Criterios del pensamiento social de José Kentenich. Más allá del capitalismo-socialismo. P. Hernán Alessandri M.

Criterios del pensamiento social de José Kentenich. Más allá del capitalismo-socialismo - P. Hernán Alessandri M.


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le permitió alcanzar transformaciones en el mundo que él podía palpar. La técnica realmente cambia al mundo y el hombre moderno que es un entusiasta de la técnica, que ama lo real, a quien no interesa tanto el debate ideológico, especulativo, sino que va al hecho, cree encontrar en ella respuesta a sus inquietudes.

      Esto tiene lados negativos, pero también hay un lado positivo. Ello se ve en Marx, que era un hombre realista y a quien no le interesaba tanto reflexionar sobre el mundo sino cambiarlo, ser eficaz. Sin duda, este realismo del marxismo es lo que atrae hoy a la juventud. El marxismo tiende sus manos no a ideas sino a realidades. Por eso, quien quiera ser un buen marxista, debe permanecer en contacto con la vida.

      El Concilio sigue la misma línea, definió a la Iglesia en una perspectiva totalmente realista. Por eso puso al centro lo que es más real de todo, la vida. Para el Concilio Vaticano II, la Iglesia es la comunidad de los que participan de la vida de Dios y lo más importante es la intensidad de esta vida. La Iglesia está bien cuando la vida divina está siendo más fuerte en ella. Esto significa un gran progreso respecto a una visión intelectualizada y jurídica de la Iglesia que primaba antes del Concilio. Antes de él, se pensaba que la Iglesia era en primer lugar la transmisora de las “verdades” divinas y que lo más importante era que los cristianos tuvieran claras las ideas, la fe. Por eso, lo más nefasto era que alguien proclamara una idea que no concordara a precisión con la que se había definido. En el Concilio se dice: importa la vida. Dios también transmitió verdades a los hombres, pero les reveló esas verdades para que puedan vivir mejor. De hecho, el hombre piensa para vivir, no vive para pensar. El pensamiento está en función de la vida, para que esta sea mejor. La Iglesia del Concilio proclamó eso, nosotros los cristianos poseemos ciertas verdades, pero esas verdades tienen por sentido, por fin, ayudarnos a vivir mejor.

      Puede haber gente que tenga ideas muy bonitas, que conozca toda la doctrina cristiana y que no la viva, que esté en pecado, son cristianos que conocen la fe, pero no la viven. El Concilio dijo que también puede ocurrir lo contrario, o sea, que haya gente que no conoce las verdades cristianas y que las vive, son los que el Concilio llama “cristianos anónimos”. Hoy se acepta que puede haber personas que no conozcan a Cristo y que, sin embargo, lleven en su alma la vida de Cristo. A la Iglesia del Concilio no le interesa en primer lugar que se aclaren las ideas, que todo el mundo tenga las ideas de Cristo, sino que la vida de Cristo penetre cada vez más la humanidad. Las ideas sirven a la vida, las ideas (y la fe) se defienden porque ayudan a la vida y no al revés.

      Lo mismo pasa con la institución. También antes del Concilio, la Iglesia era una gran institución. Existía gran celo porque se cumplieran todos los detallitos de la organización y de las actas y del derecho canónico. La Iglesia del Concilio no niega lo anterior, pero dice que al igual que las ideas, este aparato institucional está al servicio de la vida y que no sacamos nada con tener claras todas las ideas o tener la parroquia o el Movimiento maravillosamente organizados si no hay vida. La gente puede conocer las ideas, puede cumplir los horarios y reglamentos, pero si la vida anda mal, esa parroquia, ese Movimiento, no serán imprescindibles ni determinantes en la vida de sus integrantes.

      El Padre Fundador sigue totalmente esta línea. El P. Kentenich es realista y por eso a él le interesan los problemas vitales, reales del hombre de hoy, por eso en Schoenstatt decimos que un schoenstattiano anda bien cuando de hecho lo está. Puede ser que haya alguien que sepa poco de Schoenstatt, pero eso no nos importa tanto, y puede ser que haya alguno que siempre llega atrasado a las reuniones de grupo y que no cumple otras cosas de este tipo, eso tampoco nos importa tanto si es que de hecho anda bien. ¿Y qué significa que ande bien? Que es un schoenstattiano que está viviendo la Alianza de Amor, aunque no tenga ideas claras y organizativamente esté un poco desorientado.

      Esta es la perspectiva según la cual el Padre Fundador ha enfocado el problema de nuestro tiempo, una perspectiva realista. El P. Kentenich mira el mundo de hoy desde ese ángulo, que es ángulo del Concilio y que, al menos en la intención, es también lo que quieren los marxistas, ver los problemas reales.

      ¿Cómo se ven los problemas reales? El Padre Fundador prescinde de las ideologías, de las instituciones, de los partidos políticos, de todo lo que sea aparato, directamente va a la gente, al hombre. A él le interesa ver cuáles son los efectos profundos que la vida del mundo está causando hoy en la mentalidad y en la actitud de la gente, cuál es la mentalidad profunda que tiene el hombre de hoy, independientemente del país en que viva, el partido político al que pertenezca, de las ideas que tenga. La gente puede tener todas las ideas que quiera y no vivir de acuerdo con ellas. O puede tener ciertas ideas y en la práctica vivir según otras, como les sucede a muchos cristianos que lo son en la teoría, pero niegan a Cristo en su vida diaria. Esto es algo generalizado, alguien puede ser también marxista en la teoría y no serlo en la práctica, protestante en teoría y no en la práctica, etc. Por eso, el P. Kentenich se despreocupa de las teorías, las ideas, y parte de los efectos que se pueden observar en la vida del hombre, en su mentalidad y en su actitud.

      Ahora bien, el Padre Fundador desde un comienzo pone el dedo en una misma llaga, y dice que el problema del mundo actual es el colectivismo. ¿Qué entiende el P. Kentenich por colectivismo? A los jóvenes, en el año 1912, les habla del hombre-masa, de la masificación. Es el gran problema que el Padre Fundador discierne al iniciarse esta nueva época de la humanidad, que la mayoría de los historiadores coincide en hacer comenzar con la Primera Guerra Mundial. El P. Kentenich se da cuenta que la humanidad está frente a un desafío gigantesco, desafío que se manifiesta especialmente en la situación del hombre moderno ante la técnica. El Padre Fundador pone a los jóvenes en el Acta de Prefundación ante esa disyuntiva. ¿Qué hemos de hacer, decidirnos por la técnica o por el hombre? La técnica es una especie de monstruo que se está escapando de las manos del hombre. En vez de convertirse en una herramienta que le permita al hombre hacer el mundo más humano, está pasando al revés, no es el hombre el que con la técnica está haciendo el mundo a su semejanza, sino que es la técnica, la máquina, la que está haciendo al hombre a semejanza de ella. Y es la máquina la que está imprimiendo a la persona y a la sociedad humana un ritmo inhumano de vida, tan inhumano que lleva a plantear esa disyuntiva. ¿Se podrá encontrar la solución renunciando a la técnica y volviendo a la Edad Media? ¡No! No se puede, tenemos que seguir adelante, tenemos que aceptar este regalo de Dios que es la técnica y que, evidentemente, tiene muchísimo de positivo, pero también hemos de educarnos para aprender a usarla. Y el P. Kentenich plantea el gran problema del hombre de hoy y de la sociedad de hoy, como un problema de educación. Se necesita un gigantesco esfuerzo de educación para que el mundo que el mismo hombre está creando no lo devore, para que el hombre siga siendo dueño del mundo, de ese mundo técnico, y no termine siendo su esclavo, copia de la máquina.

      El Padre Fundador llama colectivismo o masificación a los efectos que está produciendo en la sociedad la amenaza de la técnica. La máquina le imprime a la sociedad su propio ritmo y la sociedad moderna se convierte a su vez en una gran máquina en la que cada hombre deja de ser persona y pasa a ser un tornillo, un átomo al servicio de este gran aparato productivo que es la sociedad de hoy. El hombre es manipulado y es instrumentalizado según las necesidades de esta gran máquina. Por ejemplo, si hoy día se construyen grandes edificios de departamentos, no es para fomentar la solidaridad humana, no es para que haya más espíritu de familia entre los hombres, es por la necesidad de la técnica, porque técnicamente son más baratos, porque también es más económico que la gente viva en edificios grandes cerca del lugar donde trabaja y no necesite gastar tanto en medios de locomoción. Todos son motivos técnicos. En el mundo técnico en que vivimos, los hombres habitan cada vez más juntos, cada vez más cerca unos de otros y, sin embargo, cada vez se ve menos solidaridad, cada vez se cae en una mayor soledad. El problema de la incomunicación es el tema de todas las películas y novelas modernas. El hombre de hoy, viviendo en rebaños de millones, yendo en un autobús con el prójimo casi dentro del propio cuerpo sufre, no obstante, de una angustiosa soledad. Vivimos en medio de grandes apreturas, en medio de grandes concentraciones humanas, por eso ya no es sociedad humana: eso es masa.

      La sociedad es algo articulado, es algo orgánico. La sociedad es un conjunto de personas con ciertos vínculos entre ellas, no es un montón de gente. El Metro es aglomeración


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