Las profecías y revelaciones de santa Brígida. Santa Brígida
el Hijo habló en presencia de la Corte Celestial y dijo: “Aunque todo lo sabéis en mí, hablo para esta esposa mía que está aquí. A vosotros me dirijo, ángeles, decidme: ¿Quién es el que no tuvo principio ni tendrá fin? ¿Y quién es el que creó todas las cosas y no fue creado por nadie? Hablad y dad testimonio. Respondieron los ángeles todos a una voz: “Señor, ése eres Tú, y damos testimonio de tres cosas: Primero, de que eres nuestro Creador y de todo lo que hay en el cielo y en la tierra. Segundo, de que eras y serás sin principio, tu dominio es sin fin y tu poder eterno. Nada se ha hecho sin ti y sin ti nada puede existir. En tercer lugar, testimoniamos que vemos en ti toda justicia además de todo lo que ha sido y será. Todas las cosas son presentes para ti, sin principio ni fin”.
Después, dijo a los profetas y patriarcas: ¿Quién os condujo de la esclavitud a la libertad? ¿Quién dividió las aguas ante vosotros? ¿Quién os dio la Ley? Profetas, ¿quién os dio inspiración para hablar? Ellos respondieron: “Tú, Señor. Tú nos sacaste de la esclavitud. Tú nos diste le Ley. Tú inspiraste nuestro espíritu para hablar”.
Posteriormente, le dijo a su Madre: “¡Da verdadero testimonio de todo lo que sabes de mí! Ella respondió: “Antes de que el ángel que me enviaste viniera a mí, yo estaba sola en cuerpo y alma. Cuando fueron pronunciadas las palabras del ángel, tu Cuerpo estuvo dentro de mí en sus naturalezas divina y humana, y sentí tu Cuerpo en mi cuerpo. Te engendré sin dolor. Te parí sin angustia. Te envolví en pañales y te alimenté con mi leche. Estuve contigo desde tu nacimiento hasta tu muerte.
Entonces, dijo el Señor a los apóstoles: “¡Decid a quién visteis, oísteis y percibisteis con vuestros sentidos! Ellos le respondieron: “Oímos tus palabras y las escribimos. Oímos tus palabras prodigiosas cuando nos diste la Nueva Ley, cuando con una palabra Tú diste la orden a los demonios y ellos salieron, cuando con una palabra resucitaste a los muertos y sanaste a los enfermos. Te vimos en un cuerpo humano. Vimos tus milagros en la gloria divina de tu naturaleza humana. Te vimos apresado por tus enemigos y colgado en una Cruz.
Te vimos sufrir de la manera más amarga y, después, ser enterrado en un sepulcro. Te percibimos con nuestros sentidos cuando resucitaste. Tocamos tu cabello y tu rostro. Tocamos tus miembros y tus partes llagadas. Tú comiste con nosotros y compartiste nuestra conversación. Tú eres verdaderamente el Hijo de Dios y el Hijo de la Virgen. También te percibimos con nuestros sentidos cuando ascendiste, en tu naturaleza humana, a la derecha del Padre, donde estás eternamente”.
Después, le dijo Dios a los espíritus inmundos: “Aunque en vuestra conciencia ocultáis la verdad, os ordeno que digáis quién fue el que menguó vuestro poder”. Ellos le respondieron: “Como ladrones que no dicen la verdad, a menos que tengan los pies atrapados en un durísimo madero, nosotros no diríamos la verdad si no fuéramos forzados por tu tremendo y divino poder. Tú eres quien descendió al infierno con toda tu fuerza. Tú menguaste nuestro poder en el mundo. Tú te llevaste del infierno lo que te correspondía por propio derecho. Entonces el Señor dijo: “Date cuenta, todos los que tienen un espíritu y no están arropados por un cuerpo declaran su testimonio de la verdad ante mí. Pero aquellos que tienen un espíritu y un cuerpo, en concreto los seres humanos, me contradicen. Algunos de ellos conocen la Verdad, pero no les importa. Otros no la conocen y por ello dicen que no les importa, pero afirman que todo es falso”.
Él le dijo, de nuevo, a los ángeles: “Los seres humanos dicen que vuestro testimonio es falso, que yo no soy el Creador y que no todas las cosas se conocen en mí. Por tanto, aman más a lo creado que a mí”. Él dijo a los profetas: “Los hombres os contradicen y dicen que la Ley no tiene sentido, que vosotros os liberasteis gracias a vuestro propio valor y capacidad, que el Espíritu era falso y que vosotros hablasteis por propia voluntad”. A su Madre le dijo: “Algunos dicen que tú no eres Virgen, otros que Yo no me encarné de ti, otros conocen la Verdad pero no les importa”.
A los apóstoles les dijo: “Os contradicen diciendo que sois mentirosos, que la Nueva Ley es inútil e irracional. Hay otros que creen que es verdadera pero no les importa. Ahora, pues, Yo os pregunto: ¿Quién será su juez? Todos ellos le contestaron: “Tú, Dios, que eres sin principio ni fin. Tú, Jesucristo, que eres uno con el Padre. El Padre te ha otorgado todo el poder de juzgar, Tú eres su Juez”. El Señor contestó: “Yo fui su acusador y ahora soy su Juez. Sin embargo, pese a que todo lo sé y todo lo puedo, ¡dadme vuestro veredicto sobre ellos!
Ellos respondieron: “Lo mismo que el mundo entero pereció en sus comienzos por las aguas del diluvio, igual ahora el mundo merece consumirse en fuego, pues la iniquidad y la injusticia son ahora más abundantes que entonces”. El Señor respondió: “Como soy justo y misericordioso y no hago juicio sin misericordia ni misericordia sin justicia, una vez más enviaré mi misericordia al mundo por los ruegos de mi Madre y de mis santos. Si los seres humanos no quieren escuchar, les seguirá una justicia que será, con mucho, la más severa”.
Mutuas palabras de alabanza que, en presencia de santa Brígida, se dan Jesús y María, y sobre cómo las personas ven ahora a Cristo como innoble, desgraciado e indigno, le dicen que Él es así, y sobre la eterna condena de estas personas.
Capítulo 46
María habló a su hijo, diciendo: “¡Bendito seas tú, que eres sin principio ni fin! Tú tuviste el cuerpo más noble y bello; tú fuiste el más valiente y virtuoso de los hombres. Tú fuiste la más digna de las criaturas”. El Hijo respondió: “Las palabras que salen de tus labios me resultan dulces y deleitan lo más profundo de mi corazón como la más dulce de las bebidas. Tú eres para mí la más dulce de las criaturas. De la manera en que una persona puede ver distintos rostros en un espejo pero ninguno le agrada más que el suyo propio, así, aunque Yo ame a mis santos, a ti te amo con un particular amor, porque Yo nací de tu carne.
Tú eres como un incienso selecto, cuyo olor subió hasta la divinidad y la atrajo a tu cuerpo. Esta misma fragancia elevó tu cuerpo y tu alma hasta Dios, donde tú estás ahora en cuerpo y alma. Bendita seas, porque los ángeles se regocijan en tu hermosura y todos los que te invocan con un corazón sincero quedan liberados gracias a tu poder. Todos los demonios tiemblan ante tu luz y no se atreven a permanecer en tu esplendor porque ellos siempre quieren estar en las tinieblas.
Tú me has alabado por tres cualidades. Has dicho que Yo tenía el cuerpo más noble, después has afirmado que Yo era el más valiente de los hombres y, tercero, has dicho que Yo era la más digna de las criaturas. Estas cualidades son contradichas, ahora, tan sólo por aquellos que poseen un cuerpo y un alma. Dicen que Yo poseo un cuerpo innoble, que soy el hombre más desgraciado y la más indigna de las criaturas. ¿Qué es más innoble que arrastrar a otros al pecado? Esto es lo que dicen de mi cuerpo: que conduce al pecado. Dicen, literalmente, que el pecado no es tan repugnante ni disgusta a Dios tanto como lo que Yo he dicho. ‘Porque –según ellos—nada existe a menos que Dios quiera y nada ha sido creado sin Él. ¿Por qué, entonces, no podríamos usar todo lo creado como nosotros queramos? Nuestra natural fragilidad así lo exige y esta es la forma en que todos hemos vivido antes y aún vivimos’.
Así es como, ahora, las personas se dirigen a Mí. Mi naturaleza humana, con la que aparecí entre los hombres como Dios verdadero, es efectivamente considerada por ellos como innoble, a pesar de lo mucho que Yo aparté a la humanidad del pecado y les mostré lo grave que esto era, como si Yo les hubiera alentado a hacer algo inútil y torpe. Dicen, literalmente, que nada es noble excepto el pecado y todo aquello que satisfaga sus caprichos. También dicen que Yo soy el más desgraciado de los hombres. ¿Quién es más desgraciado que alguien que, cuando dice la verdad, ve su boca magullada por las piedras que le arrojan y es golpeado en la cara y, encima de todo eso, escucha los reproches de la gente diciéndole: ‘si fuera un hombre se vengaría’?. Esto es lo que hacen conmigo.
Hablo con ellos a través de sabios doctores y de la Sagrada Escritura, pero ellos dicen que Yo miento. Hieren mi boca con piedras y con puñetazos cometiendo adulterio, matando y mintiendo. Dicen: ‘Si fuera un hombretón, si fuera el más poderoso de Dios, se vengaría de estas transgresiones’. Sin embargo, Yo sufro en mi paciencia. Cada día, les oigo afirmar que el castigo ni es eterno ni tan severo como se ha dicho, y mis palabras se consideran mentiras.