El vínculo primordial. Daniel Taroppio

El vínculo primordial - Daniel Taroppio


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Todo nos toca a todos, estamos en el mismo barco y vamos hacia el mismo puerto.

      A todos nos interesa aprender disciplinas nuevas, saber más, desarrollar habilidades y competencias. Nos encanta la idea de “empoderizarnos” y actualizarnos, pero muy frecuentemente nos olvidamos de que mucho más importante que el hacer es el ser. Por esta razón, si bien es absolutamente respetable el impulso al desarrollo de capacidades y el deseo de alcanzar el mejor nivel posible en todas las disciplinas que practicamos, es preciso no olvidarnos de poner siempre el acento en la persona, en el Ser. Si esto no es así, ¿qué sentido tienen una empresa, una escuela o un hospital? ¿El mero lucro? ¿la mera adaptación de los alumnos? ¿la curación de “enfermedades”? ¿O el brindar un espacio vital y significativo a la gente que trabaja, los niños que aprenden y las personas que se enferman?

      Para alcanzar este importantísimo bien personal y social, es preciso formar individuos capaces de crear climas humanizados y motivadores en cualquier espacio en el que les toque actuar. Y para aquellos que no están interesados en una formación sistemática, lo importante es detenerse un minuto al día, reflexionar acerca de todas las dimensiones que nos constituyen como personas y luego preguntarse: ¿estoy haciendo algo para desarrollarme en toda la rica gama de aspectos que poseo? ¿Qué estoy haciendo por mi cuerpo, por mis afectos, por mi desarrollo intelectual, por mi necesidad de expresarme artísticamente, por mi voluntad de servir, por los seres que amo y por mi vida espiritual? Pero claro, dado el trajín de nuestras vidas, ¿es posible siquiera sentarnos a pensar en todo esto? Esta es quizás la mayor trampa de nuestra vida moderna. Nuestra preocupación permanente por lo urgente no nos deja tiempo para lo importante.

      Cuando logramos salir de la trampa de la urgencia, comprendemos que disponer de tiempo y energía para lo esencial es la “inversión” más sabia y “redituable” de nuestras vidas, aun en términos económicos y tanto para el individuo como para las organizaciones o sociedades.

      La salud y el crecimiento personal han dejado de ser responsabilidad exclusiva de los profesionales. Todos podemos ser agentes de sanación y desarrollo desde nuestro humilde lugar, a partir del momento en que decidimos prepararnos para ello, ya sea de manera profesional o simplemente aprendiendo a servir y a cuidarnos un poco mejor cada día.

      Esto puede resultar extraño en una época obsesionada por la especialización, en la que casi todos sabemos practicar bien al menos una disciplina u oficio; pero hemos olvidado dos conceptos que han sido fundamentales en el desarrollo de casi todas las grandes culturas de la historia.

      El primero es el del ser humano integral; es decir, el de aquel que, en lugar de destacarse por realizar sólo una actividad ultraespecializada (convirtiéndose muchas veces en un analfabeto existencial), se ha desarrollado como persona total en la mayoría de los aspectos que constituyen su humanidad. Los resultados prácticos de vivir en una cultura de especialistas son devastadores para nuestra sociedad: la explotación de recursos sin ecología, la política sin ética, la economía sin humanismo, la medicina sin encuentro y la ciencia sin valores son sólo algunos ejemplos. Nos preocupamos más por desarrollar niños robots (aunque tengan el aspecto de genios) que por formar futuros hombres y mujeres felices, integrados, creativos, honestos y sabios.

      Y el segundo concepto que hemos olvidado es el de que no importa cuál sea nuestra actividad, siempre va a estar dirigida a las personas, y si no agregamos a nuestra especialidad la capacidad de comunicarnos de un modo enriquecedor con ellas, nuestra efectividad se verá seriamente comprometida.

      Obviamente, serán muy distintos los contenidos que yo deberé aprender si deseo ser docente, abogado, gerente de una empresa, médico o comunicador social. Pero, en todos los casos, el fin último de mi servicio deben ser las personas concretas que recibirán mi trabajo y con las cuales deberé necesariamente relacionarme, comprenderlas y hacerme comprender; y mucho más aún si mi relación es con grupos. Muchos individuos, instituciones y empresas sumamente capaces en “lo suyo” fracasan debido a su inoperancia en el momento de relacionarse. Desde ya que esto es especialmente válido con aquellos con los que convivimos, tanto en el hogar como en el trabajo.

      También estamos obsesionados con el rendimiento y la productividad, y olvidamos que estos sólo se alcanzan genuinamente cuando la excelencia en el desempeño surge de forma espontánea, en un medio humanizado, respetuoso y estimulante.

      Todos queremos que nuestros alumnos sean genios, que los empleados sean dedicados, que los clientes vuelvan, que nuestros seres queridos nos entiendan o que los ciudadanos nos voten. Es decir, esperamos de los demás resultados que nos satisfagan. Pero olvidamos que en todos los casos estamos hablando de personas, y que estas necesitan ser comprendidas y apreciadas para poder expresarse. La cultura que decía que el maltrato producía buenos hijos, mejores alumnos y excelentes empleados, después de haber enfermado a mucha gente, está llevando al derrumbe estrepitoso a muchas familias, instituciones, empresas y hasta sistemas políticos. Nada promueve más la salud y el rendimiento que un clima de humanidad, entusiasmo y motivación positiva.

      El libro La inteligencia emocional, de Daniel Goleman, ha demostrado esto con profusión de datos y pruebas: la excelencia en el desempeño no es la consecuencia forzada de la mera capacitación, sino el fruto natural de aquellos que crecen, aprenden y trabajan en un medio humanizado, respetuoso y creativo. Entonces la pregunta obvia es: ¿cómo hacemos para crear estos ambientes estimulantes en la familia, la escuela, la empresa...?

      Esta búsqueda es nuestro máximo compromiso con las generaciones futuras.

      Asumir este inmenso desafío implica, en lo inmediato, hacernos responsables de nuestra propia evolución en todos los aspectos cotidianos que hemos nombrado hasta aquí.

      En lo que respecta a estudios sistemáticos, debemos asumir la responsabilidad comunitaria de formar profesionales que puedan convertirse en amorosos trabajadores en el arte de activar las potencialidades humanas, detectar y resolver los conflictos relacionales, y promover el desarrollo humano en instituciones empresariales, educativas, asistenciales y grupos en general.

      Esperando haber justificado el derecho social al trabajo y la comprensión internos, este libro está dirigido a arrojar algo de luz sobre la naturaleza más íntima del dolor de la humanidad, en un intento de aportar esclarecimiento al núcleo de todos los desafíos planteados hasta aquí. Esta dimensión última del sufrimiento humano se asienta en lo que he denominado el síndrome de inconsciencia cósmica, la herida básica, la alienación fundamental de los seres humanos contemporáneos.

      LA HERIDA BÁSICA DEL SER HUMANO CONTEMPORÁNEO: EL SÍNDROME DE INCONSCIENCIA CÓSMICA

      A lo largo de este libro intentaré esclarecer la forma en que los seres humanos nos relacionamos con la trama esencial de la existencia, que circula tanto por las galaxias más lejanas del Cosmos como por nuestro organismo, nuestros sueños y nuestros vínculos. Y procuraré demostrar que, de todos los ámbitos de la experiencia existencial, no hay ninguno más propicio para acceder al conocimiento del Ser que el encuentro humano, la interrelación, el inter-ser.

      Afirmábamos que la interacción primordial es aquella en la que los seres humanos se perciben a sí mismos y a su encuentro mutuo como manifestación de un acto de carácter sagrado. Esta dimensión de las relaciones humanas está presente siempre y en todo tipo de encuentro, pero la mayoría de las veces pasa desapercibida, mientras nos debatimos en la oscuridad de nuestras limitaciones neuróticas. La única experiencia que nos permite contemplar al otro en su profundidad, misterio y belleza es la del amor, en todas sus formas y manifestaciones. Exploraremos aquí un camino de sanación de aquellos patrones corporales, mentales y socioculturales que nos impiden la bendición de dar y recibir amor en abundancia y trascender en plenitud. Pero, antes de iniciar un camino de sanación, es preciso comprender la enfermedad


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