Peligroso amor. Dayanara
mi espacio de trabajo ante su sonrisa jovial y caminé hacia mi destino con un leve nerviosismo. Tomé lo que me había pedido y se lo entregué a los segundos.
—Eres simpática, mi esposo me comentó que también eres eficiente. Uno de estos días deberías ir a mi casa. ¿Sabías que somos amigos de tus padres?
—Sí, gracias, tendré en cuenta su invitación, señora.
—Llámame Clara, no tengo inconveniente con las buenas costumbres. Yo también tengo un hijo joven, de seguro se llevarían bien. Concretaré con mi esposo los detalles de tu visita, cuídate.
Cerró la puerta de la oficina y yo me quedé con una sensación extraña dentro de mí ser. Clara Prout de Rivers era el prototipo de las mujeres presuntuosas de su matrimonio —o al menos lo parecía—, y yo no tenía el derecho de sentir gusto por su esposo. No me habían educado para eso.
Capítulo 4
Esteban Rivers
Guardé el teléfono en el bolsillo lateral de mi pantalón y me concentré en la conversación de mi esposa, al escuchar que mencionó el nombre de mi asistente. Era raro que ella lo hiciera. No solía interesarse por las personas que trabajaban conmigo.
—¿Puedes repetir lo que acabas de decir?
—No es para menos tu petición, vas concentrado en ese teléfono a pesar de ir en la carretera. Te decía que Elizabeth es joven, bella y una Castillo.
—No, no lo había notado, sé que es eficiente en su trabajo y es lo que interesa. Además, te tengo a ti, me basta y me sobra.
Me acerqué y besé sus labios de manera fugaz.
—Me sorprende esa contratación. Estaba acostumbrada a ver a mujeres mayores en tu oficina.
Revisó sus labios en el espejo de mano y los cerró algunas veces cuidando el labial.
—¿Por eso fue qué te ofreciste a ir a la editorial?
—En lo absoluto, no tengo celos de nadie, menos de una universitaria que es hija de nuestros amigos. Además, tú no eres de esos hombres. Sería ridículo.
—Mi corazón está contigo y será así hasta que lo permitas, últimamente no me quieres cerca.
—Eres un romántico sin remedio y por eso ves fantasmas donde no los hay. No estamos para esas tonterías, esa época pasó para nosotros.
—El hecho de que nos casáramos cuando éramos jóvenes no tiene que ser un impedimento para disfrutar nuestro matrimonio a plenitud, al contrario.
—Como sea y para reforzar mis palabras, te comento que invité a Elizabeth a cenar, aunque no le di fecha y tendremos que ponernos de acuerdo. Estoy segura que Alejandro y ella se llevarán de maravilla.
—Al parecer ni ella se escapa de tus cenas.
Aceleré la marcha del carro al ver que el semáforo nos dio luz verde. No hablamos más durante el trayecto a la boutique de novias, mi esposa no era de muchas palabras.
Cuando llegamos al primer destino de inmediato bajó del carro y tomó las telas de muestra del asiento trasero. Lanzó un beso apurado y la vi perderse en el interior de su local.
Volví a la carretera con la mirada pendiente en el reloj frontal, llegaba tarde a mi reunión por culpa de la alarma. Sin embargo, confiaba en que los lectores con los que me reuniría no hubiesen llegado, tenían ese don de impuntualidad.
—Buenas tardes, Camelia.
—Licenciado, ¿cómo estuvo la reunión?
Alcé unos de mis pulgares hacia ella y caminé hacia el norte con la atención en el documento recibido por mis colegas. Todo había salido como esperaba, al llegar a mi oficina perdí toda la concentración que me acompañaba. Ahí se encontraba ella, su presencia era como un aire de optimismo y alegría. No pude evitar mirarla hasta que su sonrisa me volvió a la realidad.
—Buenas tardes, licenciado Rivers, ¿qué tal su mañana? —Averiguó, siendo dueña de una mirada tierna.
—Hola, Elizabeth —saludé y cerré la puerta—, es un gusto verte de nuevo. Mi mañana estuvo bien, me comentó mi esposa que tuvieron una charla agradable.
Movió la cabeza de manera afirmativa y añadió, segura de sus palabras, que Clara era una mujer llena de carisma y, dejando al descubierto su personalidad halagadora, me felicitó por mi matrimonio.
—Gracias, ¿cómo vas con los bocetos? Camelia me dijo en una llamada que quisiste trabajar en unas ideas para los ejemplares nuevos.
—Los terminé después de almuerzo —respondió con la mirada en una carpeta—, si desea se los puedo enseñar y me da su opinión. Es algo simple, no pretendo competir con su departamento de diseñadores, sin embargo, creo que podemos darles un aire nuevo a estos libros.
—Estoy abierto a las nuevas ideas. Quizás y te cambie de departamento —bromeé.
—No lo aceptaría, me gusta estar aquí.
—No lo tomes literal, déjame ver en lo que trabajaste, me causa curiosidad.
Se levantó de su silla ejecutiva con la carpeta en mano y caminó hacia mi escritorio. Recibí su trabajo y lo examiné. Me quedé sin palabras al ver su arte. Ella lo entendía y eso era asombroso para sus veintidós años de edad.
—Están perfectos, lo difícil será escoger el mejor. ¿Desde cuándo haces esto? Tienes líneas únicas al bosquejar ideas en papel.
—Gracias, licenciado.
Bajó la mirada con un leve rubor en sus mejillas, la hacía ver adorable, y lejos de ser la niña rebelde que describían sus padres.
—No me has respondido.
—La verdad desde que tengo uso de razón. Si no seguí una carrera similar fue por mi papá, pero mi pasión es el arte en sus distintas expresiones. Digamos que él me ha cortado las alas sosteniendo que es producto de rebeldía.
—Me enorgullece saber que empiezas a luchar por tus ideales, nunca es tarde para remediar errores. Llevaré esto al departamento de diseño, estoy seguro que tomarán en cuenta tus propuestas.
—Gracias, licenciado. Quiero ayudarle lo que más pueda y sobre todo aprender de cada cosita que provoca la magia final de un libro.
—¿Quieres ir a cenar hoy? —Pregunté en un impulso.
—¿Es una… invitación formal? Yo…
—Claro, es decir, me refiero a que este es tu segundo día de trabajo aquí, no has tenido la bienvenida adecuada, ¿aceptas?
Mis manos se movieron a un ritmo nervioso, era algo usual cuando no estaba seguro de mis palabras. Me sentía como en la época de secundaria por alguna razón.
—Estaría complacida de compartir una cena. Gracias.
—Agradeces por todo —afirmé con cierta burla—, ¿te voy a ver a las ocho?
—Al parecer así soy, la gratitud hace que las cosas se multipliquen. Y sí, estaré lista.
—De acuerdo, iré al departamento de edición a ver los avances que han tenido los ejemplares. Me llevo tu carpeta para presumirla.
—Sé que no hará eso, si me permite puedo ir por usted. Mejor devuelva las llamadas que le hicieron en la mañana, tengo una lista con los nombres.
—Creo que no puedo contradecir esa sugerencia.
—Porque tengo la razón, licenciado.
—Un poquito de humildad —susurré con ironía.
—Voy a fingir que no lo escuché —refutó con una mueca graciosa—, vuelvo en unos minutos, con permiso.
Abandonó