Desafíos en la formación de psicólogos de las organizaciones y el trabajo. Группа авторов
proyectivas, tan vulgarizadas en el ejercicio profesional de la psicología de los recursos humanos
En la evaluación psicológica con pruebas suele caerse en el prejuicio de que los test se dividen en pruebas objetivas y pruebas proyectivas, y que estas últimas no tienen utilidad, pero profundizar un poco en la historia permite encontrar que esta clasificación es también hija de la ignorancia y la rivalidad paradigmáticas.
En la historia de la evaluación y la investigación en psicología del siglo XX las proyectivas permiten ver casi como un termómetro las fluctuaciones en la hegemonía discursiva sobre la ciencia. Así, a comienzos del siglo las proyectivas tuvieron dominancia en la evaluación, con un auge en la década de los treinta, para decaer luego de la Segunda Guerra Mundial por la hegemonía cuantitativa, y fluctuar de ahí en adelante; tuvieron un repunte en la década de los sesenta, que tanto reivindicó la subjetividad, y menguaron en la década de los ochenta por la influencia del paradigma biológico en los programas de psicología (Basu, 2014; Blatt, 1975; Piotrowski, 2015). Esta pugna dio lugar a dos maneras de abordar las proyectivas, que coinciden con lo planteado por Burrel y Morgan (1979) como enfoques subjetivo y objetivo. Una línea que buscó cumplir con los criterios psicométricos y positivistas para pertenecer al club de la ciencia, pero corrió el riesgo de caer en generalizaciones y manuales de significados fijos, y otra que continuó con la singularidad del caso, pero terminó relegándose de la discusión y las publicaciones científicas.
Actualmente, desde la hegemonía psicométrica, que es cuantitativa, positivista y nomotética, se sesga la formación del psicólogo y se promulga la incapacidad de las proyectivas de cumplir su cometido, porque carecen de validez y confiabilidad. Pero como se ha visto a lo largo de este capítulo, esto es un prejuicio paradigmático, porque la psicometría no es la medida de todas las cosas, y su crítica acérrima contra las proyectivas es árida porque no existe un paradigma mejor que otro.
La crítica es viable, pero no la desvalorización desde la ignorancia. Las pruebas proyectivas se enraízan en los paradigmas interpretativos si se revisan con la propuesta de Burrel y Morgan (1979), pues su esencia es lúdica y hermenéutica, y su proceder es idiográfico. Desde la perspectiva clásica psicométrica se busca el error, lo cual es incongruente con las pruebas proyectivas, pues las respuestas suelen ser historias y dibujos, y no números. ¿Cuál es el error de una narración o un dibujo? Desde la perspectiva de la respuesta al ítem la crítica tampoco prospera, porque ni las narraciones ni los dibujos son ítems de cuestionarios (Jenkins, 2017). Incluso el concepto de pruebas objetivas encarna cierta falacia, porque lo que es objetivo es la naturaleza mecánica de su calificación (Bornstein, 2007).
Esta historia suele ser poco conocida por los psicólogos y ejemplifica una deformación en la formación de profesionales, pues al no haber conciencia ni conocimiento sobre el paradigma en el cual se apuntala el ejercicio, se cae fácilmente en la crítica desde la psicometría, o desde su uso de manera positivista y nomotética, con manuales de significados fijos a la manera de recetarios, bajo la creencia de que es el único uso posible. Y al final se deja de lado la dimensión interpretativa, clínica e idiográfica, que es una posibilidad en el ejercicio tanto clínico como organizacional. A esto se enfrenta a diario el proyectivo, y su reto es la paciencia. Abusando de Schiller, sabe que, contra la hegemonía cuantitativa, hasta los dioses luchan en vano.
Algunos prejuicios que obstaculizan el debate de la psicología
En términos generales, podríamos considerar que la subsistencia de los prejuicios en la incursión epistemológica obedece no solo a la deficiente formación metódico-epistemológica de los profesionales, sino también a un conjunto de vicios (prejuicios) que operan como obstáculo para el sostenimiento de un debate racional, disciplinado y democrático, que debe caracterizar el modo de hacer ciencia en general. A todo esto se le suma que los profesionales en general no se dedican a la investigación propiamente dicha, lo que facilita los efectos de deformación de los psicólogos y permite el surgimiento de creencias como que algunos enfoques son más válidos que otros a la hora de hacer ciencia, ya que ningún enfoque se puede arrogar por sí mismo la totalidad de la verdad sobre los hechos psicológicos (Braunstein, 2012).
Otra dificultad que tenemos es la de encarar los debates suponiendo que la propia postura es legítimamente válida, mientras relegamos las posibilidades de legitimación de las demás perspectivas. Esto suele partir del desconocimiento casi absoluto de los presupuestos de los demás paradigmas, de las formas de teorización de los demás objetos, de los modos de aproximación metodológica de las demás escuelas y de las formas de intervención alternativas a la propia. Así, esta combinación del desconocimiento con los prejuicios recalcitrantes opera como un obstáculo antirracional para el desarrollo de cualquier debate mínimamente posible y fructífero. En el campo de la psicología, la historia ha mostrado que
cada una de las psicologías se ha empeñado en demostrar la ‘falta de sustento’ que presume hay en las otras’ para ‘confirmar la veracidad’ de su punto de vista en una posición obtusa hija del prejuicio y no es del estudio concienzudo de los otros puntos de vista (Duque, Lasso y Orejuela, 2012, p. 22).
Esta lamentable práctica prejuiciosa desconoce que la validez de cada perspectiva debe ser establecida en relación con su elección paradigmática, y solo en relación con ella, y deriva en los monólogos en colectivo que han caracterizado la historia de nuestra disciplina, hábito que obstruye y entorpece la discusión reflexiva (Pérez, 1996).
Esta especie de psicoenfoquecentrismo es una visión del mundo científico y psicológico que toma como centro solo nuestro propio grupo de referencia. Esta visión se constituye en otro vicio que obstaculiza la fructífera discusión epistemológica, porque se impone en nuestros sentidos, valores, modelos, presupuestos y definiciones para pensar sobre lo que son los otros y lo que deben ser la ciencia y la psicología.
Lo anterior nos impone como desafío en la discusión interparadigmática, que constituye la totalidad del saber científico y de su práctica, comprender que cada enfoque disciplinar en psicología o cada paradigma es congruente con los presupuestos de los que parte; que un debate fructífero debe ser atizado no solo por la razón arquitectónica de sumatoria, de avances en un cierto campo a la manera de ladrillos que constituyen un edificio, sino también por la razón polémica, como diría Bachelar (D’Bruyne et al., 1974), que permite que a partir de la crítica abierta, razonada y, aunque frontal, respetuosa se constituya otra fuerza de empuje de la base científica. Esto implica superar el psicoenfoquecentrismo, que hace perder de vista que la validez científica depende estrictamente de las elecciones paradigmáticas previamente establecidas, sean estas conscientes o no. También implica el desafío de comprender que ningún enfoque psicológico se puede arrogar él solo y por sí mismo la representación de la totalidad del campo psicológico y el portento de ser el único régimen de verdad y validación. En suma, se trata de la posibilidad de pensar en el devenir de una ciencia sin fundamentalismos, aunque sí con fundamentos; de hecho, se tiende a reconocer que la expresión fundamentalismo científico es una contradicción en los términos (Braunstein, 2012), pues si hay algo que debe caracterizar el quehacer científico es su carácter histórico y dinámico, que propicia que todas las verdades y sus presupuestos sean sometidos constantemente a prueba, como parte del ejercicio de la vigilancia epistemológica.
¿Cómo superar los impases?
Hemos señalado que existen condiciones posibles para un efecto de deformación como psicólogos de las organizaciones y del trabajo derivadas de la ingenuidad paradigmática o del prejuicio, que impiden el reconocimiento de la dimensión multiparadigmática de la psicología como ciencia y como profesión. Sumado a la ignorancia, se encuentra el vicio político de suponer que solo existe el régimen de verdad positivista funcional cuantitativo como forma unilateral de producir conocimiento e intervenir la realidad. A esto se le suma el desdén por las formas diferentes de hacer ciencia y concebir el sentido y el propósito de la intervención en la gestión de los recursos humanos o en la investigación sobre el comportamiento humano en el trabajo y las organizaciones. Todo lo anterior se constituye en obstáculos