Amor inesperado. Elle Kennedy
que nunca se me ha dado bien acatar las normas, pero tengo muy claro que no puedo traicionar la confianza de mi padre. Es el entrenador del equipo de hockey sobre hielo de la Universidad Briar, y eso me impide confraternizar con el arrogante y atractivo Jake Connelly, la estrella del equipo de Harvard, nuestro máximo rival. Pero el destino es caprichoso y Jake es el único que puede ayudarme a conseguir unas prácticas como periodista deportiva. ¿Cuál es el plan? Pedirle que se haga pasar por mi novio para que me den el puesto. ¿El inconveniente? Jake quiere salir conmigo de verdad, y ese es el precio que deberé pagar por su ayuda…
Cada vez me cuesta más resistirme a los encantos de Jake, pero me niego a enamorarme de mi gran rival: es un riesgo que no estoy dispuesta a correr.
La nueva entrega de la autora best seller de Kiss Me y Los Royal
«¡Elle Kennedy escribe las mejores novelas románticas! Amor inesperado es una de esas historias divertidas y apasionadas sobre jugadores de hockey atractivos que me ha enganchado desde el principio.»
Penelope Ward, autora best seller del New York Times
«Elle Kennedy es la reina de las novelas con protagonistas que se odian, pero que acaban enamorándose. ¡Sin duda, es una de mis favoritas!»
Vi Keeland, autora best seller del New York Times
«Amor inesperado es la combinación perfecta de humor, amor y pasión. Nadie escribe historias tan increíbles y divertidas como Elle Kennedy. ¡Este libro me ha encantado!»
Nikki Sloane, autora best seller del USA Today
«Después de Amor prohibido, Amor inesperado es todavía más ardiente.»
Sarina Bowen, autora best seller del USA Today
#wonderlove
Capítulo 1
Brenna
Mi cita llega tarde.
Y ni siquiera estoy siendo muy cabrona. Por lo general, doy a los chicos un margen de cinco minutos. Puedo perdonar cinco minutos de retraso.
A los siete minutos, todavía estoy algo receptiva, sobre todo si la tardanza va acompañada de una llamada de aviso o de un mensaje en el que me informa de que va a retrasarse. El tráfico puede ser terrible. A veces te estropea los planes.
A los diez minutos, ya se me acaba la paciencia. ¿Y si el inútil desconsiderado llega diez minutos tarde y encima no me llama? Que pase el siguiente, gracias. Yo ya me estoy yendo por la puerta.
A los quince minutos, debería darme vergüenza. ¿Por qué diantres sigo en el restaurante?
O, en este caso en particular, en la cafetería.
Estoy sentada en una mesa con banco en el Della’s, la cafetería temática de los cincuenta de Hastings, el pueblo al que llamaré casa durante los próximos dos años, pero, con suerte, no me referiré como «hogar» a la casa de mi padre. Puedo vivir en el mismo pueblo que él, pero antes de irme a la Universidad de Briar, dejé claro que no volvería a vivir con él. Ya volé de ese nido. Ni en broma vuelvo a él para someterme a su sobreprotección y horrible manera de cocinar.
—¿Te traigo otro café, cielo? —La camarera, una mujer de pelo rizado con un uniforme de poliéster blanco y negro, me mira con simpatía. Parece estar en la segunda mitad de la veintena. En su chapa identificadora pone «Stacy», y estoy bastante segura de que sabe que me han dejado plantada.
—No, gracias. Solo la cuenta, por favor.
Mientras se aleja, tomo el móvil y le escribo un mensaje rápido a mi amiga Summer. Es todo culpa suya. Y, por lo tanto, debe lidiar con mi cólera.
YO: Me ha dado plantón.
Summer contesta al instante, como si estuviera sentada junto al móvil a la espera de mi informe. De hecho, sin el «como si». Seguro que lo ha hecho. Mi nueva amiga es una cotilla sin remedio.
SUMMER: ¡Dios! ¡¡No!!
YO: Sí.
SUMMER: Qué. Cabrón. Lo siento muchichichichísimo, Bren.
YO: Meh. En parte no me sorprende. Es un jugador de fútbol. Son unos imbéciles redomados.
SUMMER: Pensé que Jules sería diferente.
YO: Pensaste mal.
Aparecen tres puntos que indican que está escribiendo, pero ya sé qué va a responder. Es otra retahíla de disculpas que no me apetece leer ahora mismo. De hecho, solo quiero pagar el café, volver a pie a mi apartamento minúsculo y quitarme el sujetador.
Estúpido jugador de fútbol. Me había maquillado para este imbécil. Sí, era una cita para tomarnos un café por la tarde, pero había hecho el esfuerzo de todos modos.
Bajo la cabeza para rebuscar billetes pequeños en la cartera. Entonces, una sombra se cierne sobre la mesa y doy por hecho que es Stacy, que ha vuelto con la cuenta.
Error.
—Jensen —proclama una insolente voz masculina—. Te han dado plantón, ¿eh?
Pfff. De todas las personas que podrían haber aparecido ahora mismo, esta es la última a la que quiero ver.
Mientras Jake Connelly se acomoda en el banco al otro lado de la mesa, lo saludo con una ligera reticencia y con el ceño fruncido, más que con una sonrisa.
—¿Qué haces aquí? —le pregunto.
Connelly es el capitán del equipo de hockey de Harvard, también conocido como el enemigo. Harvard y Briar son rivales, y mi padre es el entrenador de este último. Hace diez años que entrena en Briar y han ganado tres campeonatos con él. «La era de Jensen» fue el titular de un artículo reciente que leí en uno de los periódicos de Nueva Inglaterra. Era una crónica a página completa sobre cómo Briar lo está petando esta temporada. Por desgracia, Harvard también, y todo gracias a la superestrella que está al otro lado de la mesa.
—Pasaba por el barrio. —Hay un brillo divertido en sus ojos verde bosque.
La última vez que lo vi, él y uno de sus compañeros de equipo merodeaban por las gradas del estadio de Briar para espiarnos. Al cabo de poco, cuando nuestros equipos se enfrentaron, les dimos una paliza, hecho que fue tremendamente satisfactorio y que compensó nuestra derrota previa contra ellos en la misma temporada.
—Mmm-hmmm, estoy segura de que estabas en Hastings por casualidad. ¿Tú no vivías en Cambridge?
—¿Y?
—Pues que está a una hora de aquí. —Le dedico una sonrisa de suficiencia—. No sabía que tenía un acosador.
—Me has pillado. Te estoy acosando.
—Me siento halagada, Jakey. Hacía bastante tiempo que nadie estaba tan colado por mí como para conducir hasta otra ciudad para buscarme.
Los labios se le curvan lentamente en una sonrisa.
—Mira, por muy buena que estés…
—Oh, ¿piensas que soy una tía buena?
—… no me gastaría el dinero de la gasolina para venir hasta aquí solo para que alguien me toque las pelotas. Siento decepcionarte. —Se pasa una mano por el pelo oscuro. Lo lleva algo más corto, y la barba de tres días le resalta la mandíbula.
—Lo dices como si tuviera el más mínimo interés en tus pelotas —contesto suavemente.
—Mis pelotas metafóricas. No serías capaz de manejarte con las de verdad —sentencia—. Tía buena.
Pongo los ojos en blanco con tanta intensidad