El eco de las máscaras. Mauricio Vélez Upegui
El obrar trágico
Conclusiones
Referencias
Tres atributos de la acción trágica
Primer atributo: esforzada
Segundo atributo: completa
Tercer atributo: acción de cierta amplitud
Conclusiones
Referencias
El principio de la alternancia en la tragedia ática
Coro-Actor (héroe)
Actor (héroe)-Coro
Dicotomías y sentido
Conclusiones
Referencias
¿Una cláusula ambigua?
Dos pasiones del alma
Pasiones y catarsis
El modo estético-estructural
El modo pragmático-terapéutico
Conclusiones
Referencias
Deseo expresar mi gratitud a aquellas personas que han tenido que ver, de una u otra manera, con el resultado del proyecto académico e investigativo que ahora presento.
Al señor rector de la Universidad EAFIT, Juan Luis Mejía Arango, en su calidad de director del Comité Editorial de la Editorial EAFIT y como entusiasta impulsor de la Colección Académica.
Al señor Jorge Alberto Giraldo Ramírez, exdecano de la Escuela de Ciencias y Humanidades, quien en su momento contribuyera a validar la propuesta de trabajo que presenté a mediados del año 2018 ante el pleno del Consejo de la Escuela de Humanidades y parte de cuyo producto es este material.
Al actual decano de nuestra escuela, señor Adolfo Eslava Gómez y a nuestra jefa de Departamento, señora Liliana María López Lopera, quienes nunca han dejado de ver con buenos ojos el hecho de que los profesores demos a la luz pública el producto escrito de nuestros intereses y preferencias de estudio.
Gracias y reconocimiento, igualmente, a mis colegas del Departamento de Humanidades –Alba Clemencia Ardila de Robledo, recientemente jubilada pero intelectualmente activa, Sonia Inés López Franco, María Rocío Arango Restrepo, Alba Patricia Cardona Zuluaga, Julder Alexander Gómez Posada, Germán Darío Vélez López, Juan Manuel Cuartas Restrepo, Juan Camilo Suárez Roldán, Alejandra Toro Murillo, Efrén Alexander Giraldo Quintero, Jorge Uribe Lozada, Andrés Felipe Vélez Posada, Juan Pablo Pino Posada, Fernando Iván Mora Meléndez– por estar siempre dispuestos a remozar el espíritu inherente al quehacer académico y la amistad que hemos consolidado más allá de los espacios institucionales.
Cómo no extenderles mi aprecio, así mismo, a los estudiantes de las Maestrías en Estudios Humanísticos y Hermenéutica Literaria por haberse dispuesto a leer y discutir en su momento, con atinados y críticos comentarios, algunos de los textos que aquí se publican, ya corregidos y ampliados.
Me place agradecer, desde luego, a la jefa de la Editorial EAFIT, Claudia Ivonne Giraldo Gómez, por acoger gentilmente mis páginas, presentarlas ante el Comité Editorial, someterlas a revisión y, finalmente, reunirlas en forma de libro.
Extiendo mi gratitud, además, al señor Cristian Alejandro Suárez Giraldo, editor de la casa editorial de EAFIT, por leer el conjunto de los textos, llamarme la atención sobre algunas repeticiones, incoherencias, oscuridades y demás faltas en que se incurre al escribir y por mostrarme no pocas vías de solución para remediar dichos problemas.
Manifiesto también mi agradecimiento a la estudiante del programa en Ciencias Políticas Ana María Peralta Vélez, por haberse hecho cargo de los escollos tecnológicos contra los que a menudo choqué, en mi intento por familiarizarme con algunos de los múltiples comandos que ofrece el computador.
Sería cometer una imperdonable insolencia de mi parte si no le manifestara mi más sincero aprecio, respeto y gratitud a la magíster en Estudios Humanísticos, y en la actualidad profesora de cátedra de los Departamentos de Humanidades y Gobierno y Ciencias Políticas, Laura Fuentes Vélez, por fungir de primera lectora y correctora de mis líneas y por obrar de archivista de muchas de mis búsquedas y consultas bibliográficas, en momentos en que ella podría haber dedicado su tiempo a estudiar, a seguir aprendiendo lenguas extranjeras (“vivas” y “muertas”) y a preparar sus clases con el juicio que la caracteriza.
Por último, no sobra subrayar que a nadie más que a mí deben ser atribuidas las debilidades filológicas, léxicas, sintácticas, temáticas, argumentativas y bibliográficas que este trabajo pudiera contener.
Como sea, me anima la esperanza de que algunas de las ideas que aquí ventilo les puedan resultar “dulces y útiles” (en el sentido horaciano de los términos) a algunos lectores.
¿Acaso está al tanto de que su actividad, sustentada por igual en palabras y melodías, arrastra consigo una promesa incierta de mudanza existencial o, si se prefiere, de recambio de vida y vislumbre de otros destinos, enaltecidos en algunos casos y deslustrados en la mayoría? ¿Por ventura tiene claro que lo que hace, en jornadas que alteran la rutina de las mañanas y las tardes, no es más que un serio ejercicio de simulación, o de mímesis –según un lozano vocabulario que ya empieza a calar entre las gentes de la época–, en virtud del cual la ficción suplanta a la realidad y los falsos semblantes a los rostros naturales? ¿Quizás intuye que el oficio que realiza, inicialmente en parajes campestres y luego en el marco urbano de festividades religiosas patrocinadas por ciudadanos, constituye un bálsamo espiritual cuyos efluvios afectan de manera diferente el alma de los espectadores? Está demás contestar cualquiera de estas preguntas, pues si de su vida apenas quedan menciones vacilantes, de su obra –no digamos fundacional, pero sí precursora– solo contados versos han escapado a la voracidad del olvido; pero ninguno de los que se conservan, en estado fragmentario, refleja la intimidad de sus vivencias, pensamientos o esbozos artísticos.
Si hay verdad en decir que el tiempo entraña variación, también la hay en sostener que las señas de identidad de no pocas personalidades del pasado pueden variar con el tiempo. Tespis no se sustrae a esta danza y contradanza de atribuciones. Quien durante años fuera visto como un hombre legendario, después habrá de adquirir realce histórico. Fuentes inactuales así lo atestiguan. La Suda, esa monumental biblioteca bizantina del siglo X, informa que era oriundo de Icaria, población situada en la región del Ática, y que Temón, su padre, le habría