El sitio de Ariadna. Arabella Salaverry
sea y ¡ojalá, ojalá pase la audición y le den el personaje!
Viene de Guatemala. Algo desentona entre el francés fluido que le ha escuchado a Manuel, su acento españolísimo y su supuesto país de origen: ¡Guatemala! Solo el nombre llena a Ariadna de huipiles bordados, dibujos geométricos que se despliegan en una fiesta de color: púrpuras, amarillos de oro, verdes, azules, rojos, en tejidos que las manos indígenas transforman en arte; el volcán de Agua un contrasentido porque es fuego y es rojo, como roja es la sangre que corre por las calles de Guatemala después de la caída de Arbenz, después de la invasión de Castillo Armas con el apoyo del norte. Guatemala. Donde la muerte se pasea sin permiso. ¡Guatemala! El lago Atitlán, con su paz azul, con esa paz ficticia que se viste de azul pero es roja, como roja es la sangre que encharca avenidas, no importa contra qué, no importa quién caiga, no habrá Reforma Agraria, no hay Reforma Agraria. Ni tampoco habrá más Jacobo Arbenz. Los partidos tradicionales borrados. Ahora el color que circula es el color parduzco, casi morado, ese color que toma la sangre cuando se coagula. El ejército mantiene el poder con asesinato y tortura. Hasta Costa Rica se cuelan noticias. Y golosa, recorriendo el país, lamiendo el país ensangrentado ¡pobre Guatemala! la miseria que cubre de amarillo los rostros.
Ella ha leído algo en la prensa. Guatemala; ha oído hablar de Honduras, de El Salvador, Nicaragua. Tortura, represión. Pueblos masacrados. Detenciones injustas. Su madre le ha contado. Para justificar la ausencia de su padre, perdido en alguna cárcel de Somoza, el dictador. Y la prensa no es muy dada a informar y menos sobre esos temas. Pero Luis, su compañero con familia en Guatemala está al tanto. En sus viajes en el autobús del Colegio con sus siempre largos y conversados trayectos hablan de la situación en Guatemala: el partido comunista, Ari, ¿usted sabe que mi mamá y mi papá son militantes? El PTG, clandestino, quiere reorganizar a las personas más progresistas, sí, a mi mamá le contaron, quieren intentar un levantamiento. Ya en Cuba fue posible.
Al siguiente día de la llegada de Manuel Ariadna se presenta a la audición. La luz de ensayo espanta a medias la oscuridad del escenario. No son muchas las compañeras aspirantes. No será difícil. En su Colegio bailarinas, mejores cantantes, pero no muchas actrices. ¡Más luz sobre la escena! ¡Ajusten esos tachos! Más luz! El profesor imperioso. Sí, que se circunde el espacio, iluminen nada más el área que usamos. Ella y David, otro compañero apasionado por el teatro conforman la tercera y última pareja que se presenta. Una improvisación. El escenario palpita, es un ascua con los cenitales que tiñen de ámbar, naranja, rojo. La parrilla de luces un incendio. A la muchacha le sale el texto de Lorca a borbotones y sale también de su mutismo, de su aparente falta de apasionamiento habitual: “¡Si no te metes dentro de tu casa te hubiera arrastrado, viborilla empolvada!” y más: “Si yo lo he hecho, si yo lo he hecho, ha sido por mi propio gusto” Al finalizar encuentra la mirada del profesor.
Guatemala de rojo. Más bien apurpurada. Sangre. Sangre que huele a represión, a sufrimiento. Sí. Sangre de estudiantes, sangre de trabajadores, roja. Hay que lavar la sangre, detenerla, que no siga manando. El primer grupo guerrillero: El “20 de Octubre” ¿Sería Manuel uno de los estrategas? ¿Participa en las decisiones? Él, extranjero. Los extranjeros mirados con recelo aún dentro de los mismos cuadros combatientes y además vigilados muy de cerca por los militares. El peligro se pasea por todas partes, desde el gobierno, desde la guerrilla. Los guerrilleros, invitados de honor a una fiesta sangrienta por parte del ejército. Dientes quebrados, costillas rotas, uñas arrancadas y la sangre, la sangre que toma un tono anochecido cuando está seca y que huele con un olor quemante.
Comienzan los ensayos. Para Ariadna con el texto ya sabido es mucho más sencillo. Manuel, en su nuevo personaje, –el de Director de la puesta–, propone: hoy solo leeremos la obra. Tendremos claro que es a partir del texto que edificaremos el montaje. El texto es la caja de sorpresas, el surtidor de donde brotará el concepto. Es el espacio en donde encontraremos lo que necesitamos, no hay que buscar en otra parte. Es en la propuesta del dramaturgo en donde están las piezas para construir. Podríamos realizar una segunda lectura, es decir, reinterpretarla, pero siempre a partir del texto. La muchacha con su menuda estatura se ovilla en un rincón del escenario como le gusta hacerlo, –no se sabe a ciencia cierta si para pasar desapercibida, para no importunar, o para analizar su entorno–, mientras escucha la voz de Manuel ahora intensa que habla de lo que a ella sí le interesa. Luis, lee el prólogo, pide Manuel. En el enorme escenario matizado de claroscuros con la luz de ensayo los textos de Lorca fluyen. Manuel interrumpe con su voz suave y a la vez potente, como si quisiera ser escuchado pero no tanto, acostumbrado a hablar con claridad, pero clandestinamente: una “farsa violenta”. Así la clasifica el autor. ¿Por qué creen ustedes que la considera así? Ariadna tímidamente, que se ha incorporado y camina hasta el borde del semicírculo de sillas con el Director al centro se atreve: por la batalla que se da a través de la obra entre la realidad que siempre es violenta y la fantasía, que libera, que ayuda a vivir, que nos lleva a otro plano, que permite escapar, que permite respirar… La sombra de Manuel entra y sale de la luz, se pasea bordeando el semicírculo, escuchándola con atención. Lo asombra el análisis de la muchacha. Y ella continúa: La Zapatera lucha durante toda la obra entre la realidad que la cerca, que la tiene sitiada. Manuel a su lado la observa. La voz que comenzó en un susurro ahora vibra con sonoridades nuevas. Observa cómo agita las manos, la intensidad de sus facciones limpias, sus cambios de expresión en tanto habla. Le llama la atención. No es precisamente un buen momento para intranquilizarse. Y menos alterar su equilibrio por una muchacha, casi una niña, en ese espacio y ese tiempo que solo son un préstamo. Su energía debe concentrarse en otra realidad, en otro mundo que lo espera. Decide ignorar. Sigan la lectura, ahora las acotaciones. Fíjense, chicos, otro rasgo importante… Manuel que se hace dueño de la luz después de su paseo por la sombra: Lorca se alimenta de las corrientes que el pueblo propone, en todos los ámbitos. Es un autor comprometido. Se nutre además del arte del pueblo. Aprovecha la canción popular, la utiliza para ilustrar o para sugerir acontecimientos, emociones. Bueno, dice Ariadna, de nuevo niña, de nuevo estudiante, solo espero que no me toque cantar. Sus compañeros ríen. No te preocupes acá aprenderemos todos. Manuel la mira. Lo harás muy bien. Agradezco la mirada. Esa mirada que me llega desde los ojos amarillos de puma.
Varias sesiones de análisis y ella que aguarda cada día por una más. Espero cada nuevo día para entrar al escenario, al escenario que vive en cuanto estamos ahí, repleto con tempestades, al escenario que es mi casa, en donde la luz hace la magia; que resuena con un poema de Guillén, de Nicolás el sonoro, con Neruda del Canto General: “Alta es la noche y Morazán vigila”, con la palabra que también es magia y me permite vivir realidades distintas. ¡Ah! Las sesiones de análisis de la obra. Un paseo por el pensamiento inagotable de Manuel, quien propone, desata sus capacidades de invención, los mueve: escuchen el texto, la vivacidad de los giros idiomáticos. Pongan atención a las onomatopeyas que enriquecen el decir. Él no ignora los ojos de la muchacha, insistentes. Escuchen las hipérboles: “Tengo tanto coraje que agarraría un toro de los cuernos, le haría hincar la cerviz en las arenas y después me comería sus sesos crudos con estos dientes míos.” La voz incisiva de Manuel dice el texto y luego se cubre con un velo suave, su energía lo lleva a levantarse de la silla y pasearse entre el grupo: atiendan también los diminutivos y su fuerte carga emotiva: “clavellinita encarnada” y no puede evitarlo y mira a Ariadna y ella replica con su mirada abierta. Los textos cargados de un tenue erotismo: “qué lástima de talle”. Y, “hay que ver qué ondas en el pelo”. Manuel que la mira, olvidándose de su condición de profesor, ella que devuelve la mirada directo a los ojos, sin reticencias, francamente a sus ojos amarillos de puma escondidos detrás de los lentes miopes. Manuel siente cómo la tortura, respuesta a su compromiso se va diluyendo. Está cómodo en ese mundo tan distinto que se abre. Noten las acotaciones: allí el autor nos dibuja tanto a los personajes como sus intenciones además del espacio en el que se mueven. Ariadna escucha la voz de Manuel y piensa en cuáles serían las acotaciones adecuadas para su tarde de luz en el escenario, en el teatro, en la vida que quiere vivir a partir de la ficción. Acostumbrada como está a escabullirse inventándose nuevas realidades o nuevas fantasías.
Guatemala. La sangre corre casi desbordándose. Roja. Sangre de estudiantes. Fuerzas Armadas Revolucionarias, así se llaman. Grupos de campesinos, grupos de estudiantes. Ellos