Confesor. José Alberto Callejo
el juez dictó sentencia: sin arresto pero con suspensión de tres meses de empleo y sueldo. Eso sí, en su barrio nunca se volvió a ver un solo grafiti.
Cada mes encontraba bajo la puerta de su casa un sobre con dinero, una cantidad similar a la de su sueldo. Los vecinos, junto con algún compañero, hacían una colecta para suplir la falta de su sueldo. Aquellos meses lo pasó bastante mal. No sabía estar sin trabajar. Se refugió en el gimnasio, lo cual le permitió ponerse aún más en forma para seguir luchando con toda la mierda que había suelta por la calle.
Cada vez que encontraba un sobre se llenaba de orgullo. Consideraba que había hecho lo correcto y, de algún modo, aun en silencio, la sociedad aprobaba su comportamiento. Disfrutaba de su pequeño triunfo fuera de la ley escrita. Según él, esta se había vuelto demasiado proteccionista, absurda y estúpida, especialmente con los delincuentes menores. Negrete los veía como termitas: «Una termita no era problema, muchas termitas eran un gran problema».
Cuando volvió a la realidad se vio sentado en el lateral de su cama, ya sin ropa y listo para acostarse. Mientras programaba el despertador para levantarse a las seis de la mañana, se colocó la camiseta de tirantes blanca y los calzoncillos de color azul claro. Le gustaba dormir cómodo, sin arrugas que pudieran molestarlo. Se metió en la cama y ni siquiera encendió la tele. Había que madrugar para coger el avión a Almería. Estaba realmente cansado.
Por la mañana se levantó optimista. Debían encontrar cualquier pista que sirviera para meter entre rejas a ese pederasta hijo de la gran puta. Había dormido bien, sin pesadillas. Los demonios que le atormentaban con sus propios remordimientos no habían aparecido esa noche. Mejor así, el día iba a ser largo.
16
Martes 8 de septiembre, 07:15 horas.
Madrid – -Almería
Negrete llegó puntual al hangar de la Guardia Civil ubicado cerca de la terminal 1 del aeropuerto de Barajas. Esta vez Ybarra no le podría reprochar nada. Él era muy puntual y nunca le perdonaba a Negrete ni un solo minuto de retraso, especialmente cuando salían fuera de Madrid en misiones especiales de casos delicados. Cuando lo hacía, siempre recibía alguna frase irónica de su compañero. Negrete era un desastre controlando su tiempo.
Santiago Ybarra estaba al pie de la escalera de la avioneta esperando a Negrete y a Sergio de la Bárcena, que les acompañaría para dirigir al equipo de la policía científica de Almería. Este llegó justo detrás de Negrete. Subieron a la avioneta y despegaron a los pocos minutos.
Durante el trayecto Ybarra puso al corriente a Negrete de lo ocurrido la noche anterior en su despacho con la correspondencia. Le mostró una fotocopia del mensaje que venía dentro del sobre.
—¿Zayin? No sé quién será. El texto parece copiado de la Biblia —comentó Negrete sorprendido.
—No tenemos ni idea —respondió de la Bárcena—. Mi equipo está intentando averiguar qué significa o qué intenta decirnos con ese texto.
—Si no te importa, Sergio, le pediré a Chari que le mande una copia del mensaje a un amigo experto en teología de la Universidad de Salamanca. —Ybarra podía hacerlo sin la autorización de de la Bárcena, ya que él dirigía este caso, aunque le gustaba respetar la autoridad de cada departamento.
—Sin problema, toda ayuda es bienvenida. Solo una cosa, Santiago —le advirtió de la Bárcena—: sobra decir que debes guardar total discreción. Este asunto nos puede dar muchos dolores de cabeza. El remitente, o como quiera que se llame, no es un delincuente común. Está fuera de cualquier estereotipo que haya visto en toda mi carrera policial. Y piensa que mi departamento será el más cuestionado por todo este asunto.
—Cuenta con ello —respondió Ybarra con firmeza y en voz alta debido al ruido de las turbinas de la avioneta—. Este experto en teología es un buen amigo y alguien de toda confianza.
De la Bárcena les mostró el análisis dactilar del sobre. Los técnicos del laboratorio no habían encontrado absolutamente nada. Lo único que tenían claro era que la nitrocelulosa, al igual que el embalao, fueron utilizados como reclamo, pues era imposible que este pudiera explotar. Les habían confirmado que en ambos casos el compuesto era de fabricación casera. Era imposible seguir su rastro como línea de investigación, ya que la cantidad producida era muy pequeña.
Negrete les informó de cuál era personal asignado para custodiar la casa de Berja. Todos estaban citados a las diez en punto de la mañana, hora en la que entrarían las unidades a la vez. También les entregó una copia de la orden judicial para acceder a la propiedad. Las patrullas que custodiaban la casa no habían encontrado a nadie al llegar. Tampoco habían notado ningún movimiento extraño, fuera de los vecinos curiosos que se acercaron cuando vieron llegar a tantos policías. Berja es un pueblo pequeño, de algo más de quince mil habitantes. Según los informes del equipo de Negrete, la propiedad estaba registrada a nombre de los abuelos maternos del pederasta, ambos habían fallecido.
En el aeropuerto les esperaba un vehículo especial, un sedán cuatro puertas azul metalizado. Conducía el sargento Gabriel Melero, director de la Unidad de Investigación de la Guardia Civil de Almería. Había preferido recogerlos personalmente y así informarles de lo que habían adelantado durante la noche. Les quedaban unos cuarenta y cinco minutos de camino hasta llegar a Berja.
Una vez hechas las presentaciones, de la Bárcena preguntó directamente a Melero:
—Sargento, en las investigaciones previas, ¿no habían encontrado esta propiedad? ¿No sabían que existía? —dijo notablemente sorprendido.
—No, capitán. Nunca imaginamos que el pederasta tuviera más propiedades —contestó sin titubear y con seguridad. Mientas más amplias eran sus respuestas, más se notaba el típico acento de la gente de la Alpujarra almeriense. Un acento rítmico y rico en matices que, a diferencia de otros andaluces, marcan de forma especial las letras y los diptongos con a y casi todas las palabras que terminan por esa letra.
—¿Lo pasaron por alto o simplemente lo descartaron por poco probable? —insistió de la Bárcena.
—No, señor. Nos centramos en investigar las propiedades de él y de sus padres, los dos fallecidos hace varios años —explicó el sargento amablemente—. Investigamos hasta las que pudieran estar a nombre de los pseudónimos que utilizó en la red, pero no encontramos nada. Era el camino lógico, lo que marca el protocolo de la investigación.
—¿Y no tenían ni una sola pista que condujera a esta propiedad? —De la Bárcena quería llegar al fondo del asunto y saber por qué no tenían conocimiento de aquella casa.
—No es normal que alguien no haga el cambio de titularidad de una casa en tres generaciones. No sabemos si este sujeto no lo hizo por descuido o porque le convenía —aclaró el sargento Melero—. El caso es que no hay ningún pariente que pueda reclamar esa propiedad, ya que tanto él como sus padres eran hijos únicos. Y mientras pague los impuestos, nadie podrá reclamarle nada, especialmente en un pueblo tan pequeño, sin sistemas de gestión informatizados y dependiendo de otro municipio lejano.
—Entonces, el pederasta tenía un lugar perfecto para cometer sus crímenes —interrumpió Ybarra al notar la incomodidad de Melero ante el interrogatorio de de la Bárcena—. Además aquellos que lo vieran llegar al pueblo sabrían que era el nieto de los antiguos propietarios, y los niños podrían ser sus hijos…
—Tienes razón, Santiago —respondió de la Bárcena ya con tono más condescendiente—. Disculpe si he sido un poco brusco con mis preguntas, sargento, pero la información nos llegó de una forma bastante inusual y atípica.
—Lo entiendo —dijo con cierta resignación—. El agente Negrete me llamó ayer por la tarde y me ha puesto al corriente de todo. No he profundizado en el asunto con mis agentes. No quiero que trascienda nada, de momento.
—Bien hecho, Gabriel —observó Ybarra mientras le daba una palmadita afectiva en la espalda.
Melero les informó