Detente, ¿cómo va tu vida?. Érika Pavón

Detente, ¿cómo va tu vida? - Érika Pavón


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algo bien y que ahora tenía el reconocimiento de todos a mi alrededor.

      Yo creía que mi seguridad iba a durar eternamente por lo que había logrado. Pero no, solo duró unas semanas. Siempre buscaba demostrar a los demás que podía hacer algo perfecto. Quería reconocimiento. No lograrlo me causaba desánimo, frustración e inseguridad. En lugar de impulsarme, prefería quedarme callada.

      Por eso quiero preguntarte: ¿cuánto nos exigimos por tratar de ser perfectos para los demás o por querer hacer lo que todos dicen que es perfecto para ser reconocidos?

      Nuestra realidad es que somos seres imperfectos y eso nos hacer ser perfectos como humanos.

      ¿QUÉ ESTÁS ESPERANDO

       DEL EXTERIOR?

      En la escuela nos enseñan que el que obtiene un diez de calificación es el mejor niño del salón. Desde pequeños nos acostumbramos a recibir premios o palmaditas en la espalda cuando hacemos las cosas correctas, así como castigos cuando no lo hacemos bien. Como los aplausos que recibí cuando gané el concurso de declamación.

      Nos enseñan a pensar en el qué dirán, la clásica preocupación o miedo por el juicio que otros puedan tener acerca de nuestras acciones, comportamientos o situaciones. Por ejemplo, yo soy de Campeche, una pequeña ciudad al sureste del país, en donde escuchar esas palabras es muy común. Cuando algún amigo me invitaba a tomar un café para hablar de algún proyecto o solo por mera convivencia, enseguida me preocupaba por lo que la gente pudiera pensar si nos veían. Podía parecer que estábamos en una cita o que me estaba enamorando y yo no quería ser parte de ningún chisme. Por lo que en muchas ocasiones opté por ir acompañada.

      El miedo a ser juzgados tiene que ver con una búsqueda, a veces muy inconsciente, por la aprobación de los otros. Por eso es normal que al sentir que hacemos algo bien surjan emociones de felicidad, alegría y entusiasmo. Nos gusta sentirnos aceptados por los demás. Aunque es cierto que también en ocasiones puede causar que las personas se conformen con la idea de no llegar más alto para no sentirse defraudados. Pero ¿qué sucede cuando sentimos que no hacemos las cosas como deberían ser? Nos desvivimos por demostrar que podemos llegar a la cima siempre y no disfrutamos el momento porque estamos buscando lo perfecto en diferentes ámbitos.

      A diferencia de los animales, cuando nacemos necesitamos de otro ser humano para sobrevivir. Es desde ese momento que aparece nuestro primer patrón de dependencia. A esto, Milton Erickson, hipnoterapeuta estadounidense ícono de la Psicología y pionero en aplicar las técnicas de hipnotismo a la psicoterapia, lo llama pensamiento de conciencia de primer orden.

      Erickson menciona que ese primer nivel tiene que ver con la forma en que lo externo, las creencias y personas nos alimentan y cómo ello suele hacernos esperar cosas del exterior para ser felices. La paradoja es que depender de los demás automáticamente nos trae sufrimiento y dolor porque nos vuelve esclavos.

      Con esto no quiero decir que dejes de dar tu mejor esfuerzo. Todo lo contrario. Cada impulso y reconocimiento es importante, pero es más importante que los recibas por ti y no porque los demás lo noten. Muchas veces, en lugar de que el reconocimiento y los comentarios de aliento se conviertan en nuestros mejores amigos internos, sucede lo contrario: creamos una voz interior que se transforma en nuestro peor enemigo. Se encarga de repetirnos lo que no hacemos bien según lo que esperamos, nos recuerda cada imperfección, altera nuestras emociones y centra nuestra energía en lo malo y en asuntos inconclusos que pueden generarnos vacío.

      ¿Qué pasaría si crearas a tu mejor amigo interno para que te impulse a diario? Te daría la oportunidad de sentir, experimentar y, cuando falles, en lugar de concentrarte en el error, te permitiría repensar que todo el entusiasmo que pusiste en la experiencia es lo que te ayuda a ser la persona que eres hoy.

      Te preguntarás: ¿cómo podemos crearlo? Hay un ejercicio que me encanta compartir en sesión y consiste en lo siguiente: darnos cinco minutos en la mañana mientras nos arreglamos. Solo necesitas verte al espejo y hablar contigo, no importa si es en voz alta o en silencio, lo importante es que al ver tu reflejo te digas a ti mismo: “Hoy es un día maravilloso y es mejor que ayer. Tú [mencionas tu nombre] eres un increíble ser humano, tienes todo para lograr lo que te propones. Te amo y estoy contigo”.

      Es importante que lo realices por una semana y le vayas añadiendo diferentes cumplidos o frases que te agraden, imagina que estás hablando con tu mejor amigo interno. Esto te servirá en gran forma para los momentos de vulnerabilidad cuando estamos pasando por situaciones difíciles llenas de negatividad y necesitamos de esa voz interior positiva que te anima a levantarte y continuar.

      Por eso te pregunto: ¿qué está pasando con tu vida y lo que esperas del exterior?

      ¿CÓMO ESTÁS CALMANDO

       TUS TORMENTAS PERSONALES?

      Es importante que cuando surja una situación que nos haga sentir mal, podamos identificar el origen de lo que estamos sintiendo. De esa forma también podremos determinar y reorientar la idea hacia otra perspectiva más constructiva y positiva que nos genere motivación, entusiasmo y crecimiento personal.

      Si sentiste dolor, deja que fluya. Haz lo mismo con el enojo o la tristeza. Identifica qué originó esa emoción en ti y pregúntate: ¿cuánto tiempo de tu día le quieres dar? Sin evadir ni hacerte la víctima. Simplemente deja que la emoción aparezca. Todos tenemos emociones y no siempre nos permitimos sentirlas porque las evadimos. Sin embargo, ¿qué pasaría si las dejamos aparecer sin estancarnos en ellas? En el momento en que empezamos a fluir es cuando realmente empezamos a vivir.

      El ejercicio que voy a compartirte a continuación me parece maravilloso para conectarnos con nuestras emociones y empezar a trabajar en ellas. Primero, busca un lugar donde nadie te moleste y ponte lo más cómodo posible. Si necesitas quitarte los zapatos o cambiarte de ropa, hazlo.

      Comienza aflojando cada parte del cuerpo, después tensa al inhalar mientras cuentas del uno al tres. Afloja los músculos al exhalar y continúa contando del cuatro al seis. Siente cómo cada parte, desde la cabeza hasta los dedos de los pies, se relaja, y después siéntelo de vuelta, de los pies a la cabeza.

      Respira lentamente, con mucha profundidad y concéntrate solo en esas respiraciones. Es normal que mientras más profundas sean, la intensidad de tus emociones vaya en aumento y comiencen a aparecer pensamientos que te desconcentren. Si esto sucede, reduce el ritmo de la respiración. De esa forma podrás explorar las sensaciones que afloran en tu cuerpo y concentrarte en los sentimientos con los que las asocias: miedo, rabia, incluso no sentir nada. Repite en tu cabeza: “Me permito sentir”. Permanece de esa forma durante 20 o 30 minutos. Es probable que durante ese tiempo se presenten distintos tipos de sentimientos, pero solo enfócate en el de mayor intensidad. Si no se presenta ninguno, trata de evocar alguna situación que te haya afectado emocionalmente, pero intenta no observar los detalles de la escena, solo concéntrate en el recuerdo de las sensaciones físicas que experimentaste y tráelas a tu presente.

      Cuida el tiempo que pasas en la práctica, programa un cronómetro para que no superes los 30 minutos. La idea no es quedarte con los sentimientos, sino salir de ellos. Una vez que concluyas el ejercicio, ponte de pie, abre los ojos y estírate o camina, échate agua en la cara si crees que es necesario para despejarte. Practica este ejercicio de forma gradual, es decir, comienza con diez minutos y ve incrementando el tiempo hasta que puedas llegar a la media hora. Verás que te servirá para reconocer tus emociones, poder convivir con ellas de una forma más saludable y dejarlas ir.

      Un trabajo sobre la conciencia, la aceptación de uno mismo y sus errores fue hecho por las psicólogas Shelley Carson y Ellen Langer del Departamento de Psicología de la Universidad de Harvard. Ellas observaron lo siguiente:

      Cuando una persona se permite analizar sus errores y ve que puede aprender de ellos, piensa detenidamente en sí misma y en su mundo. Y es mucho más capaz no solo de aceptarse a sí misma y de aceptar sus errores, sino que también se permite estar agradecida y reconocer que estos contribuirán a su crecimiento futuro.

      Es


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