómico-política que recorre nuestro planeta y a la imperiosa necesidad de soluciones materiales ante el avance del hambre, las enfermedades, la violencia, la injusticia, la corrupción y el desequilibrio ecológico, ¿son legítimos los estudios sobre la consciencia?

      LA JUSTIFICACIÓN DE LOS ESTUDIOS SOBRE LA CONSCIENCIA ANTE LA CRISIS ACTUAL

      Hace algunos años fui invitado a dictar una conferencia sobre la evolución de la consciencia en la Universidad de Barcelona, en el mismo día en que en todas las grandes ciudades del mundo se realizaban marchas contra la inminente invasión de Irak por parte de las tropas de George Bush. Antes de comenzar dicha conferencia, un estudiante se me acercó para preguntarme si, ante todo el horror que estaba a punto de desencadenarse, era correcto que yo me pusiera a disertar sobre algo tan abstracto y subjetivo como la consciencia.

      Sincrónicamente, la mañana anterior, en un hotel de Ecuador, había encontrado un periódico con la imagen de un cómic más elocuente que todo lo que yo pudiera decir, y la había conservado para incluirla en mi presentación. Por aquellos días, los inspectores de la ONU se afanaban por encontrar las supuestas armas químicas que justificaban la invasión de Irak, pero no encontraban nada. En esta imagen, se observa a dos inspectores que, cansados de buscar por fuera, se habían decidido a buscar dentro de las cabezas de George Bush hijo y de Saddam Husein, y ambos se asomaban por arriba diciéndose uno al otro: “… Nada aquí”, “… Nada acá”.

      La guerra del Golfo constituyó claramente un acontecimiento socioeconómico-político de carácter global, y por cierto uno de los más dramáticos del siglo. Sin embargo, todo el espanto que sobrevino en esos meses estuvo supeditado a las decisiones de dos personas que, a pesar de haber estado inmersas en contextos socioeconómico-políticos y culturales y más allá de todas las presiones y manipulaciones externas que hayan recibido, tuvieron que enfrentarse a sus consciencias para hacer lo que hicieron: enviar a decenas de miles de personas (la absoluta mayoría civiles inocentes, como en todas las guerras) a una muerte segura.

      Atravesamos una época plagada de conflictos sociales, enfrentamientos bélicos, hambrunas, terrorismo de todo tipo y desde todos los frentes, enfermedades desconocidas y una crisis ecológica que subyace a todo este caos amenazando con borrarnos del mapa universal en cualquier momento.

      Es ciertamente difícil escribir acerca de la importancia de llevar la mirada hacia adentro, hacia nuestra propia conciencia, en medio de tanto dolor social. Fácilmente podría interpretarse este planteo como otra forma de evasión de los “verdaderos problemas”, de los “asuntos reales”. Aunque no la comparto, debo asumir que comprendo esta objeción, pero es obvio que esto puede llevarnos a una discusión bizantina. Todo planteo interior que evita el compromiso con la realidad social termina siendo reaccionario. Y al mismo tiempo, todo planteo social que evita la necesidad de contactarse con la transformación interna, con la evolución de la conciencia en lo más profundo de cada ser humano como individuo, termina siendo un proyecto panfletario, sin esencia, sin mística, y no tarda en derrumbarse como un árbol sin savia. No hace falta que relate yo aquí la cantidad de revoluciones que nacieron con la promesa de un mundo mejor y más justo, para terminar siendo el feudo de poder de un gobierno dictatorial y elitista. El poder en manos de personas no evolucionadas y sin desarrollo interior es siempre peligroso. Más allá del signo político o la ideología, el tema central termina pasando por las personas y su conciencia (la que obviamente está influenciada por lo ambiental, lo sociocultural y lo político-económico, en un feed back permanente).

      Nuestra época está constituyéndose poco a poco en una oportunidad inédita para la evolución de la conciencia humana. Nadie puede continuar negando que, tras haber superado casi milagrosamente el peligro de una hecatombe nuclear, se ciernen ahora sobre todos nosotros las posibilidades concretas de una deflagración ambiental globalizada; de la generalización de la exclusión social, con sus secuelas de miseria y violencia; del avance de la drogadicción (tanto la legalizada, bajo su disfraz de medicamento, bebidas alcohólicas o cigarrillos, como la ilegal), o las consecuencias impredecibles de la escandalosa corrupción política, jurídica y financiera que recorre el planeta.

      Sin embargo, y simultáneamente, es también innegable la espectacular profusión de teorías, métodos y prácticas para la evolución de la persona y los grupos humanos que podemos contemplar en nuestros días.

      Más allá de la seriedad o solidez teórica y práctica que muchos de estos caminos de crecimiento puedan evidenciar, y de las extravagancias (y a veces delirios) de algunos de sus mentores y gurúes new agers, lo cierto es que nuestra época constituye una ocasión nunca antes presentada ante la humanidad como conjunto.

      Todos los pueblos, de todos los tiempos y de todos los rincones del planeta, han contado con alguna u otra forma de filosofía, psicología, metodología y tecnología específica, destinadas a la evolución de sus miembros en cuanto personas. Desde las más rudimentarias hasta las más sofisticadas; desde las más humanistas hasta las más trascendentalistas; desde las más ascéticas hasta las más sensuales, infinidad de concepciones han ido surgiendo y creciendo a lo largo de la historia, en todas las geografías y siempre con el mismo objetivo: la evolución de la conciencia humana. Pero nuestra época posee un signo distintivo: el carácter global de las oportunidades de crecimiento interior.

      Si bien los métodos de crecimiento han existido en todos los tiempos, por lo general han estado reservados, sobre todo en sus aspectos más profundos, a pequeñas elites.

      Los chamanes, los sacerdotes, los monjes, los místicos, los artistas, casi siempre han conformado pequeñas minorías para las cuales existía un saber especial, “esotérico”, “oculto”, “superior”.

      Muy por el contrario, nuestros días están signados por la apertura, por la grandiosa posibilidad de recibir y entregar el conocimiento, de compartir las vivencias y de crecer comunitariamente. La evolución de la conciencia ha dejado de ser


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