Las profecías y revelaciones de santa Brígida. Santa Brígida
está abierta a todos.
Date cuenta de que Yo morí por amor y nadie me compensa con amor, sino que se apoderan de lo que, en justicia, es mío. Sería justo que la persona mejorase su vida en proporción al esfuerzo que costó redimirla. Sin embargo, ahora la gente quiere vivir lo peor, en proporción al dolor que sufrí redimiéndoles. Cuanto más les muestro lo abominable de su pecado, más osadamente le lanzan a pecar. Mira, pues, y considera que no sin motivo estoy enojado. Se las arreglan para cambiar por sí mismos mi buena voluntad en enfado. Los redimí del pecado y ellos se enredan cada vez más en el pecado. Por ello, esposa mía, dame lo que estás obligada a darme, es decir, mantén tu alma limpia para mí porque yo morí por ella para que tú pudieras mantenerte pura para mí”.
La amable pregunta de la Madre a la esposa, humilde respuesta de la esposa a la Madre, la útil réplica de la madre a la esposa y sobre el progreso de las buenas personas entre los malvados.
Capítulo 22
La madre habló a la esposa de su Hijo diciéndole: “Tú eres la esposa de mi Hijo. Dime, ¿qué es lo que hay en tu mente y qué es lo que desearías?” La esposa respondió: “Señora mía, tú lo sabes, porque tú lo sabes todo”. La bendita Virgen agregó: “Aunque yo lo sepa todo, me gustaría que me lo dijeras en presencia de estas personas que te escuchan”. La novia dijo: “Señora mía, temo dos cosas. Primero –dijo— temo no lamentarme ni enmendarme por mis pecados tanto como desearía. Segundo, estoy triste porque tu Hijo tiene muchos enemigos”.
La Virgen María contestó: “Te daré tres remedios para la primera preocupación. En primer lugar, piensa en cómo todos los seres que tienen espíritu, como las ranas o cualquier otro animal, de vez en cuando tienen problemas, incluso cuando sus espíritus no son eternos sino que mueren con sus cuerpos. Sin embargo, tu espíritu y toda alma humana vive para siempre. Segundo, piensa en la misericordia de Dios, porque no hay nadie que, por muchos pecados que tenga, no sea perdonado si tan sólo reza con contrición y con la intención de mejorar. Tercero, piensa cuánta gloria consigue el alma cuando vive con Dios y en Dios eternamente.
Te voy a dar también tres remedios para tu segunda preocupación sobre lo abundantes que son los enemigos de Dios. Primero, considera que tu Dios y Creador y el de ellos es también su Juez, y que ellos nunca le volverán a sentenciar, aunque soportó pacientemente su maldad durante un tiempo. Segundo, recuerda que ellos son los hijos de la infamia, y piensa en lo duro e insoportable que será para ellos arder eternamente. Son siervos tan pésimos que se quedarán sin herencia, mientras que los buenos hijos sí la recibirán. Pero tal vez te preguntes: ‘¿Nadie, entonces, ha de predicar para ellos?’ ¡Claro que sí!
Recuerda que, muy a menudo, las buenas personas se mezclan con los perversos y que los hijos adoptivos a veces se alejan de los buenos, como el hijo pródigo que se marchó a una tierra lejana y llevó una vida de perdición. Pero, a veces lo predicado revierte su conciencia y ellos vuelven al Padre, y yo les acepto como antes de pecar. Así que se debe predicar especialmente para ellos porque, aunque un predicador pueda encontrar sólo gente perversa a su alrededor, debe pensar en sus adentros: ‘Tal vez haya algunos entre ellos que se volverán hijos de mi Señor. Por ello, predicaré para ellos’. Ese predicador será muy premiado.
En tercer lugar, considera que a los malvados se les permite continuar viviendo como prueba para los malos, para que ellos, exasperados por lo hábitos de los perversos, puedan conseguir su remuneración como fruto de su paciencia. Esto lo podrás entender mejor por medio de un ejemplo. Una rosa desprende un agradable aroma, es bella para la vista y suave para el tacto, pero crece entre espinas que pinchan si las tocas, son feas a la vista y no desprenden ningún buen olor. Igualmente, las personas buenas y rectas, pese a que pueden ser agradables por su paciencia, bellas por su carácter y suaves por su buen ejemplo, aún no pueden progresar ni ser puestas a prueba a menos que estén entre los malvados.
La espina es, a veces, la protección de la rosa, de forma que nadie la arranque en plena floración. Igualmente, los malvados ofrecen a los buenos la ocasión de no seguirles en el pecado cuando, debido a la maldad de otros, los justos se reprimen ante la ruina a que les llevaría una inmoderada alegría o cualquier otro pecado. El vino no mantiene su calidad excepto entre excrementos y tampoco las personas buenas y Justas pueden mantenerse firmes en el avance hacia la virtud sin ser puestas a prueba mediante tribulaciones y siendo perseguidas por los injustos. Por ello, soporta con alegría a los enemigos de mi Hijo. Recuerda que Él es su Juez y, si la justicia demandara que Él los destruyera por completo, acabaría con ellos en un instante. ¡Toléralos, pues, tanto como Él los toleró!”.
Palabras de Cristo a su esposa describiendo a un hombre que no es sincero, sino enemigo de Dios, y especialmente sobre su hipocresía y sus características.
Capítulo 23
La gente lo ve como a un hombre bien vestido, fuerte y digno, activo en la batalla del Señor. Sin embargo, cuando se quita el casco, es repugnante de mirar e inútil para cualquier trabajo. Aparece su cerebro desnudo, tiene las orejas en la frente y los ojos en la parte trasera de su cabeza. Su nariz está cortada. Sus mejillas están hundidas, como las de un hombre muerto. En su lado derecho, su pómulo y la mitad de sus labios han caído por completo, o sea, que no queda nada en la derecha excepto su garganta descubierta. Su pecho está plagado de gusanos; sus brazos son como un par de serpientes.
Un maligno escorpión se sienta en su corazón; su espalda parece carbón quemado. Sus intestinos apestan a podrido, como la carne llena de pus, sus pies están muertos y son inútiles para caminar. Ahora te diré lo que todo esto significa. Por fuera es el tipo de hombre que parece ataviado de buenos hábitos y de sabiduría, y activo en mi servicio, pero no es así realmente. Porque si se le quita el casco de la cabeza, es decir, si la gente lo viera como es, sería el hombre más feo de todos. Su cerebro está desnudo, tanto que la fatuidad y frivolidad de sus maneras son signos suficientemente evidentes, para los hombres buenos, de que éste es indigno de tanto honor.
Si se conociera mi sabiduría, se darían cuenta de que cuanto más se eleva él en su honor sobre los demás, mucho más que los demás debiera él cubrirse de austeros modales. Sus orejas están en su frente porque, en lugar de la humildad que debiera tener por su alto rango y que debiera dejar brillar para otros, él tan solo quiere recibir halagos y gloria. En su lugar, él pone el orgullo y es por esto que quiere que todos le llamen grande y bueno. Tiene ojos en el cogote, porque todo su pensamiento está en el presente, y no en la eternidad. Él piensa en cómo complacer a los hombres y en sobre lo que se requiere para las necesidades del cuerpo, pero no en cómo complacerme a mí, ni en lo que es bueno para las almas.
Su nariz está cortada, tanto que ha perdido la discreción mediante la cuál podría distinguir entre pecado y virtud, entre la gloria temporal y eterna, entre las riquezas mundanas y eternas, entre los placeres breves y los eternos. Sus mejillas están hundidas, o sea, todo su sentido de vergüenza en mi presencia, junto con la belleza de las virtudes por las cuales podría complacerme, han muerto por completo al menos en lo que a mí respecta. Tiene miedo de pecar por miedo de la vergüenza humana, pero no por miedo de mí. Parte de su pómulo y labios han caído, sin que le quede nada salvo la garganta, porque la imitación de mis trabajos y la predicación de mis palabras, junto con la oración sentida desde el corazón, se han derrumbado en él, por lo que no le queda nada salvo su garganta glotona. Pero él encuentra, en la imitación de lo depravado y en el involucrarse en asuntos mundanos, algo a la vez saludable y atractivo.
Su pecho está plagado de gusanos porque, en él, donde debiera estar el recuerdo de mi pasión y la memoria de mis obras y mandamientos, tan solo hay preocupación por asuntos temporales y deseos mundanos. Los gusanos han corroído su conciencia, de forma que ya no piensa en cosas espirituales. En su corazón, donde a mí me gustaría morar y donde debería residir mi amor, reside un maligno escorpión de cola venenosa y rostro insinuante. Esto es porque de su boca salen palabras seductoras y aparentemente sensibles, pero su corazón está lleno de injusticia y falsedad, porque no le importa si la Iglesia a la que representa se destruye, mientras él pueda seguir adelante con su voluntad egoísta.
Sus brazos son como serpientes porque, en su perversidad, alcanza a los simples y los atrae hacia sí con simplicidad,