Las profecías y revelaciones de santa Brígida. Santa Brígida
también creó al otro espíritu, pues tan sólo hay un Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo, y estos no son tres dioses sino un solo Dios. Ambos fuimos bien hechos y creados por Dios, porque Dios tan sólo ha creado lo bueno. Pero Yo soy como una estrella, pues me he mantenido fiel en la bondad y en el amor de Dios, en quien fui creado, y él es como el carbón, porque ha abandonado el amor de Dios. Por ello, igual que una estrella tiene brillo y esplendor y el carbón es negro, un buen ángel, que es como una estrella, tiene su esplendor, o sea, el Espíritu Santo.
Pues todo lo que tiene lo tiene de Dios, del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Crece inflamado en el amor de Dios, brilla en su esplendor, se adhiere a él y se conforma a sí mismo con su voluntad sin querer nunca nada más que lo que Dios quiere. Es por esto que arde y es por esto que está limpio. El demonio es como feo carbón y es más feo que ninguna otra criatura, porque, igual que era más hermoso que los demás, tuvo que volverse más feo que los demás porque se opuso a su Creador. Igual que el ángel de Dios brilla con la luz de Dios y arde incesantemente en su amor, así el demonio está siempre quemándose en la angustia de su maldad. Su maldad es insaciable, como la gracia y la bondad del Espíritu Santo es indescriptible. No hay nadie en el mundo tan enraizado en el demonio que el buen Espíritu no lo visite alguna vez y mueva su corazón. Igualmente, tampoco hay nadie tan bueno que el demonio no trate de tocarlo con la tentación. Muchas personas buenas y justas son tentadas por el demonio con el permiso de Dios. Esto no es por maldad alguna de su parte sino para su mayor gloria.
El Hijo de Dios, uno en divinidad con el Padre y el Espíritu Santo, fue tentado en la naturaleza humana que tomó. ¡Cuánto más son sus elegidos puestos a prueba para una mayor recompensa! De nuevo, muchas buenas personas caen a veces en pecado y su conciencia se oscurece por la falsedad del demonio, pero ellos se vuelven a levantar robustecidos y se mantienen más fuertes que antes mediante el poder del Espíritu Santo. Sin embargo, no hay nadie que no se dé cuenta de esto en su conciencia, tanto si la sugestión del demonio conduce a la deformidad del pecado como a la bondad, sólo con pensar en ello y examinarlo cuidadosamente. Y así, esposa de mi Señor, tú no has de dudar sobre si el espíritu de tus pensamientos es bueno o malo. Pues tu conciencia te dice qué cosas has de ignorar y cuáles escoger.
¿Qué ha de hacer una persona que está llena del demonio si, por esta razón, el Espíritu bueno no puede entrar en ella? Tiene que hacer tres cosas. Ha de hacer una pura e íntegra confesión de sus pecados, la cual, aún cuando no pueda estar profundamente arrepentida, debido a la dureza de su corazón, aún le puede beneficiar en la medida en que –debido a su confesión—el demonio le de cierta tregua y se aparte del camino del Espíritu bueno. Segundo, ha de ser humilde, decidir reparar los pecados cometidos y hacer todo el bien que pueda, y entonces el demonio empezará a abandonarla. Tercero, para conseguir que vuelva a ella de nuevo el buen Espíritu tiene que suplicar a Dios en humilde oración y, con el verdadero amor, arrepentirse de los pecados cometidos, ya que el amor a Dios mata al demonio. El demonio es tan envidioso y malicioso que antes muere cien veces que ver a alguien hacer con Dios un mínimo bien por amor”.
Entonces, la bendita Virgen habló a la esposa, diciendo: “¡Nueva esposa de mi Hijo, vístete, ponte el broche, es decir, la pasión de mi Hijo!” Ella le respondió: “¡Señora mía, pónmelo tú misma!” Y Ella dijo: “Claro que lo haré. También quiero que sepas cómo fue dispuesto mi Hijo y por qué los padres lo desearon tanto. Él estuvo, como si dijéramos, entre dos ciudades. Una voz de la primera ciudad le llamó diciendo: ‘Tú, que estás ahí entre las ciudades, eres un hombre sabio, pues sabes cómo protegerte de los peligros inminentes. También eres lo bastante fuerte como para resistir los males que amenazan. Además eres valiente, pues nada temes. Hemos estado deseándote y esperándote ¡Abre nuestra puerta! ¡Los enemigos la están bloqueando para que no se pueda abrir!’
Una voz de la segunda ciudad se oyó diciendo: ‘¡Tú hombre humanísimo y fortísimo, escucha nuestras quejas y gemidos! ¡Considera nuestra miseria y nuestra miserable penuria! Estamos siendo trillados como hierba cortada por una guadaña. Estamos languideciendo, apartados de toda bondad y toda nuestra fuerza nos ha abandonado ¡Ven a nosotros y sálvanos, pues solo a ti hemos esperado, hemos puesto nuestra esperanza en ti como libertador nuestro! ¡Ven y termina con nuestra penuria, transforma en gozo nuestros lamentos! ¡Sé nuestra ayuda y nuestra salvación! ¡Ven, dignísimo y benditísimo cuerpo, que procede de la purísima Virgen!’
Mi Hijo escuchó estas dos voces de las dos ciudades, es decir, del Cielo y del infierno. Por ello, en su misericordia, abrió las puertas del infierno mediante su amarga pasión y el derramamiento de su sangre, y rescató de allí a sus amigos. También abrió el Cielo, y dio gozo a los ángeles, al conducir hasta allí a los amigos que había rescatado del infierno ¡Hija mía, piensa en estas cosas y mantenlas siempre ante ti!”
Sobre cómo Cristo es equiparado a un poderoso señor que construye una gran ciudad y un magno palacio, que equivale al mundo y a la Iglesia, y sobre cómo los jueces y trabajadores de la Iglesia de Dios se han convertido en un arco inútil.
Capítulo 55
Yo soy como un poderoso señor que construyó una ciudad y le puso su nombre. En la ciudad construyó un palacio donde había varias habitaciones pequeñas para almacenar lo que se necesitara. Tras haber construido el palacio y organizado todos sus asuntos, dividió a su pueblo en tres grupos, diciendo: ‘Me dirijo a ciudades remotas ¡Manteneos firmes y trabajad con valor por mi gloria! He organizado vuestra comida y necesidades. Tenéis jueces para que os juzguen, defensores para que os defiendan de vuestros enemigos, y he encargado a unos empleados que os alimenten. Ellos han de pagarme el diezmo de su trabajo, reservándolo para mi uso y en mi honor’.
Sin embargo, pasado cierto tiempo, el nombre de la ciudad cayó en el olvido. Entonces, los jueces dijeron: ‘Nuestro señor se ha marchado a regiones remotas. Vamos a juzgar correctamente y a hacer justicia de modo que, cuando vuelva, no seamos acusados sino elogiados y bendecidos’. Entonces, los defensores dijeron: ‘Nuestro señor confía en nosotros y nos ha encargado la custodia de esta casa. ¡Vamos a abstenernos de alimentos y bebidas superfluas, para no hacernos ineptos en caso de batalla! ¡Abstengámonos del sueño inmoderado, para no ser capturados de improviso!
¡Estemos también bien armados y constantemente alerta, para no ser sorprendidos con la guardia baja por un ataque enemigo! El honor de nuestro señor y la seguridad de su pueblo depende mucho de nosotros’. Después, los empleados dijeron: ‘La gloria de nuestro señor es grande y su recompensa gloriosa. ¡Vamos a trabajar fuerte y démosle no sólo un diezmo de nuestro trabajo sino todo lo que nos sobre de lo que nos gastemos en vivir! Nuestros salarios serán todos más gloriosos cuanto más amor vea nuestro señor en nosotros’.
Tras esto, pasó algo más de tiempo y el señor de la ciudad y su palacio fueron quedando olvidados. Entonces, los jueces se dijeron a sí mismos: ‘Nuestro señor se retrasa mucho. No sabemos si volverá o no ¡Juzguemos como queramos y hagamos lo que nos apetezca!’ Los defensores dijeron: ‘Somos unos tontos porque trabajamos y no sabemos cuál será nuestra recompensa ¡Aliémonos con nuestros enemigos y durmamos y bebamos con ellos! Pues no es asunto nuestro de quién hayan sido enemigos’. Tras esto, los empleados dijeron: ‘¿Por qué reservamos nuestro oro para otro? No sabemos quién se lo llevará después de nosotros.
Es mejor, pues, que lo usemos y dispongamos de ello a nuestro antojo. Demos los diezmos a los jueces y, teniéndolos de nuestra parte, podremos hacer lo que queramos’. En verdad, Yo soy como ese poderoso señor. Construí Yo mismo una ciudad, es decir, el mundo y allí coloqué un palacio, o sea, la Iglesia. El nombre dado al mundo era sabiduría divina, pues el mundo tuvo este nombre desde el principio, al haber sido hecho en divina sabiduría. Este nombre era venerado por todos y Dios era alabado por su conocimiento y maravillosamente aclamado por sus criaturas. Ahora, el nombre de la ciudad ha sido deshonrado y cambiado, y la sabiduría mundana es el nuevo nombre que se usa.
Los jueces, que en el pasado emitían sentencias justas, en el temor del Señor, ahora se vuelcan en soberbia y son la ruina de la gente sencilla. Aparentan ser elocuentes para ganarse los elogios humanos; hablan complacientemente para conseguir favores. Soportan cualquier palabra ligera para ser llamados buenos y mansos, pero permiten ser sobornados