Feminismo Patriarcal. Margarita Basi

Feminismo Patriarcal - Margarita Basi


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      Feminismo

      Patriarcal

      Margarita Basi

      © Feminismo Patriarcal

      © Margarita Basi

      ISBN: 978-84-18411-50-2

      Editado por Tregolam (España)

      © Tregolam (www.tregolam.com). Madrid

      Calle Colegiata, 6, bajo - 28012 - Madrid

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      Todos los derechos reservados. All rights reserved.

      Imágen de portada: © Shutterstock

      Diseño de portada: © Tregolam

      1ª edición: 2021

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      PRÓLOGO

      Muchos heteros también nos sentimos discriminados o, al menos, en discordia con la identidad que siempre representamos y creímos nuestra y natural. Algunos somos conscientes de la tomadura de pelo a la que hemos sido sometidos en cuanto a creer saber quiénes éramos y con qué atributos y cualidades nos identificábamos para expresar nuestra verdadera voluntad de ser.

      Soy una hetero renegada. No me gustan las mujeres heteros o de cualquier otro colectivo identitario que rechazan sistemáticamente el machismo de los hombres mientras utilizan sin reparos los privilegios que el patriarcado les cede por seguir siendo dócil rebaño de doble moral. También siento cierta aversión por las feministas de ideología avanzada y mente privilegiada que solo reivindican loables derechos para su colectivo, excluyendo a quienes no comulgan con sus categóricas ideas y descuidando a quienes no pertenecen a su «clase» y son, por ello, más proclives a padecer el sistemático menosprecio patriarcal, como lo somos las heteroféminas. Y, por supuesto, todas aquellas mujeres que no son occidentales, blancas, con estudios superiores, sanas (desprovistas de enfermedades o discapacidades) y con un trabajo que el sistema patriarcal les cede generosamente.

      Hay que mencionar también a aquellas intelectuales que, con buena intención, difunden un discurso filosófico, humanista, ontológico y brillante… pero olvidan que el objetivo de su trabajo no es obtener el beneplácito y reconocimiento intelectual con el que la comunidad cultural feminista las aplauda, sino el de despertar a las hipnotizadas conciencias femeninas y masculinas (pertenezcan estas a cualquier tipo de colectivo) de millones de personas que, en su gran mayoría, no entienden el elaborado y complejo léxico con el que se supone que las feministas tratan de difundir su mensaje.

      Con igual vehemencia, siento un desagradable menosprecio hacia los heterohombres que, con su paternalismo, suficiencia y hasta en algunos casos violencia, intentan menoscabar la poderosa y libre energía femenina (venga de cualquier tipo de sujeto) disimulando así su insegura identidad, con la que ya no logran identificarse y van dando bandazos, como pollos sin cabeza, sin saber cómo actuar frente a un mundo que ruge un traspaso de poderes o, al menos, una humilde revisión y autocrítica por parte de todos los colectivos.

      Tampoco soporto a los heterohombres que pretenden hacernos creer que se adaptan cómodamente a los efectos colaterales del pseudofeminismo (ideología que cree que la solución al dominio heteropatriarcal está en ocupar el mismo poder que sustenta el hombre siendo las mejores profesionales, las mejores madres, las mejores parejas, las mejores amantes… y las mejores enfermas) sin oponer resistencia alguna (porque de hacerlo se los tacharía de misóginos o machistas), aunque luego desahogan esa contención alimentando el mismo sistema que dicen querer erradicar, aceptando chantajes emocionales que les coartan la libertad y el derecho a expresar sus deseos y necesidades vitales, o trabajando compulsivamente para llenar con su profesión un tiempo que destinarían a cultivar sus aficiones, al cuidado del hogar o a sus relaciones afectivas.

      Estas reflexiones son las que me han llevado a escribir este ensayo porque, aunque un sentimiento se experimenta más que se analiza, suscita ya de por sí una visión más emotiva y no tan razonada. Y es este, a mi modo de ver, el único modo en que cualquier colectivo identitario deja de serlo para convertirnos en personas sentidas y conmovidas, cualidades que todos los seres humanos compartimos.

      A veces, nuestro agitado y complejo intelecto nos arrastra hacia la confusión en lugar de aclarar y poner luz en la oscuridad de la ignorancia. Porque cuanto más ahondamos en la búsqueda de respuestas, más nos apartamos de los sentimientos que nos provocan ciertos comportamientos y creencias con los que acabamos escindidos y dolidos con nosotros mismos.

      Heteros, lesbianas, gais, transexuales, andróginos, intersexuales, queer… no somos tan diferentes. Para empezar, somos personas únicas e irrepetibles; y, en segundo lugar, estamos todos, sin excepción alguna, unidos por las mismas emociones y sentimientos, aunque estos provengan de distintas experiencias. Somos conmovidos y conmovemos de igual forma unos y otros.

      ¿Cuándo aprenderemos a ver la profundidad del ser antes que su superficial fachada? Otra de las motivaciones que me han llevado a escribir este trabajo es que, después de revisar y consultar bastante bibliografía sobre la identidad femenina y masculina, no he logrado desentrañar en sus eruditas reflexiones —tremendamente lúcidas e ilustradas, por cierto— ninguna solución tangible al eterno conflicto que ambas arrastran. Me refiero a hallar alguna propuesta que pueda materializarse en hechos. Veo mucha verborrea tanto en ensayos como en discursos y mesas de debate, donde hay más palabrería que hechos consumados.

      ¿Habremos llegado a un punto de no retorno? ¿Será que la única manera de avanzar en estas cuestiones hoy en día sea poner el sistema patas arriba como propone Mona Chollet en su ensayo Brujas?

      Además de una apóstata del sistema heteromasculino-patriarcal y falogocéntrico (como define Monique Witting), soy un sujeto de cultura media; eso sí, curiosa y controvertida. Y posiblemente sean estas razones las que me han llevado al atrevimiento de exponer unas reflexiones en un lenguaje fácilmente comprensible para todos, en el que he arrojado más dosis de sentimientos y emociones que de análisis y deducciones sobre las identidades concretamente heterosexuales, algo de lo que ya existe una vasta bibliografía.

      Me he dado cuenta de que abordar la masculinidad y la feminidad heterosexual tal como hoy día se vive y manifiesta no es un asunto caduco ni denostado, más bien al contrario. Porque, con base en estos modelos caducos binarios y limitantes, heteros y no heteros, construimos nuestra identidad, aceptando y rechazando su política, ideología y naturaleza… Pero, al fin y al cabo, son nuestros únicos referentes identitarios. De ahí que sigamos viendo y sintiendo la identidad como algo que nos diferencia o aleja de un colectivo y nos une a otro, nunca como una expresión emocional y sentida igual por todos nosotros.

      Creo que el enfrentamiento que sigue marcando las relaciones identitarias entre distintos colectivos (incluso entre miembros del mismo grupo de identidad) es el motivo por el que no encontramos un cierto consenso, un oasis en el múltiple universo de la identidad al que todos, sin excepción, podamos acudir cuando nuestro ánimo y resistencia flaqueen, hartos de luchar contra unos atributos política y culturalmente impuestos y que, en un momento de nuestra existencia, ya no nos sirven.

      Sin embargo, es tal el miedo que enfrenta a unos y a otros, es tal la pugna por demostrar qué grupo es el más válido, competente, inteligente, justo… que en esta lucha sin fin ni sentido el ser humano pierde parte de su humanidad al vivir amedrentado y apegado a ciertos valores y atributos que le fueron asignados al nacer y que, en el mejor de los casos, ya nada tienen que ver con él, con la época en la que vive, con sus verdaderos anhelos y deseos. Y es tal el temor a que lo excluyan del grupo y el beneplácito ficticio con el que este le corresponde cuando


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