El vínculo primordial. Daniel Taroppio
un profundo arrobamiento y una encendida devoción, pues simplemente lo concibe como su propio origen. ¿Es cuestionable alguna de estas dos actitudes? Considero que ambos sentimientos son legítimos y nobles, además de cognoscitivamente válidos. Sin embargo, no ocurre lo mismo con los intentos de convertir estas experiencias en explicaciones facilistas que devienen en dogmas supuestamente incuestionables.
Sabemos que, cuando esta experiencia comienza a ser rellenada con adornos y explicaciones que pretenden develar lo indevelable, nacen los dogmas y los fundamentalismos con los cuales la ciencia nunca se entenderá. Pero los fundamentalismos no pertenecen sólo al ámbito de la religión. Existe también, aunque parezca paradójico, el fundamentalismo cientificista. Todo intento de reprimir la pregunta acerca de qué había antes del Big Bang implica caer en la afirmación o la negación de hechos y realidades que simplemente no conocemos, y esto es metafísica. Es decir que junto a la metafísica religiosa existe también una “metafísica materialista”, si se me permite la paradoja. Mientras que la primera es una metafísica positiva: afirma algo de lo que en realidad no tiene evidencias, la segunda es una metafísica negativa: niega algo cuya inexistencia tampoco puede probar. Como muy bien afirman los positivistas, la falta de pruebas de la inexistencia de algo no constituye una prueba de su existencia. Pero el problema aparece cuando esta falta de pruebas determina actitudes y prejuicios que reniegan de la búsqueda misma. El científico busca la verdad en el mundo material y externo, y esto es absolutamente legítimo. El buscador espiritual la busca en su mundo interior, y por supuesto esto también lo es. La diferencia aparentemente insalvable sólo se presenta cuando la experiencia deviene en mitos, y luego los mitos en dogmas, sean estos materialistas o espiritualistas, positivistas o metafísicos.
El núcleo de la espiritualidad humana consiste en la profunda necesidad de encontrar una experiencia de arraigo en el origen del Universo y de pertenencia a él como totalidad. Cuando esta experiencia es rellenada con estructuras patriarcales de dominación y jerarquías de opresión social, o cuando se convierte en emocionalismo new age, comienza a desarrollarse la sombra de la espiritualidad o su lado patológico; pero de ninguna manera puede esto ser achacado a la búsqueda humana de un sentido espiritual de la existencia. Esta forma de pensar sería similar a la de pretender eliminar el hígado para prevenir la cirrosis. Confundir cualquier realidad con sus manifestaciones patológicas constituye una postura altamente peligrosa.
Cuando la ciencia fundamentalista elimina la posibilidad de la búsqueda interior por considerarla inútil, está cayendo en un dogma. La ciencia exige empirismo y esto es comprensible. Se nos dice que no podemos afirmar nada que no pueda ser experimentado. El error lógico aparece cuando se afirma que sólo se puede tener “experiencias” del mundo externo y material, con lo cual se niega la validez de la exploración interior y hasta del mismo mundo internoI. Podemos tener experiencias válidas tanto de la realidad material externa como de la realidad interior. Y nuestras experiencias internas pueden perfectamente ser sistematizadas, compartidas con otros y de esta forma verificadas empíricamente. Las tradiciones contemplativas llevan siglos realizando este minucioso trabajo de autoconocimiento sistemático.
Francisco Varela coordinó un encuentro de una semana de duración entre el Dalai Lama y un selecto grupo de investigadores occidentales, especializados en medicina, neurobiología y psicología. Al concluir el mismo, arribaba a las siguientes conclusiones acerca de los niveles sutiles de la mente (al leerlas es fundamental tener presente que provienen de un riguroso científico mundialmente reconocido): “Es importante señalar que esos niveles de la mente sutil no son teóricos; en realidad se han delineado con bastante precisión sobre la base de la experiencia real (aunque sea interna), y merecen una respetuosa atención por parte de cualquiera que afirme confiar en la ciencia empírica… En mi opinión este asunto es aún más profundo, pues para comprender estos niveles de la mente sutil se requiere una práctica de meditación constante, disciplinada y bien informada. En cierto sentido, estos fenómenos están abiertos sólo a aquellas personas dispuestas a llevar a cabo los experimentos. No resulta sorprendente que se requiera alguna forma de entrenamiento especial para obtener una experiencia de primera mano de los nuevos reinos de los fenómenos”22. Y esto es exactamente lo que ocurre con la ciencia. Quien quiera explorar un fenómeno deberá realizar algún tipo de experimento y comprobarlo de primera mano.
Por otra parte, la búsqueda interior, que no sólo no requiere dogmas sino que necesita despojarse de ellos para ser efectiva, constituye el núcleo central y vivo de los orígenes de todas las religiones, que sólo en un momento posterior se ve revestido con sistemas de creencias. Lejos de lo que afirman los materialistas, esta búsqueda no tiene como objetivo la evasión de la realidad sino, por el contrario, el encuentro con la realidad fundamental, nuestros orígenes cósmicos, nuestra Fuente común, o lo que aquí denomino Lo Primordial.
Sabemos muy bien que la falta de un sentido de pertenencia cósmica está produciendo estragos en nuestra cultura. Esta experiencia que muchos filósofos han definido como “el desencantamiento del mundo de la modernidad”, o “la tierra baldía” de la que hablaba Elliot, es el amargo fruto de una cultura que convirtió a la ciencia en su ídolo y que ha terminado heredando un mundo entendido como resultado de puras casualidades. El Universo de la ciencia materialista dogmática es un universo con minúsculas, mecánico, vacío, sin sentido ni finalidad alguna, producido únicamente por casualidades. De tanto juntarse átomos con átomos, un día terminaron apareciendo las estrellas, los planetas, los ecosistemas, las especies, y entre ellas una cuyos ejemplares pudieron producir la matemática, la Misa en Si menor, la lógica, Hamlet, el viaje a la luna, La Gioconda y la investigación del Universo mismo del cual proviene. Pero todo ello por pura casualidad. No hay ningún significado intrínseco detrás de todo esto, sólo una gran sopa cuántica de la cual emergen cosas sin sentido alguno y a la cual, por supuesto, no queremos pertenecer. De este modo, nos quedamos sin origen ni destino.
La religiosidad dogmática y medieval sigue enfrentándose a esta situación mediante el mito de un Dios que literalmente creó el Universo en siete días, que tiene todo planeado para nosotros, que es vengativo e iracundo, por el cual hay que ir a la guerra a fin de demostrar que es el único verdadero y al que, por lo tanto, sólo hay que obedecer (como a todo padre) para ser felices.
No es de extrañar que, ante semejantes opciones, nuestro mundo esté cada día más enfermo. Dos hemisferios cerebrales, derecho e izquierdo. Dos géneros, masculino y femenino. Dos formas de conocer, la razón y el sentimiento. Dos dogmas absolutistas, la religión medieval y el cientificismo materialista. Y todas estas polaridades entendidas como opuestas e irreconciliables. Parece demasiado para cualquier cultura. Nuestro camino habrá de consistir en la búsqueda de la unidad, o nuestro destino será la lucha eterna.
Afortunadamente, la existencia humana cuenta con otra alternativa. Estamos dotados biológica, psicológica y culturalmente para comenzar a integrar el legítimo intento de pretender entender el mundo material científicamente (en la búsqueda de explicaciones) y el intento igualmente legítimo de procurar comprenderlo mediante la exploración interior (en la búsqueda del sentido y la experiencia de unidad). Estamos comenzando a establecer puentes entre ambas miradas que pueden resultar apasionantes a la hora de develar nuestros orígenes universales. Cuando podamos atravesar los cuarenta años de peregrinaje en el desierto (es decir, absteniéndonos de ídolos, dogmas y explicaciones facilistas23 y enfrentándonos a la inmensidad del misterio sin escapismos), podremos regresar a nuestra religión y a nuestra ciencia libres de fundamentalismos, sin necesidad de matar a nadie para confirmar la existencia de nuestro dios; sin necesidad de perseguir ni reprimir a los científicos o a los buscadores espirituales; sin sentirnos dueños de ninguna verdad que tengamos que imponer a otros por la fuerza; sin creernos superiores o con más derechos que ninguna otra persona o grupo. Entonces podremos honrar los símbolos y las creencias como simples vehículos culturales de realidades mucho más profundas, y ya no habrá ningún Santo Grial que justifique una guerra, ningún científico hereje que merezca la hoguera y ningún místico auténtico que deba ser encerrado en un chaleco de fuerza químico. Es decir, habremos establecido un contacto vital con nuestra propia Fuente cósmica, aquella que, tal como la misma ciencia nos asegura, es la misma y única de la que todos provenimos.
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