Hernán Cortés, el hijo de Quetzalcoatl. Juan Gomes Soto
los anteriores, no por méritos, ya que los igualaba o alcanzaba en dificultad, pero los honores en la vida a veces son repartidos con mucha ligereza y otras veces negados por cuestiones que la vida, pasados unos años, no llegamos a comprender.
Este personaje era Hernán Cortés Monroy, el cual, además de realizar la campaña militar más extraordinaria que un conquistador sueña en realizar: conquistar un imperio con un puñado de soldados, enfrentándose a miles de fieros guerreros; lo conquistó, lo pacificó y lo convirtió en un nuevo territorio de la Corona. Quizás la diferencia con los anteriores radica en eso. Él conquisto un imperio para su rey. Él estaba al servicio de un monarca, mientras que Julio César conquistaba para una Roma republicana y para su prestigio futuro, o Napoleón para la gloria de Francia y la suya propia.
Además de ello, nos dejó constancia de los hechos que ocurrían escribiendo sus relatos. Unas cartas magníficas que envió a su rey en las que fue detallando todos los pormenores de esa conquista, campaña a campaña.
La primera carta-relación la envió Hernán Cortés a la reina doña Juana y a su hijo el rey Carlos I. Fue enviada desde la Villa Rica de la Veracruz el 10 de julio de 1519.
En ella cuenta lo acaecido en los primeros años de sus andanzas por la isla de Cuba y las primeras expediciones a las tierras del Yucatán y los territorios del Imperio mexica, por aquellos tiempos, unas tierras desconocidas para todos los españoles.
Cortés narra la creación de la ciudad de la Villa Rica de la Veracruz, algo atrevido, ya que se encuentra en un mundo al que no conoce. Pide los plenos poderes para dicha ciudad, ya emancipada del Gobierno de Cuba. La Villa Rica de la Veracruz es la primera ciudad que se creaba en ese imperio desconocido hasta ese momento.
La carta-relación fue entregada a la corte a principio de abril de 1520 en Valladolid por los procuradores, que el Cabildo de la recién creada población en Veracruz había elegido como portadores a Alonso Puerto Carrero y Francisco de Montejo.
La segunda carta-relación fue escrita el 30 de octubre de 1520, en la recién fundada ciudad de Segura de la Frontera, en territorio mexica y enviada al emperador Carlos V. Fue presentada en la corte por Alonso de Mendoza, despachado de los territorios de la Nueva España el 5 de marzo de 1521.
En dicha epístola, el capitán Cortés continúa con la narración de los hechos ocurridos en el inicio de la campaña y sus avances por el imperio mexica, allá por 1520.
La tercera carta-relación la escribió Hernán Cortés el 15 de mayo de 1522 en la ciudad de Coyoacán, donde había decidido instalar su cuartel general, debido a la destrucción de Tenochtitlán y a la gran mortandad que en ella se había producido.
Cortés prosigue con la narración de las operaciones militares para la conquista de la capital del Imperio mexica. Narra la destrucción de Tenochtitlán y el final de la conquista. Las nuevas tierras de aquellas indias desconocidas son ofrecidas al rey de España.
La cuarta carta-relación, fechada el 15 de octubre de 1524 a su majestad el emperador Carlos V, fue escrita en Tenochtitlán, una vez apaciguado y conquistado todo el territorio mexica. En ella refiere sus actos como gobernante y organizador de aquel territorio; algo que le producían más dolores de cabeza que la propia conquista.
Y la quinta y última fue manuscrita en Tenochtitlán y enviada al emperador el 3 de septiembre de 1526, a través de un criado suyo llamado Domingo de Medina, en la cual le explica a su rey los acontecimientos que ocurren en el gran dominio que él había conseguido para la Corona española. Asimismo, relata las peripecias de la expedición a Las Hibueras (Honduras), en la que una vez más, la enfermedad puso en peligro su vida.
A través de estas epístolas, Hernán Cortés nos va contando cómo fue tejiendo los hilos de esa gran empresa, hasta conseguir uno de los logros más grandes que la humanidad ha visto. Gracias a ellas se pueden seguir, paso a paso, los acontecimientos que ocurrieron en la expedición de hombres que, guiados por su ambición, escribieron una de las páginas militares más brillantes del mundo.
No cabe la menor duda de que ese puñado de hombres, valientes o insensatos, al mando de su capitán, decidieron marchar hacia la ciudad de Tenochtitlán, guiados por su fe o por su ambición. Lo que ocurrió después entra en la epopeya y en los anales de las mejores tácticas militares. No sabemos cómo Hernán Cortés, que no era un militar de grandes conocimientos de la guerra, ni era un soldado con gran experiencia, pudo llevar a buen fin la empresa. Solo nos cabe pensar que su fe le guio por aquellas tierras y le protegió hasta el logro de sus objetivos.
Es evidente que el hombre estaba protegido por una mano divina, puesto que la muerte estuvo muchas veces a su lado, sin embargo, él conseguía mantenerse con vida, hasta alcanzar que esta se apagase de forma natural y a una edad avanzada para la época. Su fe, sobre todo en la Santísima Virgen, la cual le llevó oculto en el manto, le orientó para conseguir con buen fin ese logro.
Los hechos históricos narrados en la siguiente novela están inscritos dentro de la historia que Hernán Cortés escribió en sus cartas-relación, mientras que los puramente especulativos son productos de la ficción, como escritor me he permitido la libertad de crear algunos personajes y diálogos para rellenar esos oscuros pasajes en su vida, de los que no dejó constancia en ningún lugar.
Hoy apenas recordamos esos hechos. Nadie quiere mencionarlos, sentimos como vergüenza oculta lo que conseguimos y cómo lo conseguimos. Un velo oscuro oculta la gloria de haber alcanzado aquellos logros militares escudados en unos derechos de unos pobladores que, a su vez, eran invasores y tiranos, los cuales aún se sienten con derecho a exigirnos la reparación de aquellos hechos, como si la Historia, dentro de su contexto, entendiera de perdones o disculpas. Si hubiésemos de pedir reparaciones a todas las invasiones o atropellos que han existido en el mundo, no creo que hubiese papel para escribir la relación de los agravios que todos los pueblos, a través de las épocas, han sufrido o han provocado.
Todas las épocas nos muestran que los hombres han avanzado hacia la civilización a través del saber y las armas.
Con esas conquistas los soldados castellanos llevaron a esos territorios todos los conocimientos que la Europa medieval había alcanzado, chocando frontalmente con los conocimientos de los naturales, ricos en algunos temas, pero anclados en la noche de los tiempos en otros. Se introdujeron semillas y frutos desconocidos en aquellas tierras, así como cultivos nuevos e instrumentos técnicos en el nuevo mundo. A su vez, importamos nuevos productos que llegaron a la Europa vieja renaciendo los conocimientos sobre los alimentos.
Sin la conquista, habrían sido necesarios muchos años de esperas para que estos conocimientos fuesen puestos a disposición de aquellos pueblos que habían sido conquistados, que no dudo de que habrían llegado. El mundo era muy grande, pero al mismo tiempo se fue haciendo cada vez más pequeño. Así había ocurrido en otros lugares y en otras guerras.
Es reconocida las luchas encarnizadas que España mantuvo con el invasor árabe durante casi ochocientos años, no obstante, también es reconocida la gran aportación a nuestros conocimientos que nos dejó esa cultura. Ellos aportaron a nuestro conocimiento los avances en el saber de todos los terrenos. Durante muchos siglos los cristianos supieron convivir con los invasores árabes, la España cristiana supo asimilar los conocimientos de los invasores para su riqueza cultural que llegaron a ser importantes para el desarrollo de nuestra cultura. Llegando a convivir las culturas árabes, cristiana y judías en una Toledo universal para las ciencias.
Hoy es tiempo ya de reconocer los méritos de aquel gran soldado, invasor o conquistador, llamadlo como queráis, de recibir los reconocimientos, por su aportación a la cultura del Imperio mexica que un día, muy lejano ya, caminaba por una senda, estrecha y oscura. Con él llegó la luz del conocimiento que imperaba en una Europa que había salido de la oscuridad de la Edad Media y aportaba al mundo la revolución que se estaban produciendo en todos los terrenos del saber. Llevó la lengua, rica en cultura. También la fe cristiana a todos los pueblos que la aceptaron con amor, y el camino se ensanchó para que se acercaran a los logros del conocimiento que imperaban en Europa.
CAPÍTULO 1
QUETZALCÓATL
La