El don de la ubicuidad. Gabriel Muro

El don de la ubicuidad - Gabriel Muro


Скачать книгу
el verdadero amigo, aquel que pone a prueba, aquel que da identidad por contraste, revelando sus propios límites y, por lo tanto, los límites propios.34

      En Atenas, solo algunos hombres nacían libres: los eugenos, los bien nacidos, que constituían una nobleza de nacimiento capaz de ejercer la amistad pública. Esta amistad dada por la igualdad de nacimiento era conocida como phratría, la fraternidad, condición de la democracia y del “antagonismo fraterno” que, a diferencia del antagonismo militar u hostilidad pura, impide el asesinato. Había, en la base de la democracia griega, unas relaciones de parentesco que posibilitaban ir más allá del oikos y gobernar según las leyes, pero que sin embargo reenviaban siempre hacia la casa, en la medida en que la posición social provenía, en primer lugar, de las relaciones filiales. Se ve así cómo todo un modelo económico-familiar se encuentra en la base de la democracia ateniense y de la amistad política occidental.

      En este gran esquema categorial, organizado alrededor de varios polos oposicionales, no es extraño que la guerra civil, la stásis, haya sido considerada por los griegos como el hecho más funesto que podía sobrevenirle a la comunidad política, como si se tratase de una peste. Una peste, precisamente, en la medida en que pone en crisis todas las fronteras. La stásis, siendo uno de los términos de una oposición binaria (la que distingue entre stásis y polémos) confunde todas las oposiciones e invierte todos los valores. En primer lugar, trasgrede la prohibición de matar al igual, al adversario político fraterno. La stásis conduce al fratricidio, disolviendo la distinción entre enemigo privado y enemigo extranjero. En la guerra civil, el enemigo está adentro, vive en casa, habita ese ámbito doméstico ampliado que es la polis para los hombres libres. Para Platón, la stásis es una guerra familiar o una guerra doméstica.35

      A través del análisis de la stásis, Nicole Loraux ha cuestionado que, en Grecia, el oikos era superado por la polis. Contra el libro I de la Política de Aristóteles y mediante el análisis de la stásis, se vuelve imposible sostener fronteras férreas entre el ámbito de lo doméstico y el ámbito de la ciudad. Estas fronteras son, en todo caso, muy porosas. En la stásis se producen toda clase de contagios: el vínculo político se vuelve familiar y el vínculo familiar se vuelve político por obra de la facción. En la guerra fratricida, el vínculo familiar es incluido en la polis, se politiza, en la misma medida que el vínculo político se despolitiza, deviniendo solidaridad familiar. El enemigo privado, en estas circunstancias, se vuelve enemigo público. Lo político, entonces, y al contrario de lo supuesto por la filosofía política clásica, ya no puede ser pensado como una sustancia perfectamente localizada y claramente diferenciada del ámbito del oikos.

      En la Modernidad, con la mundialización de la economía capitalista y la expansión total del ámbito del mercado, no solamente se vuelve redobladamente insostenible la distinción entre oikos y polis (dando lugar, de hecho, al sintagma “economía política”), sino que, crecientemente, los ámbitos de la vida doméstica, de la familia, del alimento, de la reproducción, de la vida biológica, se vuelven los asuntos cruciales de la política, o, en términos de Michel Foucault, de la bio-política:

      “Durante miles de años, el hombre ha permanecido siendo lo que era ya para Aristóteles: un animal vivo y, además, capaz de una existencia política; el hombre moderno es un animal en la política cuya vida, en tanto que ser vivo, está en cuestión. (…) El hombre occidental aprende poco a poco lo que significa ser una especie viviente en un mundo viviente, tener un cuerpo, condiciones de existencia, probabilidades de vida, una salud individual y colectiva, fuerzas que se pueden modificar...”.36

      Durante el siglo XVIII comienza a manifestarse una mutación crucial que surge en Europa y luego se expande por todo el mundo. El poder ya no es ejercido, simplemente, por un monarca o un soberano sobre sus súbditos, ni mucho menos por un ciudadano libre sobre sus esclavos. Aparece una nueva entidad que se convertirá en el blanco privilegiado del poder: la población. Esta entidad ya no es una mera agregación de súbditos más o menos numerosos, sino una entidad biológica viviente, con sus efectos de masa y sus leyes de crecimiento y decrecimiento, sobre la que se deben ejercer nuevas formas de poder si se quiere hacer de ella algo provechoso, una máquina productiva capaz de producir riquezas, bienes, e incluso otros individuos.37 De su salud, abundancia y laboriosidad depende el “bien común” y el bie­nestar de la sociedad. A la población no se la gobierna, primordialmente, a través de leyes, aparatos judiciales o formas jurídicas, como era el caso de las sociedades de soberanía. Se la gobierna mediante normas y procesos de normalización. Estos no dependen tanto de aparatos jurídicos como de aparatos médicos, psiquiátricos, urbanísticos, escolares y fabriles, que producen nuevas tecnologías de observación, entre las cuales la estadística ocupará un lugar central. Por último, y no menos importante, la guerra, en las sociedades bio-políticas, ya no se lleva a cabo para dar muerte al enemigo, sino, tanto más, con el fin de proteger la vida de la propia población.

banda

      Dos series de guerras internas marcaron a fuego las décadas posteriores a la independencia argentina de España. Por un lado, la guerra entre las distintas facciones de las clases dominantes, los unitarios y los federales. Por otro lado, las guerras estatales contra los indios. En el fondo, las dos series confluían en una, bautizada por David Viñas como la guerra de las vacas.38 El motivo último del enfrentamiento era la disputa por el ganado que desde el siglo XVII se había convertido en la principal actividad productiva de las provincias del Río de la Plata. Los criollos, volcados hacia el Atlántico, exportaban la carne de vaca para el consumo de los esclavos de Brasil y de Cuba, y destinaban el cuero a Inglaterra. Los indios, arrinconados hacia el pacífico, tendían a comerciar el ganado con Chile. Mientras los indios hacían pastar a las vacas en grandes extensiones de tierra, los criollos perfeccionaba las estancias con cada vez mayor sistematicidad. De este modo, el campo de batalla y el botín coincidían: adquirir ganado significaba, a la vez, adquirir las tierras para su engorde.39

      En las dos series de guerras, las relaciones de poder estaban marcadas por una primacía de la crueldad, pero de acuerdo a distintas formas de guerrear: entre los unitarios de Buenos Aires primaba la formación de milicias profesionales, portadoras de armas de fuego. Entre los federales predominaban las montoneras: unidades de combate rurales e irregulares, sin disciplina militar ni científica pero con gran capacidad de daño mediante el ataque sorpresivo con lanzas y a campo abierto. Se llamaban montoneras porque formaban montones o amontonamientos móviles y no unidades fijas de combate. Entre tanto, las diversas tribus de indios se aliaban, episódica y coyunturalmente, con uno u otro bando, sin dejar de guerrear, más a menudo, contra los dos. Estos distintos modos del guerrear producían, entre los unitarios, el imaginario de un polaridad binaria entre la civilización y la barbarie, entre la guerra codificada y la guerra descodificada, entre el unitario General Paz, militar formado “a la europea”, y el caudillo federal Facundo Quiroga, el “tigre de los Llanos”. Pero esta oposición emblemática, tajante y abstracta, era permanentemente desmentida por las prácticas guerreras de los liberales, como en 1962, cuando las tropas de Mitre reprimen las revueltas federales y descuartizan al Chacho Peñaloza, exhibiendo su cabeza en una pica.

      El largo ciclo de enfrentamientos bélicos entre unitarios y federales muestra que el límite de la guerra solo podía llegar de la propia guerra, de la derrota de uno de los dos bandos, cada vez más indiferenciados, sin que la política pudiese contener los desbordes. Así como para las ciudades-estado griegas la guerra civil era la peor de las enfermedades, los unitarios, en una primera fase, debían derrotar a los federales, imponerles por la fuerza su propia voluntad, para luego, en un segundo tiempo, “curar” a la nación con más detalle, apelando ya no solo al poderío militar, sino al poder médico.

banda

      En 1820, los caudillos federales habían vencido a los unitarios en la batalla de Cepeda, poniendo fin al Directorio y al control de Buenos Aires sobre el resto de las provincias, desde entonces gobernadas autónomamente. Al finalizar el período conocido como “anarquía del año 20”, asumió como gobernador de Buenos Aires el general Martín Rodríguez, quien designó al jurista Manuel José García como ministro de Hacienda y a Bernardino Rivadavia, ex secretario


Скачать книгу