Femme de ma vie. Jorge Pimentel

Femme de ma vie - Jorge Pimentel


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      Entre triviales cotilleos finalmente entra Rafael, pues la puerta la había dejado Josephine abierta, para que se hiciese más fácil ubicar su casa pues habrían de ver y oír el ruido de la plática a un par de metros. Rafael entra con su tradicional chamarra negra de un cuero que me reservo a pensar que es legítimo, pero que ciertamente hace de buen ver la chamarra, y él lo sabe, sino no se la pondría, además de ver en su cara que cree que aquella chamarra le hace ver cool.

      Rafael aúna el ambiente, entrando vigoroso. Josephine rápidamente le cuestiona respecto de las películas que al parecer le prometió llevar. Rafael se lleva la mano a la cabeza, señalándonos que se le había olvidado. Ya pues, no te preocupes, de todos modos vemos qué películas tengo yo —le dice Josephine—. Sí, perdón, pero igualmente hay que jugar o hacer algo primero antes de gastarnos la carta de las películas —replicó Rafael.

      Josephine se dirigió a la cocina y tomó propaganda de una pizzería, cuestionándonos respecto de qué pizza queríamos, abriendo un pequeño debate para seleccionar un par de pizzas para encargar.

      Finalizado el pequeño foro de discusión el cotilleo prosiguió:

      —¿Y ahora qué? —pregunta Isabela—.

      —Sí, Josephine, pon el ambiente: al centro y a bailar —bromea Hernán.

      —Ay sí, tú. Mejor hazlo tú —contesta Josephine riendo.

      —Él ya lo hizo, te toca a ti, un hombre y una mujer —le replica Anna.

      —Cálmense todos, ahora todos nos queremos lanzar al centro y bailar, pues ¿qué es esto, un burdel? —dice Rafael riendo.

      —Pues Josephine quería divertirse, seguro quería que Hernán le bailase —les dije bromeando.

      —Sí, sí, en efecto mi querido amigo detective. Es bien sabido por esta honorable comunidad que Hernán gusta de las caderas de Josephine —dice Rafael.

      —¿Caderas? ¿Eso qué? Y no, no gustamos nada de ninguno —contesta Josephine.

      —Por supuesto, porque Hernán es de Jatziri —puntualiza Isabela.

      —Uhuuu, ahora sí se te juntó, Hernán —dice Rafael.

      —Pues no lo ayudan, ven que de todas tira a flirtear y todavía lo destapan aquí en medio de sus dos amores —dije—.

      —Sí, sí también por eso es que no —contesta Josephine.

      —¡A ver, a ver! ¿Es por eso que qué? —Irrumpe Rafael.

      —Que es por eso que no, dice. Es decir que sí hubo algo allí. ¡Listo! Detectives a su servicio —cotilleé.

      —Sí ¿no? Sí dijo eso —me pregunta Rafael, contestándose solo—. Entonces la pregunta es: ¿hubo algo? —Pregunta, dirigiéndose a Josephine.

      —Hombre, pues si no nos quieren decir ya sus razones tendrán —le dije a Rafael, para evitar que Josephine se presionase.

      —Jajaja, sí, claro. Pero igual pueden decirnos, ya estamos aquí todos reunidos y no va a ser nada particular contra ustedes, ahorita también desenmascaramos los romances de Jorioz —bromea de nuevo, Rafael.

      —Ajá sí claro, yo soy el siguiente que queman en la lista de cotilleos —repliqué.

      —No, no es que no les queramos decir, pero realmente no hubo nada, y es más que nada porque he visto a Hernán muy junto con Jatziri y pues no me gusta generar discordia —dijo Josephine.

      —Jajaja ¡no! Digo, sí hablo con Hernán y todo, pero no somos nada —aclara Jatziri.

      —Sí, no somos nada —secunda Hernán.

      —No es que tengan que ser algo, es que eres muy coqueto, y pues no me gusta eso —recalca Josephine.

      —Sí, la verdad es que para qué nos engañamos Hernán, donde pones los ojos quieres poner las balas, y no eres de poner las balas en un solo lugar —bromeé a Hernán, de acuerdo con lo que Josephine había dicho.

      —Está bien, hombre, admito mi culpa —dice riendo, Hernán—. Te debo una disculpa por haber evitado lo que pudo haber sido.

      —Es tarde para ello —precisa Isabela—, ya se nos va ir.

      —Se te fue el tren jajaja —dice Anna, riéndose también de Hernán.

      —Ya supimos bastante de Hernán, ¿quién es el siguiente al que desenmascararemos? —Pregunta Rafael.

      —El Pessoa, es el otro que tiene la llama del romance reciente —acusa Hernán.

      —¿Yo? ¿Con quién? Jajaja —replico.

      —Ay, no te nos vayas a hacer el que no sabes nada, otra vez, ya te descubrimos el otro día en clase, cuando Anna nos confirmo que andas detrás de Catalina, su amiga —recuerda Rafael.

      En realidad no era que no recordara, sino que buscaba no hablar de ello, me cohibía en pensarlo, pero ya era obvio que sabían y que el tema era inexorable.

      —Ya, ya… Ya me acuerdo pero ¿qué hay que decir de Catalina? Apenas estoy comenzando a hablar con ella y pues si ha de haber algo no es a este tiempo —les precisé.

      —Ya ves, todavía no es tarde —dice Hernán a Anna.

      —Jajaja, ¿tarde para qué? —contesta.

      —¿Por qué tarde? —Pregunté, riéndome desubicado—.

      —Pues porque aquí la honorable dama… (le interrumpe Anna).

      —Ay ni sabes de lo que hablas.

      —Pues… —se queda pensando Hernán, mientras parece, como en la escuela Millicent hizo, intercambia ideas con Anna, viéndose a los ojos— Olvídenlo, creo me confundí —finaliza Hernán.

      Llamaron a la puerta, la madre de Josephine, quien estaba detrás de nosotros, en el comedor, sentada junto a su hija menor, se paró y abrió la puerta, era el repartidor de pizzas quien finalmente se las entregó a esta, y ella le pagó. Josephine ayudó a su madre a cargarlas, para después ponerlas en el comedor, abrirlas y ayudar a servirlas. Rafael se ofreció a asistirles, pero recibió la negativa de la madre de Josephine, quien dijo no había problema, que ellas se encargarían.

      Esperé paciente a que atendieran primero a las chicas, aunque el hambre me llamaba desde que supe que era el repartidor el que estaba en la puerta, con solo imaginar el olor de aquellas pizzas. Finalmente Josephine me preguntó de qué quería mi rebanada, a lo que yo me levanté de mi asiento para ir a donde Josephine y ayudarle a servir mi propia rebanada. Así fue, por lo que posteriormente volví a mi asiento para comérmela.

      El cotilleo intenso parecía haber acabado, todos estábamos sentados comiéndonos nuestras rebanadas; intercambiando una que otra idea banal de vez en cuando. El Sol había caído, y la oscuridad cobijaba las afueras de los edificios, que carecían de buena iluminación en su exterior. Desde que habíamos comenzado a comer la pizza, Josephine había puesto ya un filme que apunto estaba de terminar, como apunto estábamos ya de dejar de comer y comer más.

      Rafael sacó una botella de agua que guardaba en la mochila que traía y dijo: vénganse todos y hagamos un círculo, hay que jugar a la botella o algo. Pero sin retos tan extremos, replicó Isabela.

      Ahora estábamos allí, formando un círculo. Rafael pidió ayuda de Hernán para remover la mesa de centro, y poder poner ahí la botella, a lo que este le ayudó.

      Rafael hizo girar la botella: la tapa apuntó a Josephine, su parte trasera a Anna.

      —¿Verdad o reto? —preguntó Anna.

      —Sin más remedio: verdad.

      —Hmmm, ayúdenme a elegir una jajaja —nos precisó Anna.

      —Pues de una vez pregúntale si le gusta Hernán —le sugerí a Anna.

      —¡No!


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