Peligroso amor. Dayanara
1
Elizabeth Castillo
Cerré los ojos, dibujé una sonrisa inconsciente. Respiré profundo y repetí mis frases favoritas frente al espejo en un intento por recuperar la calma. Mis manos frías me recordaron la ola de nervios que me había invadido desde las primeras horas del día.
Y no era solo por la entrevista a la que iba a asistir, no. Era también porque en esa editorial, estaba el hombre que había logrado que me enamorara de los libros, mi autor favorito, el que solía agregar en la primera hoja de todos sus escritos que el truco del amor estaba en encontrar a alguien que estuviera a la altura de tu propio caos, desde entonces, yo buscaba eso. Me daba pavor imaginar que podría cometer alguna tontería y arruinar mi primera impresión frente a él.
—Eli, hola, voy de compras, ¿vienes conmigo? —Irrumpió mi hermana en el cuarto, como era su costumbre.
La miré por el rabillo del ojo y le di la negativa a través del espejo, ella resopló con cansancio y se dejó caer en un costado de mi cama, a juzgar por su expresión estaba segura que intentaría disuadirme de ir a la editorial y no me equivoqué, lo que si me sorprendió fue su nuevo argumento: «Eli, no acostumbras madrugar y un trabajo lo requiere.»
—Eso es lo de menos, cambiaré ese hábito, no pienso cumplir los sueños de los demás sin pensar en los míos y buscar un trabajo para no depender del dinero de nuestros papás, es un paso para eso. Tú escuchaste a papá, no piensa apoyarme esta vez.
—Más bien lo haces por llevarle la contraria, a mí no me engañas. Pero te aconsejo que no pierdas tu tiempo, tu futuro y el mío ya están definidos, como siempre, será lo mejor para las dos. No busques rollos.
—Deseo mi independencia, Tany y de seguir gastando su dinero jamás la tendré. Además, estoy a poco de graduarme y quiero ver mis opciones antes de ir a la empresa. Siento que ese no es mi lugar —confesé, en un tono más bajo.
—Eso es un capricho. La literatura te hará morir de hambre, lo digo por tu bien, Eli. Yo apruebo tu locura porque incluso soy más loca que tú, pero hablamos de tu futuro y no quiero que lo tires a la borda por una tontería.
Me crucé de brazos y revoloteé los ojos en un gesto de fastidio. No me gustaban las finanzas. Necesitaba intentar con las letras, tenía varios escritos en mi computadora que no eran en vano. Quería ganarme la vida con lo que me gustaba y postular al cargo de asistente de un escritor me ayudaría a lograr mi sueño o al menos eso esperaba.
—Tany, no me vengas con sermones —pedí, en un intento de mantener mi buen genio—, me sorprende tu actitud, eres la liberal y la que siempre busca cumplir sus metas. ¿Por qué no quieres lo mismo para mí? —Pregunté.
—En primera porque no tienes un título de literatura. En segunda porque pienso e impongo mis sueños desde el principio, no después de hacerle creer a mis papás que seguiré sus planes. Ese fue tu error.
—Solo fue para que me dejara salir el año pasado, no pensé que se lo tomaría en serio —resoplé con la mirada en el suelo—, amo a papá, pero me cansé de escuchar que es lo mejor para mí. Si no hago esto él jamás me tomara en serio.
—Eli, Eli, Eli, la literatura es ingrata, fíjate donde tengo todos mis libros. Estoy segura que tu universo no quiere eso para ti.
Jugueteé con mis uñas y mantuve silencio. No quería seguir justificando mi decisión, solicitaría ese puesto a regañadientes de cualquiera; era la oportunidad que necesitaba para demostrar mi talento y estaba segura que si no la aprovechaba me iba a arrepentir por un buen tiempo.
—Me doy cuenta que no conseguiré hacer que cambies de opinión. Mejor voy, María José me espera y no quiero que se compre las mejores ropas de la colección. Te veo luego.
Mi hermana me dio un abrazo de despedida y salió del cuarto con teléfono en mano. Volví a mirar hacia el espejo y sonreí para no estresarme. Debía terminar con el peinado que había empezado hace diez minutos.
Estaba decidida a demostrarle a mi familia que no era tan malo romper las reglas. Mis padres nos adoraban, pero seguían pensando que debíamos obedecer cada uno de sus planes.
Salí de mi casa antes de que el reloj marcara las nueve. Recuerdo a la perfección que el día estaba soleado, según yo era el augurio perfecto de que mi entrevista tendría los resultados esperados.
Llegué a mi destino a la hora acordada, con una sonrisa de emoción entré a la editorial llevando mi carpeta a un costado de la cartera.
Para mi sorpresa, mis manos ya no estaban frías, era como si un aire de seguridad se hubiera apoderado de mi cuerpo en el segundo que puse un pie en la recepción. El universo me lo decía, este era mi lugar.
—Hola, buen día. ¿Vienes por el puesto o tienes cita previa de publicación? —Preguntó la recepcionista con amabilidad, una joven que quizás podría tener mi edad.
—Buenos días, vengo a la entrevista. En un futuro haré la publicación, pero hoy no está en los planes.
—¿Perdón? —Me miró perpleja.
—No me haga caso, yo me entiendo. Solo vengo a la entrevista para el puesto. Soy Elizabeth Castillo Villalba.
Revoloteó sus largas pestañas con gracia y luego de checar mi nombre en su computadora volvió a mirarme —su maquillaje era perfecto— y añadió:
—El licenciado Rivers te atenderá enseguida, espera un momento mientras comunico tu llegada. Puedes hacer tiempo en el recibidor. ¿Te ofrezco algo de tomar?
—No, estoy bien así. Gracias.
Di una pequeña vuelta y caminé hacia uno de los sillones de la sala, mientras recorrí el sitio con la mirada: era impecable.
La pared frontal había sido reemplazada por una larga fila de ventanales que permitían ver la calle atestada de vehículos, pero que al mismo tiempo llenaba de vida el recibidor, a mi derecha un par de mesas donde seguramente descansaban los empleados y en la mesa de centro varias revistas que iban de lo social a lo cultural. Un espacio que trasmitía paz.
Centré mi atención en una fotografía que reposaba en la pared central, era Esteban Rivers. El hombre que fascinaba con sus escritos, del cual resultaba fácil enamorarse, de no ser porque estaba casado.
Había leído mucho de él en los múltiples artículos que los medios de comunicación le hacían, lo admiraba. A pesar de que era conocido de mi papá nunca nos habían presentado, pero tenía todos sus libros y quería ser tan buena como él en la literatura; tal vez estaba a un paso de lograrlo si me aceptaba.
—Elizabeth, el licenciado Rivers te espera —anunció la secretaria desde la esquina de su escritorio—. Suerte, creo que tienes lo necesario para quedarte. Ya me urge que el licenciado encuentre asistente, hay miles de papeles que organizar por aquí.
—Eh, gracias, la verdad espero lo mismo.
Me levanté del sillón y caminé unos cuantos metros a la derecha para después entrar por la puerta que ella me señaló. Sin embargo, al estar en ese pequeño espacio los nervios me paralizaron. Tenía frente a frente al hombre que me había hecho entender el amor a través de los libros, al que escribía de lo cotidiano y lo convertía en arte. Contuve la respiración. Sentí las manos frías y temblorosas; en ese instante comprendí que Esteban Rivers significaba mucho más que un éxito en letras para mí.
Capítulo 2
Esteban Rivers
Mientras respondía los correos electrónicos de algunos clientes, Camelia entró a mi oficina con el anuncio de que una joven solicitaba el puesto de secretaria personal, como en otras ocasiones, le pedí que la hiciera pasar, aunque sin mucho ánimo para ser sincero. En días anteriores, solo se habían presentado candidatas que no reunían el potencial para estar en la editorial. De seguro ella era el mismo caso.
Volví a centrarme en los papeles y a los