Las profecías y revelaciones de santa Brígida. Santa Brígida
mantienen quietos. Extienden a todos su codicia y convierten lo correcto en erróneo.
Este es el tipo de sabiduría que hoy en día se tiene en más estima, mientras que la mía ha caído en el olvido. Los defensores de la Iglesia, que son los nobles y los caballeros, ven a mis enemigos, a los asaltantes de mi Iglesia, y disimulan. Escuchan sus reproches y no les importa. Conocen y comprenden las obras de aquellos que violan mis mandamientos y, sin embargo, los soportan pacientemente.
Los observan diariamente perpetrando todo tipo de pecado mortal con impunidad y no sienten compunción sino que duermen junto a ellos e intercambian tratos y favores, uniéndose a su compañía mediante juramento. Los empleados, que representan a toda la ciudadanía, rechazan mis mandamientos y se quedan con mis regalos y diezmos. Sobornan a sus jueces y les muestran reverencia para conseguir su favor y beneplácito. Me atrevo a decir, de hecho, que la espada del temor hacia mí y hacia mi Iglesia en la tierra ha sido envilecida y que se ha aceptado un saco de dinero a cambio de ella.
Palabras en las que Dios explica la revelación precedente; sobre la sentencia emitida contra estas personas y sobre cómo Dios, en algún momento, aguanta a los malvados por el bien de los justos.
Capítulo 56
Ya te dije antes que la espada de la Iglesia había sido envilecida y un saco de dinero había sido aceptado a cambio. Este saco está abierto por un extremo. En el otro extremo es tan profundo que todo lo que entra nunca alcanza el fondo, por lo que el saco nunca se llena. Este saco representa la codicia. Ésta ha excedido todos los límites y medidas y se ha hecho tan fuerte que el Señor es despreciado y nada se desea más que el dinero y el egoísmo. Sin embargo, Yo soy como un señor que a la vez es padre y juez.
Cuando su hijo llega a la audiencia, los allí presentes dicen: ‘¡Señor, procede rápidamente y emite tu veredicto!’ El Señor les responde: ‘Esperad un poco hasta mañana, porque puede que mi hijo se reforme mientras tanto’. Cuando llega el día siguiente, la gente le dice: ‘¡Procede y da tu veredicto, Señor! ¿Cuánto tiempo vas a retrasar la sentencia y no vas a condenar a culpable?’ El Señor responde: ‘¡Esperad un poco más, a ver si mi hijo se reforma! Y luego, si no se arrepiente, haré lo que sea justo’. De esta manera, soporto pacientemente a las personas hasta el último momento, pues a la vez soy Padre y Juez. Sin embargo, como mi sentencia es inconmutable, pese a que emitirla lleva mucho tiempo, castigaré a los pecadores que no se reformen o, si se convierten, les mostraré mi misericordia.
Ya te dije antes que he clasificado a las personas en tres grupos: jueces, defensores y empleados. ¿Qué simbolizan los jueces sino a los clérigos que han convertido mi divina sabiduría en corrupción y vano conocimiento? Como estudiantes avanzados, que recomponen un texto de muchas palabras en otro más breve, y con pocas palabras dicen lo mismo que se decía con muchas, los clérigos de hoy en día han tomado mis diez mandamientos y los han recompuesto en una sola frase. ¿Y cuál es esa sola frase?: ‘¡Saca tu mano y danos dinero!’ Esta es su sabiduría: hablar elegantemente y actuar maliciosamente, fingir que son míos y actuar con iniquidad contra mí.
A cambio de sobornos, amablemente soportan a los pecadores en sus pecados y, con su ejemplo, provocan la caída de la gente sencilla. Además, odian a aquellos que siguen mis caminos. Segundo, los defensores de la Iglesia, los nobles, son desleales. Han roto su promesa y su juramento y toleran con gusto a aquellos que pecan contra la fe y la Ley de mi Santa Iglesia. En tercer lugar, los empleados, o la ciudadanía, son como toros salvajes, porque hacen tres cosas: Primero, marcan el suelo con sus pisadas; segundo, se llenan hasta saciarse; tercero, satisfacen sus propios deseos tan sólo de acuerdo con su voluntad individual. Ahora los ciudadanos ansían apasionadamente los bienes temporales. Se reafirman a sí mismos en la glotonería inmoderada y en la vanidad mundana. Satisfacen sus deleites carnales de manera irracional.
Pero, aunque mis enemigos son muchos, aún tengo muchos amigos en medio de ellos, algunos ocultos. A Elías, quien pensaba que no quedaba ya ningún amigo mío más que él, se le dijo: ‘Tengo a siete mil hombres que no han doblado sus rodillas ante Baal’. Del mismo modo, aunque los enemigos son muchos, aún tengo amigos escondidos entre ellos que lloran diariamente porque mis enemigos han prevalecido y porque mi nombre es despreciado. Como un rey bueno y caritativo, que conoce los hechos perversos de la ciudad, pero soporta pacientemente a sus habitantes y envía cartas a sus amigos alertándolos del peligro que corren, igualmente, en atención a sus oraciones, Yo envío mis palabras a mis amigos.
Estos no son tan ocultos como aquellos del Apocalipsis que revelé a Juan bajo un velo de oscuridad para que, a su tiempo, pudieran ser explicados por mi Espíritu cuando yo lo decidiera. Tampoco son tan enigmáticos que no puedan ser manifestados –como cuando Pablo vio algunos de mis misterios que sobre los que no le fue permitido hablar—sino que son tan evidentes que todos, cortos o agudos de inteligencia, pueden entenderlos, tan fáciles que todo el que quiera los puede captar. Por tanto, que mis amigos vean cómo mis palabras alcanzan a mis enemigos, de forma que quizá sean convertidos ¡Que se les den a conocer sus peligros y juicio para que se arrepientan de sus obras! De lo contrario, la ciudad será juzgada y, como sucede con un muro derrumbado en el que no queda piedra sobre piedra, ni siquiera dos piedras unidas en sus fundamentos, así ocurrirá con la ciudad, es decir, con el mundo.
Los jueces, seguramente, arderán en el fuego más vehemente. No hay fuego más ardiente que el que se alimenta con grasa. Estos jueces estaban grasientos, pues tuvieron más ocasiones de satisfacer su egoísmo que los demás, sobrepasaron a los demás en honores y abundancia mundana, y abundaron más que los demás en maldad y crueldad. Por ello, arderán en la más caliente de las sartenes.
Los defensores serán colgados en el más alto de los patíbulos. Un patíbulo consiste en dos piezas verticales de madera con una tercera colocada arriba de forma transversal. Este patíbulo con dos postes de madera representa su cruel castigo que, por decirlo de alguna forma, está hecho con dos piezas de madera. La primera pieza significa que ni tuvieron esperanza en mi recompense eternal ni trabajaron para merecerla por sus obras. La segunda pieza de madera indica que ellos no confiaron en mi poder y bondad, creyendo que Yo no era capaz de hacer todo o que no les quise proveer suficientemente.
La pieza transversal representa su torcida conciencia –torcida porque ellos entendieron bien lo que estaban haciendo, pero hicieron el mal y no sintieron vergüenza de ir contra su conciencia. La cuerda del patíbulo representa el fuego inextinguible, que no puede ser apagado por el agua, ni cortado por tijeras ni quebrado y caduco por la vejez. En este patíbulo de castigo cruel y fuego inextinguible, ellos colgarán avergonzados como traidores. Sentirán angustia pues fueron desleales. Oirán burlas, porque mis palabras les eran desagradables.
En sus gargantas habrá gritos de dolor porque se deleitaron en su propia alabanza y gloria. Cuervos vivientes, es decir, demonios que nunca se sacian, les picotearán en este patíbulo pero, a pesar de quedar heridos, nunca serán consumidos: vivirán en tormento sin fin y sus verdugos vivirán para siempre. Sufrirán un duelo que nunca acabará y una desgracia que nunca se mitigará. ¡Hubiera sido mejor para ellos no haber nacido, que su vida no se hubiera prolongado!
La sentencia de los empleados será la misma que para los toros. Los toros tienen una piel y una carne muy gruesas. Por ello, su sentencia es afiladísimo acero. Este afiladísimo acero significa la muerte infernal que atormentará a aquellos que me hayan despreciado y que hayan amado sus deseos egoístas más que mis mandamientos.
La carta, es decir, mis palabras han sido escritas. Que mis amigos trabajen para hacerlas llegar a mis enemigos con sabiduría y discreción, en la esperanza de que atiendan y se arrepientan. Si, habiendo oído mis palabras, alguno dijera: ‘Esperemos un poco, aún no llega el momento, aún no es su hora’… Entonces, por mi divina naturaleza, que arrojó a Adán del paraíso y envió diez plagas al faraón, juro que vendré antes de lo que piensan. Por mi humana naturaleza --que asumí sin pecado de la Virgen por la salvación de la humanidad y en la que sufrí aflicción en mi corazón, experimenté dolor en mi cuerpo y morí para que los hombres vivieran, y en ella resucité de nuevo y ascendí, y estoy sentado a la derecha del Padre, verdadero Dios y hombre en una persona--, Yo juro que llevaré a cabo mis palabras.
Por mi Espíritu --que descendió