Desafíos en la formación de psicólogos de las organizaciones y el trabajo. Группа авторов
acusada de cierto cientificismo, o peor, de un tecnicismo funcional que se presenta en los procesos de intervención y producción del conocimiento, en detrimento de una visión y un ejercicio más comprometido con la transformación de la realidad social. Una psicología acrítica que se manifiesta principalmente en la aplicación de instrumentos y medidas que objetivizan las individualidades y que no se orientan hacia la producción de transformaciones en los modelos técnicos del proceso productivo o, inclusive, hacia la superación de las asimetrías en las relaciones de poder entre los trabajadores y la llamada gerencia.
Esa contradicción aparente que se expresa en críticas diametralmente distintas es típica de un campo científico fragmentado, donde múltiples paradigmas –en el sentido de Kuhn (2006)– coexisten simultáneamente. De esta manera, la naturaleza del argumento y la de la crítica varían dependiendo del lugar donde el observador/crítico se ubica en el espectro científico (en términos de orientaciones epistemológicas y metodológicas) y político (en términos de cómo ve el papel social de la ciencia). Si en los años iniciales de desarrollo tenía sentido una adhesión a un paradigma específico que legitimase el campo naciente, a lo largo de los años la psicología (en general, y la POT en particular) se mostró más cercana al conjunto de las ciencias humanas y sociales, que a las ciencias físicas y biológicas. Convivimos, entonces, con referentes múltiples que configuran microcampos con lenguajes, conceptos, métodos, principios y valores que orientan la construcción de conocimientos igualmente propios. Convivimos, también, con énfasis diferenciados sobre cuál o cuáles son los fenómenos más críticos o más relevantes que merecen investigación e intervención. La separación tradicional entre organizaciones, trabajo y gestión es un buen ejemplo de cómo los fenómenos en esos tres dominios tienen prioridades diferentes en esos microcampos, con esfuerzos reducidos por parte de la comunidad científica para establecer relaciones entre dominios diferentes (especialmente entre los que se dedican al trabajo y los que se dedican a la organización). Efectivamente, tales tensiones en el campo científico tienen impacto sobre la manera de concebir la actuación profesional.
La falta de unidad del campo científico, como señala Malvezzi (2016), se refleja en la falta de unidad del campo profesional, con implicaciones para la construcción de la propia identidad del campo de actuación o de la disciplina. Si la ciencia tiene muchos paradigmas distintos de validez y legitimidad, eso implica una profesión con múltiples posibilidades de afiliación y de actuación. No se trata de los diversos espacios de actuación profesional, los niveles de intervención (de lo micro a lo macro) ni de distintos objetos posibles, como el trabajo o la organización. Se trata de una ruptura identitaria como la que refieren, por ejemplo, Bernardo et al. (2017), quienes no se reconocen como psicólogos de la POT, sino que ofrecen una mirada distinta sobre las prioridades de actuación profesional en relación con lo que tradicionalmente se considera el mainstream de la psicología organizacional (PO) y el desarrollo de la psicología industrial (PI). Una expresión de esa tensión/ruptura se manifiesta, por ejemplo, en las amplias discusiones sobre la propia denominación del campo: ¿sería una psicología organizacional y del trabajo, o una psicología del trabajo y organizacional?
En una discusión sobre la identidad profesional de los psicólogos de la POT, Ryan y Ford (2010) señalan que la sobrevivencia y el crecimiento de una profesión requieren un conocimiento específico (aquello que se sabe), como un referente de identidad. Para desarrollar el argumento, los autores señalan que aquello que se hace –la práctica– no sirve como ese elemento referente de identidad, aún más en un contexto en el que existen otros profesionales que hacen las mismas cosas y que entregan los mismos productos o productos similares, como lo hacen en el caso de nuestra área los coaches y los administradores, por ejemplo. Es en ese sentido que Walsh y Gordon (2008) argumentan, con base en las ideas de Barney (1991), que el referente de identidad profesional requiere una característica distintiva y puede ser descrito en términos de competencias que sean poco comunes, difíciles de replicar o inimitables, y que permitan establecer una ventaja competitiva del profesional frente a otras profesiones. De esta forma, Ryan y Ford (2010) concluyen que, aunque la POT sea una profesión fuerte, habría llegado a un punto de ruptura/transformación en el cual la distinción en relación con otros profesionales que actúan más o menos en la misma área no es nítida, y perdería consistencia sobre lo que los diferencia y sobre los elementos que los valorizan.
En los últimos años se percibe un número creciente de autores y publicaciones que manifiestan su preocupación no solo por la existencia de una distancia entre los dominios de la ciencia y la profesión de nuestra área, sino también por la ampliación de dicha distancia en años más recientes (Hodgkinson, Herriot y Anderson, 2001). La discusión se desarrolla en torno a algunos polos conceptuales y metodológicos que serían los responsables de las principales contradicciones y tensiones en el área, como rigor vs. relevancia, teoría vs. práctica, o cualquier otro tipo de categorías o términos similares (Bartunek y Raynes, 2014).
De cualquier forma, la posición dominante parece ser que de persistir ese estado de cosas es posible que estemos frente a un escenario en el cual nuestros procesos de producción de conocimiento se vuelvan irrelevantes, por desconexión en relación con los problemas concretos enfrentados en la cotidianidad, al tiempo que nuestra actuación profesional se desarrolla a partir de prácticas de eficacia dudosa que se basan en mecanismos poco conocidos (Rentería, 2018). La principal consecuencia de ese movimiento sería la fragmentación y la irrelevancia social de nuestra área.
Es interesante observar que una parte significativa de ese debate ha ocurrido principalmente en revistas académicas, con muy poca atención sobre las perspectivas profesionales (Bartunek y Raynes, 2014) que parecen moverse de forma diferente, o guiadas por lógicas diferentes a las que mueven la producción del conocimiento. En el campo profesional la relevancia se estructura muchas veces en función de modas que periódicamente “agobian” el campo. En esta misma dirección, una respuesta eficaz a cualquier problema no está necesariamente asociada a la comprensión de su causa final, sino a la desaparición de los problemas asociados. Los encargados de la gestión, en la mayoría de los casos, no están interesados en las interminables discusiones conceptuales, comunes en la academia (Alvesson y Spicer, 2012). La base de esa discusión reside en el hecho de que la ciencia y las prácticas se estructuran como sistemas sociales independientes (Rentería, 2004), guiados por lógicas internas propias de la organización, lo que crea obstáculos o hace que las partes no tengan interés o estímulos para ese encuentro, o para la búsqueda de una integración plena de un sistema con o por el otro. Esas diferencias se organizan y se manifiestan en torno a cuatro dimensiones: el tiempo, los procesos de comunicación, el rigor o la relevancia y los intereses e incentivos (Bartunek y Raynes, 2014).
El tiempo parece ser la dimensión menos controvertida en esa relación entre ciencia y profesión. El tiempo de la producción del conocimiento es aquel establecido por el método, lo que incluye la identificación de problemas, la construcción de instrumentos, la recolección de datos, el análisis y la prueba de hipótesis alternativas, antes que de que las afirmaciones (siempre temporales/transitorias) se puedan hacer. Por su parte, los profesionales siguen el tiempo de los gestores o responsables de los procesos y de las organizaciones que, la mayoría de las veces, se encuentran sujetos a presiones para la presentación de respuestas a corto plazo, sin disposición para probar hipótesis concomitantes para la solución de sus problemas.
Los procesos de comunicación se refieren a la forma en que el conocimiento se transmite, con dificultades relacionadas con los tipos de representación del conocimiento, que son distintos para los dos grupos. La forma de comunicación, sea oral o escrita, normalmente tipificada en las presentaciones de eventos y periódicos científicos, se caracteriza por la extensión y los descriptores de los métodos, fruto del rigor exigido por la ciencia, los cuales no tienen mucho sentido para los profesionales que suelen estar interesados en los resultados. La práctica demanda un tipo de orientación más prescriptiva que aquella que la mayoría de los científicos están dispuestos a suscribir. De cualquier forma, el proceso de interacción entre los dos grupos puede contribuir a la construcción o a la producción de sentidos compartidos, a través de la interpretación cruzada de sus resultados y observaciones.
Finalmente,