Las profecías y revelaciones de santa Brígida. Santa Brígida

Las profecías y revelaciones de santa Brígida - Santa Brígida


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de la primera señora, porque tiene dominio sobre ella. Uno de sus caballeros le dijo a esta dama: ‘Señora mía, estoy dispuesto a hacer lo que pueda por ti, si pudiera copular contigo al menos una vez. Al fin y al cabo, soy poderoso, fuerte y tengo un corazón valiente, no temo nada y estoy hasta dispuesto a morir por ti’. Ella le contestó: ‘Sirviente mío, tu amor es grande. Sin embargo, yo estoy sentada en un trono muy alto, tan sólo tengo un asiento y hay tres puertas entre nosotros.

      La primera puerta es tan estrecha que cualquier prenda que un hombre lleve sobre su cuerpo se engancha y queda rota y arrancada. La segunda puerta es tan aguda que corta hasta las fibras nerviosas. La tercera, arde con un fuego tal que nadie escapa a su ardor sin quedar derretido como el cobre. Además, estoy sentada tan en lo alto que cualquiera que quiera sentarse conmigo –al tener yo un solo trono— caería en las grandes profundidades del caos debajo de mí’. El demonio le respondió: ‘Daré mi vida por ti, pues una caída no representa nada para mí’.

      Esta señora es la soberbia y cualquiera que quiera llegar a ella pasará como por tres puertas. Por la primera puerta entran aquellos que dan todo lo que tienen para recibir honores humanos, por su soberbia, y si no tienen nada vuelcan toda su voluntad en vivir con orgullo y cosechar alabanzas. Por la segunda puerta entra la persona que dedica todo su trabajo y todo lo que hace, todo su tiempo, todos sus pensamientos y toda su fuerza para satisfacer su soberbia. Y aún así, si tuviera que dejar que hirieran su cuerpo, por conseguir honores y riquezas, lo haría gustosa. Por la tercera puerta entra la persona que nunca se calla ni se aquieta sino que arde como el fuego con el pensamiento de cómo conseguir algún honor mundano o posición de soberbia, pero cuando obtiene lo que desea no puede permanecer mucho tiempo en el mismo estado sino que termina cayendo miserablemente. Pese a todo esto, la soberbia aún permanece en el mundo.

      “Yo soy –dijo María—la más humilde. Estoy sentada en un trono espacioso. Sobre mí no hay sol, ni luna ni estrellas, ni siquiera nubes, sino un brillo inconcebible y una calma maravillosa de la clara belleza de la majestad de Dios. Por debajo de mí no hay ni tierra ni piedra sino un incomparable descanso en la bondad de Dios. Cerca de mí no hay ni barreras ni paredes sino la gloriosa corte de los ángeles y de las almas santas. Aunque estoy sentada en un trono sublime, oigo a mis amigos que viven en la tierra, entregándome diariamente sus suspiros y sus lágrimas. Veo sus luchas y su eficacia, que es mayor que la de aquellos que luchan por su dama, la soberbia. Por ello, los visitaré y los reuniré conmigo en mi trono, porque éste es espacioso y hay sitio para todos.

      Sin embargo, aún no pueden venir y sentarse conmigo porque hay aún dos muros entre ellos y yo, mediante los cuales los conduciré confiadamente para que puedan llegar hasta mi trono. El primer muro es el mundo, y es estrecho. Así, mis servidores en el mundo recibirán consolación de mi parte. El segundo muro es la muerte. Por eso, yo, su más querida Señora y Madre, acudiré a reunirme con ellos en la muerte, de manera que aún en la misma muerte puedan sentir mi refrigerio y consuelo. Los reuniré conmigo en el trono del gozo celestial de manera que, en la alegría sin fin, puedan descansar eternamente en brazos del amor perpetuo y de la gloria eterna”.

      Amorosas palabras del Señor a la esposa sobre cómo se multiplica el número de falsos cristianos hasta el punto de que están volviendo a crucificar a Cristo, y sobre cómo aún Él está dispuesto a aceptar la muerte una vez más por la salvación de los pecadores, si fuera posible.

      Capítulo 30

      Yo soy Dios. Yo creé todas las cosas para beneficio de la humanidad, para que todo le sirviera e instruyera. Pero, hasta su propia condenación, los seres humanos abusan de todo lo que hice para su beneficio. Les importa menos Dios y le aman menos que a las cosas creadas. Los judíos prepararon tres tipos de castigo para mí, en mi pasión: primero, la madera en la que, después de haber sido azotado y coronado de espinas, fui colgado; segundo, el hierro, con el cual clavaron mis manos y mis pies; tercero, la hiel que me dieron a beber. Además me lanzaron blasfemias, como si Yo fuera un fatuo debido a la muerte que libremente soporté, y me llamaron falso debido a mis enseñanzas.

      El número de personas así se ha multiplicado ahora en el mundo y hay muy pocos que me consuelen. Me cuelgan en el madero por su deseo de pecar; me azotan con su impaciencia, pues nadie soporta ni una palabra por mí, y me coronan con las espinas de su soberbia, que hace que quieran llegar más alto que Yo. Clavan mis manos y pies con el hierro de sus corazones endurecidos, puesto que se glorían de pecar, y se endurecen tanto que no me temen. Por hiel me ofrecen tribulaciones y, por haber sufrido mi pasión con alegría, me llaman falso y vanidoso.

      Soy lo suficientemente poderoso como para hundirlos, y también al mundo entero, si quisiera, por causa de sus pecados. Sin embargo, si les hundiese, los que quedasen me servirían por temor y eso no sería correcto, porque las personas deben servirme por amor. Si viniese personalmente y me mezclase con ellos en una forma visible, sus ojos no soportarían el verme ni sus oídos escucharme ¿Cómo podría un ser mortal mirar a otro inmortal? Aún así, volvería a morir por la humanidad, si fuera posible”.

      Entonces apareció la bendita Virgen María y su Hijo le preguntó: ‘¿Qué deseas, Madre mía, mi elegida?’ Y ella contestó: ‘¡Ten misericordia de tu creación, Hijo mío, por tu amor!’ Él agregó: ‘Seré misericordioso una vez más, por ti’. Entonces, el Señor hablo a su esposa, diciéndole: ‘Yo soy tu Dios, el Señor de los ángeles. Soy Señor de la vida y de la muerte. Yo mismo deseo habitar en tu corazón ¡Te amo tanto! Los Cielos, la tierra y todo lo que hay en ella no me pueden contener, pero aún así deseo habitar en tu corazón, que no es más que un pedazo de carne. ¿Qué has de temer o qué te ha de faltar cuando tengas dentro de ti a Dios todopoderoso, en quien se encuentra toda la bondad?

      Tiene que haber tres cosas en un corazón para que me sirva de morada: una cama en la que podamos descansar, un asiento donde nos podamos sentar y una lámpara que nos dé luz. Haya, pues, en tu corazón una cama para un sereno reposo, donde puedas descansar de los bajos pensamientos y deseos del mundo ¡Acuérdate siempre del gozo eterno! El asiento ha de ser tu intención de permanecer conmigo, aún cuando a veces tengas que salir. Iría contra la naturaleza que permanecieras continuamente en pie. La persona que está siempre de pie es la que siempre desea estar en el mundo y nunca viene a sentarse conmigo. La luz de la lámpara ha de ser la fe, mediante la cual crees que Yo puedo hacer cualquier cosa, que soy todopoderoso sobre todas las cosas”.

      Sobre cómo la esposa vio a la dulcísima Virgen María engalanada con una corona y otros adornos de extraordinaria belleza, y sobre cómo San Juan Bautista explicó a la esposa el significado de la corona y de las demás cosas.

      Capítulo 31

      La esposa vio a la Reina de los Cielos, la Madre de Dios, luciendo una preciosa y radiante corona sobre su cabeza, con su cabello extraordinariamente bello suelto sobre sus hombros, una túnica dorada con destellos de un brillo indescriptible y un manto del azul de un cielo claro y calmo. Estando la esposa colmada de maravilla ante esta amorosa visión y manteniéndose en su encantamiento como sobrecogida de gozo interior, se le apareció el bendito San Juan Bautista y le dijo: “Presta mucha atención a lo que todo esto significa. La corona representa que ella es la Reina, Señora y Madre del Rey de los ángeles. Su cabello suelto indica que ella es una virgen pura e inmaculada. El manto del color del cielo quiere decir que ella está muerta a todo lo temporal. La túnica dorada significa que ella estuvo ardiente e inflamada en el amor a Dios, tanto internamente como en el exterior.

      Su Hijo le colocó siete lirios en su corona y, entre los lirios, siete piedras preciosas. El primer lirio es su humildad; el segundo, el temor; el tercero, la obediencia; el cuarto, la paciencia; el quinto, la firmeza; el sexto, la mansedumbre, pues Ella amablemente da a todo el que le pide; el séptimo es su misericordia en las necesidades, pues en cualquier necesidad que se encuentre un ser humano, si la invoca con todo su corazón, será rescatado. Entre estos lirios resplandecientes, su Hijo colocó siete piedras preciosas. La primera es su extraordinaria virtud, pues no existe virtud en ningún otro espíritu ni en ningún otro cuerpo que ella no posea con mayor excelencia.

      La segunda piedra preciosa es su perfecta pureza, pues la Reina de los Cielos es tan pura que ni una sola mancha o pecado se ha encontrado nunca en ella desde el principio, cuando


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