Aventuras y desventuras de un viejo soldado II. Juan Saavedra Rojas

Aventuras y desventuras de un viejo soldado II - Juan Saavedra Rojas


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por todos los ejercicios realizados en el Servicio Militar Obligatorio y lo segundo, por la visita a mis familiares el fin de semana de permiso, disfrutando cada minuto al lado de ellos.

      Paso a paso, llego al paradero, introduzco mi mano al bolsillo del uniforme buscando dinero para cancelar el pasaje correspondiente, «Sorpresa, no tenía nada, ni un peso». A pesar de que la situación económica de la familia no era muy buena, siempre juntaban algún dinero para entregarme, para cubrir mis necesidades personales. ¡Manifestaban! Ese fin de semana, justamente, no fue así.

      Como tenía que presentarme al cuartel a las 22:00 horas, para acuartelarme, pensé en hacer dedo.

      Hacer dedo o como se le dice en otros lugares, jalar dedo, pedir aventón, pedir cola, etc. Hacer autoestop o autostop (expresión tomada del francés faire de l’autostop), hacer dedo, tirar dedo, pedir un aventón, pedir un raite (del inglés ride), pedir la cola, pedir pon, coger botella (en Cuba) entre otros términos, es una práctica realizada por viajeros que buscan transporte de manera gratuita, con otros viajeros que se trasladan en automóvil, camión o por algún otro medio.

      Dejé pasar algunos vehículos, «si llegaba atrasado, me exponía a una sanción disciplinaria». En aquellos tiempos, en las salidas y permisos «franco», se vestía el uniforme militar en todo momento, además del típico corte de pelo a lo soldado conscripto, me serviría para identificarme.

      Decidí, finalmente, apremiado por el tiempo, detener el microbús y explicarle al conductor que no tenía dinero para pagar el pasaje hacia mi destino. «Pensé y consideré, seguramente apremiado por la situación puntual que estaba viviendo»… ¡Conducir un microbús es una tarea compleja en la que intervienen aspectos como la percepción y la mayoría de las veces, la buena voluntad para soportar solicitudes como la mía!

      Muy avergonzado, así lo hice, afortunadamente el chofer con un movimiento de su cabeza asintió para que subiera, tomé mi bolsa ropera y ascendí, agradeciendo su actitud solidaria hacia tan fastidiosa situación económica.

      Y volví a razonar. Me costaba imaginar que existen conductores profesionales que sufren a diario precarias condiciones para realizar su trabajo y son tratados denigrante y negligentemente por el público, sus jefes o patrones, afectando su salud, vida personal y familiar.

      Soportando horarios de trabajo extensos, incluso vulnerando sus derechos, lo que les produce trastornos de ansiedad fruto de un estrés psicoemocional por las largas jornadas de conducción, poniendo en riesgo la seguridad de miles de pasajeros. «Y yo, agravando aún más su condición y disposición».

      Al llegar a las cercanías de mi destino, le prometí intensamente, que le pagaría el pasaje en alguna oportunidad, con una afable sonrisa que denotaba comprensión. Como seguramente no era la primera vez que se le presentaba esta situación, abrió las puertas del microbús; bajé raudamente y con mi mano en la visera, le agradecí militarmente una vez más, su entrañable actitud hacia este humilde recluta.

      Jamás volví a ver al chofer del microbús, sin embargo, esta narración es también un sencillo y humilde agradecimiento a su siempre vilipendiada actividad y esforzado trabajo.

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