Las profecías y revelaciones de santa Brígida. Santa Brígida

Las profecías y revelaciones de santa Brígida - Santa Brígida


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señor, todo lo que tengo es tuyo. ¡Sé tú ahora el amo! Yo seré tu siervo y tu invitado’.

      Esos son los tipos de casa en los que me gusta estar, donde oigo esas palabras. Yo soy como el visitante rechazado por los hombres. Aunque puedo entrar en cualquier lugar, en virtud de mi poder, aún así, bajo el mandato de la justicia, tan sólo entro allí donde las personas me reciben de buena voluntad como a su verdadero Señor, no como a un huésped, y confían su propia voluntad en mis manos”.

      Palabras de mutua alabanza de la Madre y el Hijo, sobre la gracia concedida por el Hijo a su Madre para las almas del purgatorio y los que aún están en este mundo.

      Capítulo 50

      María habló a su Hijo diciéndole: “¡Bendito sea tu nombre, Hijo mío, bendita y eterna sea tu divina naturaleza, que no tiene principio ni fin! En tu naturaleza divina hay tres atributos maravillosos de poder, sabiduría y virtud. Tu poder es como la más ardiente de las llamas ante la cual cualquier cosa firme y fuerte, así como la paja seca, pasará por el fuego. Tu sabiduría es como el mar, que nunca se puede vaciar debido a su abundancia, y que cubre valles y montañas cuando aumenta y las inunda. Es igualmente imposible comprender y penetrar tu sabiduría. ¡Qué sabiamente has creado a la humanidad y la has establecido sobre toda tu creación!

      ¡Qué sabiamente ordenaste a las aves en el aire, a las bestias en la tierra, a los peces en el mar, dando a cada uno su propio tiempo y lugar! ¡Qué maravillosamente a todo das la vida y se la quitas! ¡Qué sabiamente das conocimiento a los incipientes y se lo quitas a los soberbios! Tu virtud es como la luz del sol, que brilla en el cielo y llena la tierra con su resplandor. Tu virtud, de esa manera, satisface lo alto y lo bajo y llena todas las cosas. ¡Por eso, bendito seas Hijo mío, que eres mi Dios y mi Señor!”.

      El Hijo respondió: “Mi querida Madre, tus palabras me resultan dulces, pues proceden de tu alma. Eres como la aurora que avanza en clima sereno. Tú iluminas los Cielos; tu luz y tu serenidad sobrepasan a todos los ángeles. Por tu serenidad atrajiste a ti al verdadero sol, es decir, a mi naturaleza divina, tanto que el sol de mi divinidad vino hasta ti y se asentó en ti. Por su candor, tú recibiste el candor de mi amor más que todos los demás y, por su esplendor, fuiste iluminada en mi sabiduría más que todos los demás. Las tinieblas fueron arrojadas de la tierra y todos los cielos se alumbraron a través de ti.

      En verdad Yo digo que tu pureza, más agradable para mí que todos los ángeles, atrajo tanto a mi divinidad hasta ti que fuiste inflamada por el calor del Espíritu. En Él tú engendraste al verdadero Dios y hombre, resguardado en tu vientre, por el que la humanidad ha sido iluminada y los ángeles colmados de alegría. ¡Así, bendita seas por tu bendito Hijo! Y por ello, ninguna petición tuya llegará a mí sin ser escuchada. Cualquiera que pida misericordia a través de ti y tenga intención de enmendar sus caminos conseguirá gracia. Como el calor viene del sol, igualmente toda la misericordia será dada a través de ti. Eres como un abundante manantial del que mana toda la misericordia para los desdichados”.

      A su vez, la Madre respondió al Hijo: “¡Tuyos sean todo el poder y la gloria, Hijo mío! Eres mi Dios y mi merced. Todo lo bueno que tengo viene de ti. Eres como una semilla que, aún sin ser sembrada, creció y dio cientos y miles de frutos. Toda misericordia emana de ti y aún, siendo incontable e indecible, puede simbolizarse por el número cien, que representa la perfección, pues todo lo perfecto y la perfección se deben a ti. El Hijo respondió a la Madre: “Madre, me has comparado correctamente a una semilla que nunca fue sembrada y aún así creció, pues en mi divina naturaleza Yo acudí a ti y mi naturaleza humana no fue sembrada por inseminación alguna y aún así crecí en ti, y la misericordia emanó desde ti para todos. Has hablado correctamente. Ahora, pues, porque extraes de mí misericordia por la dulzura de tus palabras, pídeme lo que desees y se te dará”.

      La madre agregó: “Hijo mío, por haber conseguido de ti la misericordia, te pido que tengas misericordia de los desgraciados y los ayudes. Al fin y al cabo hay cuatro lugares. El primero es el cielo, donde los ángeles y las almas de los santos no necesitan nada más que a ti y te tienen, pues ellos poseen todo bien en ti. El segundo lugar es el infierno, y aquellos que viven allí están llenos de maldad, por lo que están excluidos de cualquier piedad. Así, nada bueno puede entrar en ellos nunca más. El tercero es el lugar de los que son purgados. Éstos necesitan una triple merced, pues están triplemente afligidos. Sufren en su audición, pues no oyen nada más que lamentos, dolor y miseria. Son afligidos en su vista, pues no ven más que su propia miseria. Son afligidos en su tacto, pues tan sólo sienten el calor del fuego insoportable de su angustioso sufrimiento ¡Asegúrales tu misericordia, Señor mío, Hijo mío, por mis ruegos!”.

      El Hijo contestó: “Con gusto les garantizaré una triple misericordia, por ti. En primer lugar, su audición será aliviada, su vista será mitigada y su castigo será reducido y suavizado. Además, desde este momento, aquellos que se encuentren en el mayor de los castigos del purgatorio pasarán a la fase intermedia, y los que estén en la fase intermedia avanzarán a la condena más leve. Los que estén en la condena más leve cruzarán hacia el descanso”. La madre respondió: “¡Alabanzas y honor a ti, mi Señor!” Y, de inmediato, añadió: “El cuarto lugar es el mundo. Sus habitantes necesitan tres cosas: primera, contrición por sus pecados; segunda, reparación; tercera, fuerza para obrar el bien”.

      El Hijo respondió: “A todo el que invoque mi nombre y tenga esperanza en ti junto con el propósito de enmienda por sus pecados, esas tres cosas se les darán, además del Reino de los Cielos. Tus palabras son tan dulces para mí que no puedo negarte nada de lo que me pidas, pues tú no quieres nada más que lo que Yo quiero. Eres como una llama brillante y ardiente por la que las antorchas apagadas se reencienden y, una vez reencendidas, crecen en fuerza. Gracias a tu amor, que subió hasta mi corazón y me atrajo a ti, aquellos que han muerto por el pecado revivirán y los que estén tibios, y oscuros como el humo negro, se fortalecerán en mi amor”.

      Palabras de la Madre de alabanza al Hijo y sobre cómo el Hijo glorioso compara a su dulce Madre con un lirio del campo.

      Capítulo 51

      La Madre habló a su Hijo diciéndole: “¡Bendito sea tu nombre, Hijo mío, Jesucristo! ¡Alabada sea tu naturaleza humana que sobrepasa a toda la creación! ¡Gloria a tu naturaleza divina sobre todas las bondades! Tus naturalezas divina y humana son un solo Dios”. El Hijo respondió: “Madre mía, eres como una flor que ha crecido en un valle a cuyo alrededor hay cinco montañas. La flor ha crecido de tres raíces y tiene un tallo muy derecho, sin nudos. Esta flor tiene cinco pétalos suavísimos. El valle y su flor sobrepasaron a las cinco montañas y los pétalos de la flor se extienden sobre cada altura del cielo y sobre todos los coros de ángeles.

      Tú, mi querida Madre, eres ese valle en virtud de la gran humildad que posees en comparación con los demás. Éste sobrepasa a las cinco montañas. La primera montaña fue Moisés, debido a su poder. Porque mantuvo el poder sobre mi pueblo por medio de la Ley, como si lo sostuviera firme en su puño. Pero tú mantuviste al Señor de toda Ley en tu vientre y, por ello, eres más alta que esa montaña. La segunda montaña fue Elías, quien fue tan santo que su cuerpo y su alma ascendieron al lugar sagrado. Tú, sin embargo, querida Madre, fuiste asunta en alma al trono de Dios sobre todos los coros de los ángeles y tu más puro cuerpo está allí junto a tu alma. Tú, por tanto, mi querida Madre, eres más alta que Elías.

      La tercera montaña fue la gran fuerza que poseía Sansón en comparación con otros hombres. Aún así, el demonio lo venció con argucias. Pero tú venciste al demonio por tu fuerza. Así pues, tú eres más fuerte que Sansón. La cuarta montaña fue David, un hombre acorde con mi corazón y deseos, que sin embargo cayó en el pecado. Pero tú, Madre mía, te sometiste completamente a mi voluntad y nunca pecaste. La quinta montaña era Salomón, quien estaba lleno de sabiduría, pero pese a ello se hizo fatuo. Tú, en cambio, Madre, estabas llena de toda la sabiduría y nunca fuiste ignorante ni engañada. Eres, pues, más alta que Salomón.

      La flor brotó de tres raíces en el sentido de que tú poseíste tres cualidades: obediencia, caridad y entendimiento divino. De estas tres raíces creció el más derecho de los tallos, sin un solo nudo, es decir, tu voluntad no se inclinó


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