Confesor. José Alberto Callejo
de si al día siguiente llegaría otro embalao. No le creían tan estúpido. Aunque había otros tres delincuentes fugados o desaparecidos en las últimas semanas en tres juzgados diferentes de España. Los investigadores intuían que podrían ser otros posibles embalados.
Ybarra, Talavantes y de la Bárcena estaban de nuevo al frente de la reunión.
—¡Señores! —Ybarra intentó por tercera vez callar a los asistentes a la reunión. Subió al máximo el volumen del micrófono y el murmullo descendió de inmediato. Entonces continuó con su exposición—. Ha sido un día muy largo y agotador. Todos queremos descansar, así que vamos a organizarnos, ¿de acuerdo?
A Ybarra se le notaba en el rostro el día tan arduo que llevaba. Su impecable camisa blanca ya no lo era tanto. Estaba muy arrugada, algo inaceptable para él, y la llevaba arremangada y el cuello desabrochado. Había intentado domar su pelo alborotado con la mano sin éxito.
—El operativo de mañana se llevará de la siguiente forma…
—Señor —interrumpió uno de los agentes—, ¿repasaremos al final de la reunión los avances de la investigación? Tenemos bastantes datos…
—Lo sabemos, González, eso lo haremos mañana por la tarde. Ahora la prioridad es planear la estrategia de mañana por la mañana. Son órdenes del general.
—Al menos nos pondrán al tanto de lo que encontraron en Almería, ¿no? —interrumpió de nuevo otro de los agentes.
—Hasta que no veamos qué pasa mañana en la recepción del cuartel, la investigación queda suspendida hasta nueva orden. Si alguno de ustedes requiere información específica, puede ponerse en contacto con el sargento Melero en Almería. Él les facilitará la información necesaria. ¿Alguna otra pregunta? —dijo con un marcado tono de intolerancia. Nadie preguntó nada más—. Bien, ahora escuchen con atención al capitán Talavantes.
Ybarra accionó un pequeño mando y empezó a descender la pantalla en la que se proyectarían las imágenes que iría explicando Talavantes. Al mismo tiempo las luces se apagaron. Aprovechando la oscuridad, Ybarra se acercó a de la Bárcena.
—Hemos identificado al segundo embalado —le susurró.
—¿Cuándo? —preguntó este sorprendido—, apenas nos ha dado tiempo a llegar del aeropuerto aquí, y veníamos juntos.
—Me acaban de enviar una foto desde la uvi del hospital. Es Antonio Bustos, el cerebro de la estafa multimillonaria de los fondos de inversión Capital de Coleccionista. Se creía que se había fugado hace una semana en medio de una vista del juzgado número tres de Barcelona.
—¿Capital del Coleccionista? —preguntó de la Bárcena.
—Sí, los que estafaron a cientos de personas mayores y jóvenes con inversiones ficticias en un supuesto fondo de inversión de colecciones: monedas, piedras preciosas, antigüedades o pinturas. Bustos fue el cerebro y el que desvió decenas de millones a bancos en paraísos fiscales.
—Esto se está poniendo muy jodido —dijo de la Bárcena preocupado.
—Y que lo digas… —contestó Ybarra con la misma preocupación.
En la pantalla aparecieron imágenes aéreas del cuartel general trasmitidas por el Ojo de Dios, el satélite de inteligencia militar de la Unión Europea. El antiguo hacker informático, el agente Martínez, manipulaba con habilidad el programa de posicionamiento geográfico en su portátil. Una imagen de aproximadamente un kilómetro cuadrado alrededor del cuartel apareció en la pantalla. El programa emitía cuatro imágenes a la vez. La central ocupaba un setenta y cinco por ciento del área de proyección. Las otras tres estaban en el lateral derecho. La superior mostraba la avenida principal, la de en medio mostraba la más cercana al cuartel, y la inferior apuntaba al acceso principal del cuartel.
—Señores, antes de nada quiero decirles que el operativo a pie de calle está coordinado por la uei. Ellos dirigirán cada movimiento —advirtió Talavantes mientras sacaba un puntero láser para dar las indicaciones correspondientes—. Estas son las imágenes del Ojo de Dios. Ninguna está en tiempo real, son imágenes hechas esta mañana muy temprano, así podrán observar con claridad cómo se va a ejecutar el operativo de mañana a la misma hora. Todos deberán estar en sus puestos a las nueve en punto, que es cuando se abre al público la entrada de acceso.
Talavantes les mostró imágenes de los dos mensajeros que habían entregado ambos paquetes. Los dos aparecían caminando pero ambos habían llegado por la misma bocacalle. La misión principal era ubicar de dónde saldría el siguiente mensajero y seguir la pista en sentido contrario a sus pasos. Para ello contarían con las trece cámaras que el agente Martínez había conectado al sistema. El operativo debía realizarse con absoluta discreción. La intención no era detenerlo, a menos que estuvieran completamente seguros de actuar.
Ybarra, de la Bárcena y Talavantes estaban convencidos de que no ganarían nada con un operativo de tal magnitud. Pero lo había ordenado el General en común acuerdo con la Presidencia y no había nada que discutir, solo seguir ordenes.
21
Miércoles 9 de septiembre, 9:00 horas.
Dirección General de la Guardia Civil
Madrid
En las calles que rodeaban el cuartel todo parecía normal, como cualquier otro día de la semana. En la entrada principal el constante fluir de personas comenzó a intensificarse en cuanto dieron las nueve y media. Abogados, procuradores, militares, agentes de la Policía Nacional y público en general efectuaban sus trámites con normalidad. Carteros y mensajeros accedían por las diferentes puertas que rodeaban el edificio.
Nadie notó la presencia de la treintena de agentes secretos ubicados en zonas estratégicas. Habían organizado cuatro equipos de la uei, cada uno de ellos coordinado por un jefe y estos a su vez al mando del cabo Martínez, que dirigía el control de las cámaras de la zona. Todos ellos comunicados entre sí a través de micrófonos transparentes difíciles de apreciar a simple vista.
Talavantes le cedió su sitio a Martínez para que tuviera un mejor ángulo de visión de las cinco pantallas. Sin embargo, él solo controlaría las imágenes de las tres pantallas centrales, conectadas al satélite militar. A su derecha, el capitán Talavantes controlaría la última pantalla, que proyectaba doce imágenes diferentes en una cuadricula, una por cada cámara del cruce de la zona oeste. Detrás de ellos estaban de la Bárcena e Ybarra como meros espectadores. Especialmente Ybarra, que prefirió en esta ocasión no tocar ni un botón. No podían permitirse en más mínimo error.
Casi a las diez de la mañana se acercó por la calle derecha un furgón de carga de alquiler. Aparcó en la zona asignada para carga y descarga y de él bajó un hombre de unos cuarenta años vestido con un mono de trabajo y una gorra. Fue hacia la parte trasera, bajó la rampa hidráulica y descargó una caja grande. Subió la rampa hidráulica y cerró las puertas.
—¡Todos los agentes en alerta, que nadie se mueva hasta nueva orden! —se escuchó por radio.
El conductor se dirigió a la entrada principal con mucha parsimonia pues, al parecer, la caja pesaba bastante. Los walkies comenzaron a emitir órdenes. Diez agentes se fueron acercando al sospechoso desde los cuatro flancos. Aparentaban ser simples transeúntes, por lo que el sospechoso no notó nada extraño.
En la sala de mandos las pantallas se movían con rapidez. Los agentes rebobinaban las imágenes intentando seguir hacia atrás la trayectoria de vehículo con el fin de poder encontrar algún cómplice o alguna pista.
—No lo detengan aún. Es mejor que esperemos hasta que esté en la misma puerta, mientras revisamos los vídeos —ordenó Martínez.
Pero el hombre pasó de largo por la puerta principal y se dirigió al acceso de seguridad. Por allí accedían las empresas de servicios con trato oficial. Mostró su identificación al guardia, así como el albarán de entrega. El mensajero llevaba una fotocopiadora