El vínculo primordial. Daniel Taroppio

El vínculo primordial - Daniel Taroppio


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con algún sentido intrínseco, con un propósito. Sin embargo, la observación de las infinitas pautas de significado y finalidad que observamos a nuestro alrededor no es prueba contundente de la existencia de ningún ser antropomórfico que un buen día se sentó a inventar el Universo y ahora lo contempla desde “arriba”, señalando con un dedo acusador a los malos y ayudando a los buenos a que todo les salga bien si hacen méritos. Si bien esta concepción teísta tiene su propia lógica interna, es comprensible que rechine en los oídos de los científicos. Sabemos que la realidad no funciona tan simplistamente, ni para un lado ni para el otro.

      Este trabajo no está destinado a probar la existencia de un dios extramundano que vigila nuestra vida para juzgarnos algún día como lo hacían nuestros padres. Tampoco intentaremos demostrar que esta concepción teísta está equivocada, nada de eso. Lo que procuraremos es acercarnos a una mirada simple y directa de la realidad, en la cual ésta nos mostrará sus aspectos externos, materiales y detectables por medio de las herramientas de la observación empírica del exterior de las cosas (todo lo que puede investigarse en los laboratorios que estudian la materia a través de microscopios, telescopios, tubos de ensayo y demás métodos de medición). Al mismo tiempo, intentaremos reconocer la existencia de una dimensión interior del Universo, la dimensión del sentido, del darse cuenta, del significado, de aquello que ninguna herramienta material puede detectar ni evaluar: la dimensión de la conciencia, los valores, la intuición, la unidad, el amor.

      Obviamente, ambas dimensiones están ligadas inextricablemente. Toda transformación en la materia produce un cambio en la consciencia, y en ningún campo se hace esto más evidente que en la psicología y la neurología. La ingesta de sustancias químicas altera la consciencia; el amor se expresa en cambios hormonales; la memoria parece radicarse en proteínas y la risa transforma la composición de nuestra sangre. Pero ningún experimento que podamos hacer sobre estos temas nos permitirá afirmar que “el amor es un conjunto de cambios físico-químicos en el organismo” y que la mera descripción de estos procesos implica que por fin hemos agotado la explicación de la pasión, la experiencia mística o la tristeza. En todo caso, podemos describir los procesos físicos que acompañan la experiencia subjetiva del amor o la devoción, pero constituye una ignorancia supina pretender que con esto se agota el asunto, pues el tema tiene otro lado, el interno, el subjetivo, y este lado le corresponde a la conciencia, al mundo interior que tanto asusta a los empiristas externos. Sin embargo, este otro lado también puede y debe ser explorado, como lo han hecho todas las culturas humanas a lo largo de la historia.

      La religión dogmática es en sí misma una contradicción, pues termina renegando de su propia esencia contemplativa. Todas las grandes religiones de la humanidad nacieron en la pura experiencia de unidad cósmica de su fundador. Es decir, todas han surgido de una vivencia, de un contacto directo e inmediato con la fuente de la vida. Sólo con el tiempo este encuentro vital fue deviniendo en complejos dogmas y en intrincadas teologías. Sin embargo, como ya lo hemos afirmado, el corazón de todas las religiones mantiene viva esta promesa, y lo hace a través de una práctica concreta, no de meras creencias.

      Del mismo modo, la integración es imposible desde una ciencia y una psicología materialistas, mecanicistas y reduccionistas que consideran toda experiencia espiritual como una manifestación de rasgos patológicos y primitivos de la mente humana. Para alcanzar esta integración, vamos a necesitar valernos de una nueva concepción de la ciencia, de una nueva mirada del Universo.

      Afortunadamente, grandes religiosos y científicos han allanado nuestro camino, haciendo mucho más sencillo lo que queda por delante. Desde líderes religiosos como el Dalai Lama y sus famosos encuentros con científicos, entre los que se destacó el neurobiólogo chileno Dr. Francisco Varela; pasando por pensadores como Jiddu Krishnamurti y sus célebres diálogos con el físico Dr. David Bohm, hasta psicólogos transpersonales como Stan Grof o el ya mencionado Ken Wilber, muchas voces se han alzado en los últimos años reclamando este ya indispensable acercamiento.

      Los críticos de la religión señalan, no sin fundamentos ni datos históricos, el modo en que la religión ha sido utilizada como instrumento de control de los pueblos, como herramienta de opresión, como una forma obtusa y a veces hasta infantil (pero no por eso menos dañina) de negar el avance científico y como incomprensible justificación de todo tipo de injusticias, discriminaciones, persecuciones y aun de actos de la más abyecta barbarie. En nombre de la religión se han justificado y se siguen justificando encarcelamientos, torturas, guerras y holocaustos a lo largo de toda la historia y a lo ancho de todo el planeta.

      Y si bien en occidente estamos acostumbrados a culpar a la Iglesia católica de todos estos males, es preciso reconocer que esto se debe no sólo a importantes razones históricas, sino también a que es simplemente la que tenemos más cerca. En realidad, casi todas las religiones han tenido algún tipo de participación activa en la justificación de hechos de lesa humanidad. No puede ser casualidad que uno de los países más religiosos del mundo, como lo es la India, sea a su vez el que sostiene las estructuras sociales más injustas y aberrantes del planeta. Es decir que, mucho más allá de una iglesia, hay una realidad problemática en la religión misma como tal. Todo intento de integrar ciencia y religión debe asumir este hecho.

      Y si en lugar de observar los fenómenos socioculturales nos ocupamos de los casos individuales, nuevamente descubrimos que, bajo la llamada religiosidad, suele ocultarse todo tipo de estructuras psicopatológicas disfrazadas. Quienes sostienen que la religiosidad no es más que una forma de neurosis encubierta, una forma primitiva de ocultar nuestros temores ante lo desconocido y sobre todo ante la muerte, en muchos casos, debemos reconocerlo, tienen razón.

      Ahora bien, que muchas de estas críticas antirreligiosas se asienten en datos fidedignos no nos permite concluir que con una descripción de este tipo estemos agotando el tema de la religiosidad humana. Desde mi punto de vista, considero humildemente que este tema no se abarca con una sola mirada, por más válida que ésta sea. La religiosidad es mucho más que sus manifestaciones patológicas y aberrantes.

      Si nos quedamos en el plano de los mitos, las creencias, los dogmas y los fundamentalismos, nos resulta evidente que la religión y la ciencia tienen muy poco que aportarse mutuamente, y escasas posibilidades de llegar a cualquier forma de acuerdo acerca de la naturaleza del ser humano y la vida. Pero, si procuramos trascender este plano superficial y observar detenidamente la necesidad humana de encontrarle un sentido a la existencia y de preguntarse por el origen y el destino del Universo, podemos llegar a sorprendernos.

      Para empezar, hay una pregunta que sintetiza por igual los desvelos de todos los científicos y buscadores espirituales de la historia humana: ¿qué existía antes del Big Bang? Como todo hombre de ciencia sabe muy bien, la teoría del Big Bang no resuelve en absoluto el misterio acerca del origen del Universo. En todo caso, de ser cierta, sólo describiría su primer momento (lo que no es poco), pero esto en modo alguno implica una explicación acerca de su procedencia. Es decir que existe una dimensión de la existencia frente a la cual tanto la ciencia como la religión comparten y deben asumir tanto su ignorancia como su fascinación.

      Lo interesante de esta observación es que, en última instancia, la diferencia fundamental entre el buscador espiritual y el científico está dada por los diferentes sentimientos que este inescrutable misterio inspira en uno y en el otro. Mientras que el científico siente una insaciable, sana e incuestionable


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