Las profecías y revelaciones de santa Brígida. Santa Brígida
y sobre el sufrimiento de la Madre en la muerte de Cristo.
Capítulo 27
La Madre de Dios habló a la esposa, diciendo: “Hija mía, quiero que sepas que donde hay danza hay tres cosas: alegría vacía, voces confusas y trabajo sin sentido. Si alguien entra en la danza angustiado y triste, entonces su amigo, que se encuentra en pleno disfrute de la danza pero que ve a un amigo suyo entrando triste y melancólico, deja inmediatamente su diversión, abandona la danza y se conduele con su angustiado amigo. Esta danza es el mundo, que siempre se encuentra atrapado por una ansiedad que a los vacuos les parece gozo. En este mundo hay tres cosas: alegría vacía, palabrería frívola y trabajo sin sentido, porque un hombre ha de dejar tras de sí todo aquello en lo que se afana.
¡Quién, en la plenitud de esta danza mundana, va a considerar mis fatigas y angustias y se va a condoler conmigo –que abandoné todo gozo mundano—y va a apartarse del mundo! Cuando mi Hijo murió yo era como una mujer con el corazón traspasado por cinco espadas. La primera fue su vergonzosa y afrentosa desnudez. La segunda espada fue la acusación contra Él, pues le acusaron de traición, de falsedad y de perfidia. Él, quien yo sabía que era justo y honesto y que nunca ofendió ni quiso ofender a nadie. La tercera espada fue su corona de espinas, que perforó su sagrada cabeza tan salvajemente que la sangre saltó hasta su boca, su barba y sus oídos. La cuarta espada fue su voz mortecina en la cruz, con la que gritó al Padre diciéndole: ‘Padre ¿por qué me has abandonado? Era como si dijera: ‘Padre, nadie se apiada de mí, sólo tú’. La quinta lanza que cortó mi corazón fue su amarguísima muerte.
Su preciosísima sangre se le derramaba por tantas venas como espadas traspasaron mi corazón. Las venas de sus manos y pies fueron horadadas, y el dolor de sus nervios perforados le llegaba hasta el corazón y desde su corazón volvía de nuevo a recorrer sus terminaciones nerviosas. Su corazón era fuerte y vigoroso, al haber sido dotado de una buena constitución, esto hacía que su vida resistiera luchando contra la muerte y que su amargura se prolongara aún más en el colmo de su dolor. A medida que su muerte se aproximaba y su corazón reventaba ante tan insoportable dolor, de repente todo su cuerpo se convulsionó y su cabeza, que se le iba hacia atrás, pareció erguirse de alguna manera.
Abrió levemente sus ojos semicerrados y a la vez abrió su boca, de forma que pudo verse su lengua ensangrentada. Sus dedos y brazos, que habían estado muy contraídos, se le estiraron. Nada más entregar su espíritu, su cabeza se abatió sobre su pecho. Sus manos se corrieron un poco desde el lugar de las heridas y sus pies tuvieron que soportar la mayor parte del peso. Entonces, mis manos se resecaron, mis ojos se nublaron en oscuridad y mi rostro se quedó lívido como la muerte. Mis oídos no oían nada, mis labios no podían articular palabra, mis pies no me sostenían y mi cuerpo cayó al suelo.
Cuando me levanté y vi a mi hijo, con un aspecto peor que un leproso, le entregué toda mi voluntad, sabiendo que todo había ocurrido según su voluntad y no habría sucedido si él no lo hubiese permitido. Le di las gracias por todo y cierto júbilo se entremezcló con mi tristeza, porque vi que Él, quien nunca había pecado, por su grandísimo amor, quiso sufrirlo todo por los pecadores. ¡Que esos que están en el mundo contemplen lo que pasé cuando murió mi Hijo, y que siempre lo tengan en su memoria!”.
Palabras del Señor a la esposa describiendo cómo fue juzgado un hombre ante el tribunal de Dios, y sobre la horrible y terrible sentencia dictada sobre él por Dios y por todos los santos.
Capítulo 28
La esposa vio que Dios estaba enojado y dijo: “Yo soy sin principio ni fin. No hay cambio en mí ni de años ni de días. Todo el tiempo del mundo es como una sola hora o momento para mí. Todo el que me ve, contempla y entiende todo lo que hay en mí en un instante. Sin embargo, esposa mía, al estar tú en un cuerpo material no puedes percibir ni conocer igual que un espíritu. Por ello, por tu bien, te explicaré lo que ha sucedido. Yo estaba, por así decirlo, sentado en el tribunal para juzgar, porque todo juicio me ha sido dado, y cierta persona vino a ser juzgada ante el tribunal.
La voz del Padre resonó y le dijo: ‘Más te valiera no haber nacido’. No era porque Dios se arrepintiese de crearlo, sino como cualquiera que sintiera preocupación por otra persona y se compadeciese de él. La voz del Hijo intervino: ‘Yo derramé mi sangre por ti y acepté una durísima penitencia, pero tú te has enajenado completamente y eso ya no tiene nada que ver contigo’. La voz del Espíritu dijo: ‘Yo busqué por todos los rincones de su corazón para ver si podía encontrar algo de ternura y caridad, pero es tan frío como el hielo y tan duro como una piedra. Este hombre no me concierne’.
Estas tres voces no se oyeron como si fueran tres dioses, sino que han sido hechas audibles para ti, esposa mía, porque de otra forma no habrías podido comprender este misterio. Las tres voces del Padre, el Hijo y el Espíritu Santo se transformaron inmediatamente en una sola voz que retumbó y dijo: “¡De ninguna manera merece el reino de los Cielos! La Madre de la misericordia permaneció en silencio y no desplegó su merced pues el defendido no era digno de ello. Todos los santos clamaron a una voz diciendo: ‘Es justicia divina para él el ser perpetuamente exiliado de tu reino y de tu gozo’. Todos en el purgatorio dijeron: “No tenemos una penitencia suficientemente dura para castigar tus pecados. Habrás de soportar mayores tormentos y, por lo tanto, tienes que ser apartado de nosotros’.
Entonces, el mismo defendido exclamó con una horrenda voz: ‘¡Ay, ay de la semilla que fecundó en el vientre de mi madre y de la que yo me formé!’. Por segunda vez exclamó: ‘¡Maldita la hora en la que mi alma se unió a mi cuerpo y maldito aquél que me dio un cuerpo y un alma!’. Volvió a clamar una tercera vez: ‘¡Maldita la hora en la que salí a vivir del vientre de mi madre!’ Entonces llegaron tres voces horribles del infierno, que le decían: ‘¡Ven con nosotros, alma maldita, como el líquido que se derrama hasta la muerte perpetua y vive sin fin!’ Por segunda vez, las voces lo volvieron a llamar: ‘¡Ven, alma maldita, vaciada por tu maldad! ¡Ninguno de nosotros dejará de llenarte de su propio mal y dolor!’. Por tercera vez, agregaron: ‘¡Ven, alma maldita, pesada como una piedra que se hunde y se hunde y nunca alcanza fondo en el que descansar! Descenderás más bajo que nosotros y no pararás hasta que no hayas llegado a lo más profundo del abismo’.
Entonces, el Señor dijo: ‘Como un hombre con varias esposas, que ve caer a una y se aparta de ella y se vuelve hacia las otras, que permanecen firmes, y se alegra con ellas, así Yo he apartado de él mi rostro y mi merced y me he vuelto a los que me sirven y me obedecen y me alegro con ellos. Por tanto, ahora que has sabido de su caída y desdicha, ¡sírveme con mayor sinceridad que él, en proporción a la mayor misericordia que te he dispensado! ¡Apártate del mundo y de sus deseos! ¿Acaso acepté yo tan acerba pasión por la gloria del mundo, o por que no podía consumarla en menos tiempo y con más facilidad? ¡Claro que podía! Sin embargo, la justicia exigía eso. Como la humanidad pecó en todos y cada uno de sus miembros, se tuvo que hacer cumplida justicia en todos y cada uno de los miembros.
Por esto, Dios, en su compasión por la humanidad y en su ardiente amor hacia la Virgen, recibió de ella una naturaleza humana a través de la cual pudo soportar todo el castigo al que estaba abocada la humanidad. Al haber tomado Yo vuestro castigo sobre mí, por amor, permanece firme en la verdadera humildad, como mis siervos ¡Así no tendrás nada de que avergonzarte ni nada que temer más que a mí! Guarda tus palabras de tal forma que, si esa fuera mi voluntad, tú no hablarías. No te entristezcas por las cosas temporales, que tan sólo son pasajeras. Yo puedo hacer a quien yo quiera rico o pobre. ¡Así pues, esposa mía, deposita toda tu esperanza en mí!”.
EXPLICACIÓN
Este hombre era un canónico de noble reputación y subdiácono, quien, habiendo obtenido una falsa dispensación, se quiso casar con una rica doncella. Sin embargo, fue sorprendido por una muerte repentina y no consiguió su objetivo.
Palabras de la Virgen a la hija, sobre dos señoras, una que se llama “soberbia” y la otra “humildad”, simbolizando esta última a la más dulce de las Vírgenes, y sobre cómo la Virgen acude a reunirse con aquellos que la aman a la hora de su muerte.
Capítulo 29
La Madre de Dios se