Peligroso amor. Dayanara

Peligroso amor - Dayanara


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mi mirada en la suya. Negué despacio.

      —¿Me tratas de decir que estás soltera? Me sorprende que no mantengas una relación, eres una joven bella e inteligente. Cualquiera se fijaría en ti.

      —Lo que pasa es que siempre me he interesado en otras cosas, me he encerrado en mi propio mundo. Y luego de descubrir los amores de libros no espero menos.

      —Te pareces a mí cuando tenía tu edad, con decirte que mi esposa fue mi segunda novia.

      —¿Por qué? Los hombres son abiertos en ese aspecto.

      —Estuve en mi propia burbuja.

      El empleado, que nos había llevado a la mesa, volvió con el vino solicitado, después de servirlo en las respectivas copas y tomar nuestro pedido, se alejó.

      —De todas maneras, su esposa es una mujer guapa y encantadora, se nota que es feliz —continué con la conversación.

      —Hemos construido un matrimonio sólido en estos años, pero si quieres la verdad nuestra unión también se dio porque llevaba a Alejandro en su vientre.

      —¿Y de no ser así qué hubiese pasado?

      —Creo que no hubiera existido diferencia. Nos entendíamos y nos queríamos. Sabíamos que llegaríamos al altar solo que no con tan poco tiempo por delante. Nos casamos demasiado jóvenes. Te sorprendería la edad.

      —Pero, ¿la señora Rivers es el amor de su vida?

      —Rompamos con este esquema —sugirió acompañado de un movimiento de manos—, tutéame.

      Sonreí y de inmediato sentí como el calor recorrió mis mejillas. Me había ruborizado.

      —Brindemos por ambos —propuse en el momento en el que me entregó la copa, fingiendo serenidad.

      —Salud —contestó con mirada curiosa, que delató un tenue brillo en su iris.

      Antes de que nuestras copas chocaran, una llamada entrante a su celular interrumpió el momento. Soltó la copa y lo buscó en el bolsillo de su pantalón, con una mirada apenada se disculpó para responder.

      —Ho-hola, Clara, ¿todo b-bien?

      Jugué con los tenedores en un intento de no prestar atención a las palabras de mi jefe. Enseguida el mesero apareció y en total silencio dejó los platos en su lugar, con una sonrisa pomposa se despidió.

      —¿Por qué le mentiste? —Pregunté cuando terminó con la llamada.

      —No esperaba esta pregunta —confesó nervioso—. En otro momento le hubiera dicho con quién estaba. Pero ahora se siente como un secreto entre ambos… No lo sé…

      —Un secreto que tal vez se dibujó en nuestras manos. Dicen que ahí se encuentran todos.

      —Vaya! Tus ocurrencias se están convirtiendo en mi terapia de risas. Tendré en cuenta tu comentario.

      —Eso es lo que busco, escritor. Que encontremos armonía en esta relación laboral, brindemos.

      Esteban Rivers

      Dejé el periódico a un costado de la mesa en el momento que noté que Clara ocupó su lugar en la mesa. El color amarillo que llevaba esa mañana hacia brillar su semblante. Era una mujer hermosa y de movimientos delicados.

      —¿Cómo te fue en la cena de negocios, Esteban? —Preguntó al notar mi mirada embelesada sobre ella.

      —Igual, los mismos temas de siempre, cariño.

      —¿Puedo deducir que tendrás un nuevo libro en publicación y por lo tanto un nuevo cliente?

      —Eso creo, al menos dejé buena impresión. ¿Qué tal el día en la boutique?

      —Yo también tuve una nueva clienta. Parece una joven encantadora al igual que su familia.

      —Quedará fascinada con tus diseños. Tienes el privilegio de crear el atuendo más importante para el día soñado de las mujeres.

      —Amanecimos inspirados —bromeó, con la taza de café entre sus manos—, otra cosa, estuve pensando en Elizabeth y en la cena que le prometí, ¿qué te parece este fin de semana?

      —¿A qué se debe la prisa?

      —Alejandro la conoció anoche, dice que afuera de la editorial. Nuestro hijo está prendado de la belleza de tu asistente.

      Me quedé en silencio.

      —¿Esteban?

      —Disculpa, se me fue el pensamiento a una reunión que tengo en menos de dos horas. Yo le digo a Elizabeth de la cena y te aviso luego, nos vemos en la noche.

      —No, hoy no vendré temprano —avisó con la mirada en su teléfono—. Tengo una prueba de vestuario con otra joven, no sé a qué hora me desocupe.

      —Clara, esta semana si apenas has pasado en la casa. ¿No crees que le tomas más importancia al trabajo?

      —Ya hemos hablado de eso, Esteban y ahora no es el mejor momento.

      —Nunca lo es porque siempre estás ocupada.

      —Al igual que tú y no te lo reclamo.

      —Sabes que eso no es cierto. —Me senté a su lado—. ¿Qué ocurre? Hace meses que nos hemos distanciado sin querer admitirlo.

      —No seas intenso con ese tema. No te reclamo ni controlo tu vida, no vengas a hacerlo conmigo.

      —Clara, no es que te quiera controlar, pero ya casi ni nos vemos a menos que sea para dejarte en el trabajo o estar presente en una de tus cenas. ¿Qué es lo que pasa?

      —No pasa nada, es el trabajo que nos absorbe, pero no es el fin del mundo. No somos ni la última, ni la primera pareja que no se ve en el día. Ambos tenemos ocupaciones.

      Ocultó sus manos debajo de la mantelería mientras su mirada divagó, estaba rígida y la comisura de sus labios la delataba; en un movimiento lento, me adueñé de su barbilla e hice que sus ojos negros se encontraran con los míos:

      —Te propongo un plan, ¿qué me dices si este domingo vamos al lago con nuestro hijo? Hace mucho que no hacemos esas excursiones familiares.

      —N-no puedo, mis amigas vienen a casa, vamos a ponernos al corriente, ¿lo dejamos para la semana próxima? Recuerda que Alejandro pasará el fin de semana con Manuel, es su compromiso.

      —Entonces nos vamos los dos, tenemos tiempo que no compartimos. Creo que nos merecemos ese tiempo, reagenda con tus amigas.

      Busqué su mano izquierda y la besé.

      —Odio cancelar. Además, harán un viaje en días posteriores y sino las veo este fin de semana ya no podré hacerlo.

      Fruncí los labios y pestañeé un par de veces. Recordé el restaurante que había mencionado días atrás y la emoción con lo que me lo contó porque conocía al chef, le propuse ir.

      —Me encantaría, pero me comprometí con la joven que te comenté. No le puedo cancelar a último minuto. —Asentí un par de veces con evidente molestia—. Lo siento, es mi trabajo, no puedo estar disponible las veces que desees.

      —Clara, ¿sabes que somos un matrimonio puertas adentro también? Perdón que te lo diga, pero tengo la sensación de que los nuestro se deteriora cada vez más. Es como si estuviéramos en un invierno constante.

      —¿Lo dices porque no acepto tus planes? Y otra cosa, deja tus palabras bonitas para los libros que escribes, a mí no me gustan esas clases de analogías.

      Pasó las manos por su cabello ondulado en un intento forzado. Solté un suspiro pesado. No quería terminar en discusión, pero su actitud no me hacia las cosas fáciles. Sin embargo, insistí una vez más, tal vez y solo estaba agobiada por tanto trabajo,


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