Amor inesperado. Elle Kennedy
dentro me preocupa la franca valoración de Jake. «Lo es para él».
Oh, Dios. Espero que no sea cierto. Sí, McCarthy me escribe muchísimo, pero he intentado no seguirle el juego a menos que se tratara de algo sexy. Ni siquiera le respondo con un «LOL» cuando me manda enlaces a vídeos graciosos porque no quiero que me malinterprete.
Pero… ¿Tal vez no he dejado tan claro como creía que solo estamos de rollo?
—Estoy cansado de verlo arrastrarse por ahí como un cachorro enamorado. —Jake niega con la cabeza como agravante—. Está fatal, y esto lo distrae durante los entrenamientos.
—De nuevo, ¿por qué es mi problema?
—Estamos justo en mitad de la temporada. Sé lo que estás haciendo, Jensen, y tienes que parar.
—¿Parar el qué?
—Se acabó el folleteo con McCarthy. Dile que no estás interesada y no lo veas más. Fin.
Hago un puchero a modo de burla.
—Oh, papi. Eres tan estricto.
—No soy tu papi. —Vuelven a curvársele los labios—. Pero podría serlo, si quieres.
—Ay, qué asco. No te pienso llamar «papi» en la cama.
Para demostrar que tiene el don de la oportunidad, Stacy vuelve justo cuando esas palabras salen de mi boca.
Trastabilla al dar un paso. La bandeja cargada que lleva tiembla de manera precaria. La cubertería tintinea. Me preparo, a la espera de que una cascada de café caliente caiga sobre mi cara cuando Stacy se inclina hacia delante. Pero se recupera con rapidez y se vuelve a poner recta antes de que tenga lugar la catástrofe.
—¡Café y tarta! —Su tono de voz es agudo y claro, como si no hubiera oído nada.
—Gracias, Stacy —dice Jake, amable—. Pido perdón por la boca cochina de mi cita. Ya ves por qué no la saco demasiado por ahí.
A Stacy se le enrojecen las mejillas de la vergüenza mientras huye.
—La has traumatizado de por vida con esas fantasías sexuales guarras tuyas —me informa antes de atacar un trozo de tarta.
—Lo siento, papi.
Suelta una carcajada a medio mordisco y unas cuantas migajas le salen disparadas de la boca. Toma la servilleta.
—Te prohíbo llamarme así en público. —Me dedica una mirada traviesa con sus ojos verdes—. Guárdatelo para más tarde.
El otro pedazo, el de nuez pecana, por lo que parece, yace intacto delante de mí. En lugar de eso, opto por el café. Necesito otro chute de cafeína para despertar los sentidos. No me gusta estar aquí con Connelly. ¿Qué pasa si nos ve alguien?
—O a lo mejor me lo guardo para McCarthy —contraataco.
—Qué va. No lo harás. —Se traga otro trozo de tarta—. Vas a cortar lo que tenéis, ¿recuerdas?
Vale, debe dejar de emitir órdenes sobre mi vida sexual como si tuviera algún tipo de voz y voto en el asunto.
—No puedes tomar decisiones por mí. Si quiero salir con McCarthy, lo haré. Si no quiero salir con McCarthy, no lo haré.
—Vale. —Mastica lentamente y luego traga—. ¿Quieres salir con McCarthy?
—Salir, no.
—Bien, entonces estamos de acuerdo.
Frunzo los labios y doy un trago largo.
—Hmmm. Creo que no me gusta estar de acuerdo contigo. A lo mejor cambio de opinión sobre esto de salir… Debería preguntarle si quiere ser mi novio. ¿Sabes dónde puedo comprar un anillo de compromiso?
Jake rompe un trozo hojaldrado del borde con el tenedor.
—No has cambiado de opinión. Te habías cansado de él a los cinco minutos de tenerlo. Solo puede haber dos razones por las que todavía te lo estás tirando: o te aburres o tratas de sabotearnos.
—Ah, ¿sí?
—Sí. Nada capta tu atención durante demasiado tiempo. Y conozco a McCarthy: es un buen chaval. Divertido, dulce, pero, a partir de ahí, todo va para abajo. Que alguien sea «dulce» no es suficiente para una mujer como tú.
—Ya estás otra vez pensando que me conoces.
—Sé que eres la hija de Chad Jensen y que aprovecharías cualquier oportunidad para enredar a mis jugadores. Es probable que nos enfrentemos a Briar en la final de la liga en un par de semanas, y el ganador de ese partido conseguirá acceder automáticamente al torneo nacional de la Frozen Four…
—Ese puesto será nuestro —suelto.
—Quiero a mis chicos espabilados y concentrados en el partido. Todo el mundo dice que tu padre juega limpio. Esperaba que se pudiera decir lo mismo de su hija. —Chasquea la lengua con desaprobación—. Y aquí estás, jugando con el pobre y dulce McCarthy.
—No estoy jugando con él —digo, irritada—. A veces nos enrollamos. Es divertido. Al contrario de lo que puedas pensar, las decisiones que tomo no tienen nada que ver con mi padre ni su equipo.
—Bueno, las decisiones que tomo yo sí que son para mi equipo —replica—. Y he decidido que quiero que te mantengas al margen de mis chicos. —Se traga otro bocado de tarta—. Joder, esto está buenísimo. ¿Quieres un poco? —Me acerca el tenedor.
—Prefiero morir antes que poner los labios en ese tenedor.
Se ríe.
—Quiero probar la de nuez. ¿Te importa?
Lo miro.
—Si la has pedido tú, so memo.
—Guau, estás gruñona esta noche, tía buena. Supongo que yo también lo estaría si me hubieran dado plantón.
—No me han dado plantón.
—¿Cómo se llama y cuál es su dirección? ¿Quieres que vaya a darle una paliza?
Rechino los dientes.
Toma un trozo del postre intacto que tengo delante.
—Madre mía, esta está incluso mejor. Mmmm. Ohhh, qué bueno.
Y, de repente, el capitán del equipo de hockey de Harvard gime y gruñe de placer como si representara una escena de American Pie. Trato de ignorarlo, pero ese punto traidor entre mis piernas tiene otra idea y se estremece sin parar con los ruiditos sexuales de Jake Connelly.
—¿Puedo irme ya? —gruño. Solo que, un segundo. ¿Por qué le pido permiso? Nadie me tiene como rehén. No puedo negar que estoy ligeramente entretenida, pero este chico también me acaba de acusar de acostarme con sus chavales para arruinar las posibilidades de Harvard de ganar a Briar.
Me encanta mi equipo, pero no hasta ese punto.
—Claro. Vete si quieres. Pero primero escribe a McCarthy para decirle que habéis terminado.
—Lo siento, Jakey. No acato órdenes tuyas.
—Ahora sí. Necesito la cabeza de McCarthy en el partido. Corta con él.
Alzo la barbilla en una pose testaruda. Sí, debo aclarar las cosas con Josh. Creía que había remarcado la naturaleza casual de nuestros encuentros, pero está claro que él ha ido más allá si el capitán del equipo se ha referido a él como «enamorado».
De todos modos, no quiero dar a Connelly la satisfacción de ponerme de su parte. Soy así de quisquillosa.
—Que no acato órdenes tuyas —repito mientras meto un billete de cinco dólares bajo mi taza medio vacía. Con esto debería bastar para pagar mi café, la propina de Stacy y cualquier desajuste emocional que pueda haber sufrido esta noche—. Haré lo que me dé la gana con McCarthy. Tal vez lo llame ahora mismo.