El vínculo primordial. Daniel Taroppio

El vínculo primordial - Daniel Taroppio


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la vaca, rumiando con inclinado testuz, es más bella que cualquier escultura;

      y un ratón es milagro capaz de asombrar a millones de infieles”.

      La sabiduría ancestral del Universo palpita en cada una de nuestras células. Eones de evolución cósmica se sintetizan en lo más profundo de nuestro Ser. Nuestro propio ADN constituye un código universal que es evocado hasta en la forma espiral de las galaxias. La misma energía que estalla en el trueno mueve los mares o susurra en la flor más delicada, es la que late en cada una de nuestras moléculas. La física moderna está penetrando cada vez más en la estructura de la materia, y lo que encuentra es siempre una danza más y más sutil de energía, un vacío inconmensurable lleno de vida. Este vacío, aparentemente caótico, contiene la información, la memoria que misteriosamente da forma y organiza la materia. En su infinita creatividad genera todo lo que existe en infinidad de formas, texturas y colores. Información, memoria, creatividad. En lo profundo de la materia se oculta el mayor de los misterios: la conciencia. Esta Conciencia Universal que todo lo interpenetra y lo organiza se ha desplegado desde antes del mismo Big Bang, del espacio y del tiempo, para llegar a nosotros y adoptar nuestra forma humana. Somos la manifestación viva de la evolución universal. Somos una obra de arte del Universo, no menos que las estrellas, los océanos, los árboles o las mariposas. Podemos asumirnos como parte de una maravillosa danza de conciencia, capaz de adoptar todas las formas, colores y vibraciones que podamos imaginar y mucho más. Considero que esta inaprensible Sabiduría Primordial constituye nuestra naturaleza original. Ningún iluminado puede darnos esta sabiduría y mucho menos vendérnosla. La majestuosidad del Universo juega a convertirse en galaxias, planetas, montañas, lagos y especies vivientes, adoptando también nuestra forma. Se manifiesta en nosotros no sólo en innumerables procesos orgánicos, sino también bajo el aspecto de emociones: delicadeza, ternura, furia, coraje, determinación, nostalgia, devoción o pasión. Por eso mismo nadie puede darnos esta sabiduría, pues a nadie pertenece. Fluye por el Universo más allá del espacio y del tiempo, trascendiendo toda noción humana de pertenencia. Constituye nuestra naturaleza original, nuestra belleza primigenia. Cuando alguien recuerda la Sabiduría Primordial, lo primero que anhela es compartirla. Pero no puede dárnosla. Sólo puede mostrar señales para que cada uno la vea con sus propios ojos. Podemos crear espacios internos y externos donde otros recuerden. Podemos dejar señales, mostrar puentes, alumbrar caminos, brindar apoyo y sentido de comunidad durante la práctica. Pero el recuerdo íntimo de la Fuente y el despertar le pertenecen a cada uno. Liberar la Sabiduría Primordial y la energía cósmica que nos habitan, recuperar nuestro Vínculo Primordial, constituyen nuestra responsabilidad y derecho inalienables. Aunque todo parezca decirnos lo contrario, nunca hemos estado fuera de la verdad inicial, de la riqueza primigenia, de la belleza primordial. En lo más profundo, la soledad es sólo una ilusión. Por ello precisamos de espacios donde reencontrarnos. No existe mayor dicha en esta vida que recuperar nuestra unidad original. Y esta unidad descansa en lo profundo de nuestro cuerpo, en nuestra respiración, en el latido de nuestro corazón, en esa sabiduría silenciosa y sagrada que trasciende a la mente conceptual. No podemos volver a la naturaleza, pues nunca nos hemos ido de ella. Sólo necesitamos un espacio donde recordar. Y no existe espacio más simple y profundo para recuperar la memoria que el encuentro con el otro en el amor.

      Sin embargo, como iremos descubriendo a lo largo de todo este libro, podemos olvidar nuestro Vínculo Primordial.

      Desde mi mirada, la pérdida de esta sencilla y humilde consciencia de unidad cósmica constituye la herida básica alrededor de la cual se desarrollan todos los desequilibrios y trastornos mentales y sociales.

      Cuando el ser humano pierde esta conexión inmediata con la vida comienza a desarrollar una profunda sensación de desarraigo y desamparo. Tan desoladora es esta experiencia que la inmensa mayoría de las personas necesita evitarla, por todos los medios a su alcance, a fin de sostener su existencia en el mundo cotidiano. Comienza así una desenfrenada carrera de evasión, y una búsqueda incesante de compensaciones materiales y sensoriales que jamás satisfacen esta sed esencial.

      El principio fundamental del modelo de las Interacciones Primordiales sostiene que son muchos los medios y los caminos mediante los cuales podemos recuperar nuestra unidad. El sistema práctico de este modelo incorpora muchas opciones de trabajo que permiten sanar nuestra herida básica, tales como la psicoterapia profunda, el trabajo corporal, las técnicas respiratorias, las prácticas meditativas, los cantos y danzas sagrados, el retorno a la naturaleza, etc. Pero remarca que, entre todos ellos, los más poderosos y necesarios para este momento de la humanidad son al mismo tiempo los más simples y accesibles: recuperar nuestra corporalidad sentida y nuestra capacidad de mantener vínculos significativos.

      Recuperar la corporalidad implica descubrir que nuestro cuerpo constituye una síntesis del Universo, encarnada en los infinitos misterios que la sabiduría de nuestros propios organismos esconden. La consciencia de unidad con el Universo no se recupera realizando un viaje a las galaxias lejanas a bordo de una nave espacial, sino cerrando los ojos, armonizando la respiración y sintiendo el pulso cósmico latiendo en nuestro corazón. Nuestra cultura parece estar muy centrada en la corporalidad, pero esto es sólo en apariencia. El cuerpo que a nuestra cultura le preocupa es el cuerpo funcional, el cuerpo como cosa, el que se usa (y del que se abusa). Es un cuerpo no amado, y por lo tanto des-almado. Este cuerpo entendido como instrumento para obtener placer, o como una máquina sobre la que hay que trabajar para lucirlo esbelto, o al que hay que cuidar de vez en cuando sólo para que dure mucho, tiene muy poco que ver con el cuerpo sentido, vivido desde adentro. El cuerpo que nos reconecta con el Universo es el cuerpo de la sensibilidad, el cuerpo interior, profundo, con todos sus abismales misterios y sus poderes aún inexplorados. Es el cuerpo de la introspección, la meditación, la respiración, la caricia, el abrazo, la pasión, los flujos de energía, el pulso que resuena con el latido de la tierra, la danza y el vuelo.

      Al mismo tiempo, en el encuentro humano, el Universo se encuentra consigo mismo, se reconoce y se celebra. Desde este modelo, toda relación humana (en realidad, toda actividad humana), aun la más primitiva, constituye un intento de trascender la alienación y recuperar nuestra condición original.

      El cuerpo y el encuentro, la sensibilidad y el amor. Respirar, latir, vibrar, danzar, pulsar y amar en el eterno aquí y ahora. Podemos pasarnos toda la existencia procurando develar misterios que creemos guardados en distantes lugares, mientras no percibimos que la savia de la vida, el mayor de los misterios, nos transita por dentro y se devela en el encuentro con el otro. El Universo ha trabajado durante millones de años para deleitarse en esta magia. Hemos sido concebidos desde y para esto. Como ocurre con todo lo que existe en el Cosmos, el encuentro es nuestro origen y nuestro destino.

      Aun en la mayor inconsciencia, estamos siempre viviendo nuestra corporalidad y buscando la completud en el encuentro humano. Sin embargo, estos intentos pueden ser a veces tan disfuncionales que sólo terminan produciendo mayor aislamiento y soledad.

      Como afirmábamos más arriba,


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