Aventuras y desventuras de un viejo soldado II. Juan Saavedra Rojas

Aventuras y desventuras de un viejo soldado II - Juan Saavedra Rojas


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honores con paso de parada.

      El mal vivir, la bebida, la mala alimentación e incluso la soledad, fueron haciendo efecto en el físico de Luis Almendra, en más de alguna oportunidad, se acercaba pidiéndome que le extirpara desde su boca, ya totalmente infectada por la gingivitis (la gingivitis es una enfermedad bucal, generalmente bacteriana, que provoca inflamación y sangrado de las encías, causada por los restos alimenticios que quedan atrapados entre los dientes. Es muy frecuente que su origen sea causado por el crecimiento de las muelas del juicio, que produce una concavidad, que es donde se deposita el agente patógeno o bacteria) alguna pieza dental que ya totalmente suelta y a punto de caer, le molestaba o atormentaba, acción que con solo tirarla desde su posición, se eliminaba fácilmente, eso sí sin dejar de sangrar, lo que con un trago de alcohol, en la botillería o cantina cercana detenía de inmediato.

      Almendra, ya sin dientes, incluso con bastones ortopédicos, de vez en cuando aparece por los alrededores a saludar, buscar su remesa de licor y alguna pequeña caridad que lo ayude a sobrevivir.

       Acción desacertada o juicio falso

      Año tras año, se recibe al contingente que viene a realizar su Servicio Militar Obligatorio. Por aquellos años, se realizaban los preparativos necesarios para recibirlos en las mejores condiciones. Un arduo trabajo se efectuaba, acondicionando dependencias, dormitorios, comedores, elementos de instrucción, vestuario y equipo y una infinidad de otras materias castrenses.

      En aquella ocasión, la mayoría de los ciudadanos provenía desde ciudades alejadas, principalmente gente del interior de las provincias, algunos incluso sin salir de sus pueblos, desde hacía mucho tiempo, jóvenes muy humildes y de una condición social baja, algunos de ellos se hacían acompañar por sus padres.

      Acontecido algún tiempo e instalados cada uno de ellos en su unidad de combate, poco a poco se van acostumbrando y adaptando a la disciplina rigurosa de los primeros meses de instrucción militar.

      Siempre acompañados por sus comandantes de escuadra, que es la unidad básica de combate, son los que tienen una relación permanente con cada uno de los soldados nuevos, desde muy temprano por la mañana hasta muy tarde del día, hora en que termina la instrucción.

      En un día de esos y en plena instrucción, se presenta un soldado conscripto muy afligido y apesadumbrado ante su comandante de escuadra, informando que su padre había muerto, atentando contra su vida.

      El comandante de escuadra ante tan desgraciado suceso, a la brevedad y conforme al debido conducto regular, lo presenta ante el comandante de sección, este al comandante de compañía y, finalmente, al comandante de batallón, disponiéndose que el afectado y atribulado soldado, de forma urgente viaje hacia su alejado domicilio.

      Mientras el comandante de escuadra se encargaba de sacar el pasaje respectivo hacia la lejana ciudad, en la unidad de combate, sus instructores y compañeros solidariamente, dispusieron una ayuda económica para solventar algunas necesidades que le pudiera ocasionar tan presuroso viaje.

      Siempre acompañado por su comandante de escuadra, se dirigió hacia el terminal de buses, en donde se despidieron con un sentido abrazo. El comandante no se alejó del lugar, hasta que vio que el bus se fue alejando poco a poco, perdiéndose, finalmente, entre las calles de la ciudad.

      Al día siguiente, el comandante de escuadra al llegar al cuartel, se sorprendió de ver al soldado conscripto muy feliz y contento esperándolo y expresando:

      —Mi cabo, mi papá no se ha matado.

      —Pero hombre, ¿cómo sabes eso? Me gustaría saber.

      —La carta, no la leí bien. Con más tranquilidad, en el bus, me di cuenta que me había equivocado, así es que por eso me devolví.

      —¿Qué carta? Muéstramela de inmediato.

      Entre curioso y ofuscado, el comandante de escuadra, tomó la misiva y la comenzó a leer:

      «Querido hijo: espero que al recibo de esta cartita te encuentres bien. Pasando a otro punto, te contaré que tu papá se mató, colgando del árbol, al chancho que tenía en engorda, para celebrar su cumpleaños».

      El cabo no hallaba qué hacer, si reír o ponerse a llorar. Abrazó al soldado conscripto por su ingenua honestidad. Joven de campo, pensó… Por volver de su viaje y dar cuenta del error cometido.

      Lo presentó a sus superiores directos, haciendo énfasis en la inexcusable inexperiencia de no haber reunido los antecedentes necesarios antes de presentarlo a quienes correspondía. El soldado conscripto, al término de su periodo básico de instrucción, fue premiado con unos días de permiso para visitar a su familia, por su honestidad y conducta moral, pasando a ser un ejemplo ante sus camaradas.

       La María Mortero

      Se paseaba por los alrededores de la unidad, ocasionalmente, buscando relacionarse con los soldados conscriptos, normalmente con los que se encontraban de guardia.

      Era pequeña, menuda y sencilla en su forma de vestir, de buena y agradable presencia, siempre usaba vestido lo que resaltaba su figura de mujer, muy habladora y amistosa. Los soldados la ubicaban debido a que, normalmente, ella les llevaba algún alimento, lo que los hacía enganchar muy fácilmente.

      Hablaba largo rato con ellos, principalmente con los centinelas en las garitas y puestos de observación más alejados, con el objeto de huir y desaparecer del lugar sin ser ubicaba.

      Sin embargo, un comandante de relevos, un día cualquiera y por antecedentes recibidos de un soldado, supo que la señorita María Mortero, como le habían puesto por sobrenombre los soldados, andaba rondando por las cercanías de los puestos de vigilancia, enamorada de un conscripto que siempre visitaba, logrando con él una amistad más íntima y duradera que con los otros. El pretendido soldado, una vez que era informado que la niña estaba esperando en una de las alejadas garitas, se presentaba voluntario para ocupar el puesto de su compañero, así lograban verse y emprender sus charlas amorosas, hasta el momento del respectivo relevo.

      Fue así que el comandante de relevos, en vez de hacer sus rondas por dentro del recinto, las realizó por fuera de la unidad, sorprendiendo infraganti a la enamorada. La que todavía se encontraba con algunos de sus regalitos en alimentos para el conscripto de guardia. Abordada y detenida, fue trasladada hacia las dependencias de la guardia, junto con el centinela que fue relevado inmediatamente de su puesto, con el objeto de ser interrogado por el oficial de guardia.

      Efectivamente, la María Mortero se había enamorado del conscripto como se lo manifestó al oficial en el interrogatorio, expresando que cada vez que este estaba de guardia concurría a visitarlo a alguna garita alejada de la guardia principal, donde conversaban largos momentos, mientras su compañero vigilaba que nadie los descubriera esperando el relevo correspondiente. ¡Eso sí! Saboreando algún manjar que la enamorada muchacha, a modo de agradecimiento, le entregaba mientras compartía con su adorado galán.

      Dentro de las cosas que normalmente le llevaba, encontraron fruta, pan, queques y los infaltables cigarrillos. Se cuenta que ambos se enamoraron y una vez licenciado y cumplido su Servicio Militar Obligatorio, él ahora ciudadano, se la llevó a vivir a una ciudad en el sur del país. Sin volver a saberse nunca más de aquella sencilla joven que merodeaba por las cercanías de la unidad y que todos apodaban María Mortero.

       Pasaje de microbús

      Es increíble cómo pasa el tiempo y al mirar hacia atrás, hacia el pasado no queda otra cosa que reflexionar, que todo lo malo o bueno de las circunstancias y eventualidades de la vida, cimentan lo que se avecina por vivir o sobrevivir.

      «¿Qué sería un escritor sin esa traba que le obliga a sutiles vueltas y revueltas para decir lo que no se puede decir? La técnica literaria sale ganando», José Martínez Ruiz, Azorín.

      El joven soldado se sube al microbús cargando un pesado bolso de equipaje, paga su pasaje y se sienta en el asiento muy cercano al mío. Mi mente


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