La experiencia como hecho social. Jorge Eduardo Suárez Gómez
donde se ordenan los diferentes elementos observados en una línea temporal. En el caso analizado, estos diferentes tipos de relatos no son excluyentes entre sí, sino que se entretejen desde una trama romántica, en la que la protagonista se enfrenta a una situación en donde la naturaleza pareciera ser la expresión de un dios que la ha abandonado, hasta adquirir una perspectiva trágica de lo ocurrido, cuando la sobreviviente cuenta el colapso de la ciudad, desplazando las causas del fenómeno de un aspecto natural a uno de carácter social que le permite politizar la lectura de su experiencia, para reinscribirla en la trama de damnificados, rescate y reconstrucción. Así, escribe Franco que: “El temblor fue el final de la vida que llevaba hasta ese momento, pero no significó el fin del mundo”.
Por último, en el trabajo de Jorge Eduardo Suárez se delinea el debate en torno a la historicidad que han dado algunos historiadores y filósofos. El texto empieza respondiendo la pregunta sobre la universalidad o particularidad de la conciencia histórica en las sociedades humanas. Partiendo del presupuesto de la historicidad de todas las unidades sociales, se vislumbra el surgimiento, desaparición y traslapamiento de diversos regímenes de historicidad a través del tiempo y el espacio. A partir de estos conceptos surge un marco analítico que permite aproximarse a la cultura de cualquier grupo social, vislumbrar su historicidad y compararla con otras. La pregunta por el régimen de historicidad es la pregunta por las diversas direcciones de la cultura en una sociedad concreta en un tiempo determinado. Espacio de experiencia y horizonte de expectativas son categorías antropológicas observables en cualquier grupo social. Nos podemos aproximar entonces a una cultura determinada, vislumbrar su historicidad y compararla con la de otras unidades sociales.
Referencias
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1. La obsesión participante. Ensayo sobre el método
Federico Gobato
¿Acaso el lenguaje no tiene como condición, no solo implicar sino poner como un otro distinto de él mismo, a la realidad de que habla?
michel de certeau (1993: 35)
Preludio
La dificultad más elocuente, de todas las que afronta este capítulo, reside en las escurridizas propiedades de la noción de “experiencia”. Esta implica enfrentar lo inédito, y a veces mediante el mismo acto, con la recuperación —inexcusablemente crítica— de aquello que ha sucedido y sucede. Al mismo tiempo, posee una virtud transformadora. Nos cambia, en tanto que al asignar al suceso experimentado una novedad propia de lo inexplorado exige la actualización de nuestros esquemas interpretativos en un sentido imposible de determinar a priori. Nos transforma, en tanto que por el mismo acto selectivo lo distinguido en el continuo experiencial ya no simplemente aconteció o acontece, sino que nos ha acontecido.
Las ideas de Walter Benjamin y Reinhardt Koselleck acerca de la experiencia histórica, invocadas en estas líneas iniciales, interpelan los límites difusos de la noción aproximando la conquista de su particularidad, por lo demás siempre evasiva. Singular, in-anticipable y testimonial, la experiencia, como advierte Oyarzún, “no solo entrega el material para nuestro conocimiento: es la condición en la cual este mismo se cumple. Tendrá, pues, la virtud de atinar a su índole aquel concepto que la piense, digámoslo así, intensivamente, en su vértigo alterador” (1997: 18). No es propósito de este capítulo perseguir tal concepto, pero tampoco sería posible el ejercicio sin enunciar la turbación a la que nos expone la idea de experiencia.
En estas páginas pretendo explorar los modos participativos de traducción de la experiencia y de construcción de lo experimentado, a partir de verificar una obsesión, en particular antropológica pero que se expande hacia otros territorios, por la “participación” como modo de captura de la experiencia de otro, bien sea este un otro investigado, bien sea un otro receptor de lo investigado. Pero ha de advertirse que “en tanto se participa, se experimenta”: como sugiere Koselleck recuperando a Grimm, “la experiencia receptiva de la realidad y la investigación de esa realidad vivida se condicionan mutuamente, son inseparables” (Koselleck, 2006: 45).[1]
Bajo esta premisa de la co-implicación entre “la realidad y su procesamiento consciente”, Koselleck identifica tres tipos