Retrato hablado. Javier Darío Restrepo
que atosiguen y cansen a nuestro interlocutor. Más vale dejarlo con ganas de seguir conversando con nosotros que harto de hacerlo. Es cuestión de sentido común y de hacer caso a la sabiduría popular que dice: “Ni tanto que queme al santo, ni tanto que no lo alumbre”.
Halperín dice: “Una sólida retaguardia es contar con diez buenas preguntas, unos tres o cuatro temas diferentes y un firme conocimiento del personaje.”o
En este proceso, el periodista tendrá claridad sobre el objetivo de su entrevista. Puede ser que lo más importante sea obtener información que tiene el entrevistado. Tal vez lo que queramos sea conocer su opinión en torno a algún asunto. Una tercera opción es centrarnos en conocer a la persona. No son excluyentes, pero sí tenemos que elegir una línea dominante. Si el tema es la discusión del presupuesto federal, resulta irrelevante preguntar al entrevistado sobre sus pasatiempos. En una entrevista de semblanza suelen sobrar las preguntas que tienen que ver con asuntos coyunturales. Es importante tener un hilo conductor claro para dar fuerza a la entrevista y evitar que las respuestas se diluyan en un mar de preguntas inconexas.
Previsiones prácticas
Revisar los asuntos prácticos es también parte muy importante de la preparación. Conozco algunas historias de entrevistas frustradas no por la negativa del entrevistado o por la incapacidad del reportero para plantear una buena conversación, sino por descuidos en temas aparentemente menores en los que no solemos poner atención por estar concentrados en los aspectos mayores. No está mal considerar la máxima que dice: “Si algo puede salir mal, va a salir mal”. Eso nos mantendrá más atentos.
Hay que asegurar que el bolígrafo funcione y que la libreta tenga suficientes páginas en blanco. Tenemos que verificar que la grabadora tenga batería, que cuente también con espacio suficiente para registrar toda la conversación y que no vayamos a hacerlo sobre una grabación previa importante. Muchos de los momentos más incómodos que he pasado en las entrevistas tienen que ver con esto. Pocas cosas hay tan vergonzosas como tener que pedirle al entrevistado que nos preste su bolígrafo o que nos regale unas hojas para escribir.
Verificar la dirección o el sitio donde se llevará a cabo la entrevista y saber cómo llegar al lugar es también fundamental. Sobre todo en ciudades en las que hay cinco calles que tienen el mismo nombre y en las que la numeración no es consecutiva sino aleatoria. Si la cita es en un café o en un restaurante con varias sucursales, habrá que precisar en cuál de ellas será. Yo siempre prefiero llevar a cabo la entrevista en la casa o en el lugar de trabajo de la persona porque ahí podemos encontrar elementos más significativos que los que puede haber en un establecimiento comercial, aunque si el entrevistado elige ese lugar también nos estará hablando de sus preferencias y de los sitios que encuentra cómodos y “familiares”.
Salir a la cita con más tiempo del requerido es también importante. Hay innumerables imprevistos que se pueden atravesar en nuestro camino. Es probable también que estando ya muy cerca del lugar no lo encontremos. Más vale estar en el sitio con anticipación y esperar tranquilamente a que llegue la hora de la cita, que llegar tarde, sudando, con el corazón a punto de explotar y más preocupados por las excusas que tendremos que dar que por las preguntas que queremos hacer.
Hay que considerar la posibilidad de que el entrevistado cancele la cita a última hora. Tener un “plan b” nunca está demás. Ya en 1966 Manuel del Arco nos alertaba sobre esto.
Empieza el calvario. Localizarlo, dar con él, entablar contacto y concertar la entrevista. Aparentemente esto parece fácil, ¿verdad? Pues bien: la inmensa mayoría de las veces, en una gran ciudad, es tarea de muchísimos pasos y de interminables esperas. ¡En cuántas ocasiones mandaríamos a paseo esta tarea que nos hemos impuesto, cuando estamos esperando!
Recuerdo una de ellas, que cuento para ilustrar. Un día que ya había decidido que la figura sería la artista María Félix, que debía llegar en automóvil a la ciudad por la mañana a las once, estuve a esa hora en el hotel donde tenía la habitación reservada. Pero la famosa mujer no llegó a la hora prevista; esperé y pasaron las horas una tras otra, y yo, armado de paciencia “esperando que de un momento a otro llegaría”, aguanté el plantón hasta las once de la noche. Pero lo malo no fue eso, sino que por culpa de su demora yo de cuando en cuando avisaba al periódico que “llevaría el original de un momento a otro”. Y he aquí que al fin, la buena señora llega al hotel, dadas las once, doce horas después de la prevista, “viene cansada” y se mete en la cama. ¿Y qué hacer? Pues, señores, hice lo que cualquiera en mi lugar habría hecho: remover todo lo removible —en este caso a su empresario Cesáreo González— y exponerle la situación angustiosa. Total, María Félix, a altas horas de la noche, recibió al periodista, y lo recibió en precioso “salto de cama” verde… El objetivo fue cumplido; pero ¡diablos! Si lo llego a saber, cambio de tema”.p
La grabadora
Sobre el uso de la grabadora en la entrevista hay una añeja discusión. Algunos periodistas están en contra. Consideran que intimida y cohíbe al entrevistado, que el reportero pierde concentración y no escucha con suficiente atención a su interlocutor porque le delega esta tarea al aparato. Con ello, pierde la oportunidad de lanzar nuevas preguntas a partir de las respuestas y de comenzar a jerarquizar la información en el mismo momento en que se produce. Además, se pierde mucho tiempo en transcribir la conversación. Existe además un gran riesgo; la tecnología no tiene palabra de honor y el periodista se puede llevar la sorpresa de que al momento de querer escuchar la entrevista, ésta simplemente no se grabó o resulta inaudible. Uno de los más acérrimos enemigos de la grabadora es García Márquez. Dice:
Un buen entrevistador, a mi modo de ver, debe ser capaz de sostener con su entrevistado una conversación fluida, y de reproducir luego la esencia de ella a partir de unas notas muy breves. El resultado no será literal, por supuesto, pero creo que será más fiel y, sobre todo, más humano, como lo fue durante años de buen periodismo antes de ese invento luciferino que lleva el nombre abominable de magnetófono. Ahora, en cambio, uno tiene la impresión de que el entrevistador no está oyendo lo que se dice, ni le importa, porque cree que el magnetófono lo oye todo. Y se equivoca: no oye los latidos del corazón, que es lo que más vale de una entrevista”.a
Campbell es de la misma opinión. “Me siento un mero transcriptor pasivo y servil, abrumado por un trabajo monótono e insoportablemente mecánico y por tanto estéril. Me vivo haciendo una labor que muy bien podría llevar a cabo un taquimecanógrafo”.s
En contraparte, quienes defienden a la grabadora sostienen que no necesariamente el periodista se distrae. Si eso ocurre es problema del entrevistador, no del aparato. Si graba, el periodista puede mantener el contacto visual y estar más atento al entorno y a las reacciones del entrevistado. Además, en caso de duda se puede recurrir al registro de la conversación para confirmar datos y evitar errores. Ayuda también a captar algunas de las frases importantes que por ser largas o complejas no se pueden anotar con fidelidad en el momento. En asuntos delicados, la grabación registra con precisión las palabras del entrevistado y sirve además como prueba en los casos en que la fuente se quiere desdecir o acusa al periodista de haber tergiversado sus declaraciones. A favor de la grabadora está, por ejemplo, Halperín:
Tomar notas no es un buen método para mí. Primero, porque no tengo buena relación con mi letra y luego no entiendo lo que escribí. Por otro lado, durante la charla me parece que si escribo no puedo prestar suficiente atención al personaje: anotar supone dejar de mirarlo, él sigue hablando y uno no puede estimularlo sosteniéndole la mirada. El grabador efectivamente encierra el peligro de adormecer la atención, puede pasar. Pero a un entrevistador atento no le ocurre y, en cambio, lo ayuda mucho.d
En mi experiencia, lo mejor es tomar notas y grabar. Me ha pasado todo lo malo que puede ocurrir con el uso de la grabadora, pero me ha ayudado también en muchas ocasiones. Por eso creo que hay que encender el aparato, pero imaginar que no existe. Al respecto, Alex Grijelmo afirma:
Muchos periodistas recurren a la grabadora para tomar íntegras las declaraciones de un entrevistado. Se trata de un medio irrenunciable, por supuesto. Pero no debemos fiar una misión tan importante a un mero artilugio.