Teoría feminista 03. Celia Amorós

Teoría feminista 03 - Celia Amorós


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DEL GÉNERO: CRÍTICA A LA HETEROSEXUALIDAD OBLIGATORIA Y AL ESENCIALISMO

      No obstante, es preciso señalar que la propia Gayle Rubin realizó una revisión autocrítica de la distinción entre sexo y género en un artículo que tituló «Thinking Sex» y que publicó, diez años más tarde, en la obra colectiva, compilada por Carol Vance, Pleasure and Danger13. Allí Rubin observa que en «The Traffic in Women» no distinguía «sexo» (como deseo sexual) de «género», por considerar a los dos como modalidades del mismo proceso social subyacente. Ahora, en cambio, piensa que hay que analizar separadamente la sexualidad del género porque tienen existencias sociales distintas, aunque estén relacionados. En este artículo propone una política de la sexualidad independiente de una política de género, lo que implicaría cuestionar que la sexualidad se derive del género y problematizar la confusión semántica entre sexo y género, ámbitos que en su opinión no son intercambiables. Y, aunque «a largo plazo la crítica feminista de la jerarquía de géneros tenga que ser incorporada a una teoría radical sobre el sexo y la crítica de la opresión sexual deba enriquecer al feminismo», es preciso elaborar previamente «una teoría y política autónomas de la sexualidad» por considerar que tanto la sexualidad como el género son políticos, es decir, están socialmente construidos: existe un sistema de poder que recompensa y fortalece a algunos individuos y actividades, mientras castiga y oculta a otros. En la cúspide de este sistema de poder estaría la sexualidad marital reproductiva monógama14. En definitiva, lo que le preocupaba a la autora es que pudiera deducirse de su concepto de sistema sexo-género la idea de que el sexo fuera una realidad «natural» y que, por tanto, se presentara universalmente de la misma forma, ajena a la historia, con lo que podría entenderse que hacía referencia exclusivamente a la sexualidad heterosexual reproductiva.

      Ya a partir de finales de los 70, el concepto de género va a recibir serias críticas desde todos los frentes. En primer lugar, desde la perspectiva de mujeres que no se sienten representadas por el feminismo existente: desde 1974 empiezan a aparecer grupos, como el Combahee River Collective, de feministas negras y lesbianas cuyo objetivo era definir y clarificar una política propia y las posibilidades de coalición con otras organizaciones progresistas, entre ellas con las organizaciones negras masculinas. «Luchamos junto a los varones negros contra el racismo, al tiempo que luchamos contra ellos a causa del sexismo». Esta corriente continuó durante los 80 con las obras de autoras como Adrienne Rich (Nacemos de mujer), que denuncia lo que se ha llamado la «heterosexualidad obligatoria» y habla del «continuum lesbiano»; de mujeres negras y/o lesbianas como bell hooks (Ain’t I a Woman?), Denise Riley (Am I that Name?), Audre Lorde (Sister Outside), que se plantean en qué medida la palabra «mujer» las nombra, movimiento que sigue en los 90 con las chicanas Gloria Anzaldúa, Chela Sandoval y María Lugones15. Todas estas autoras han criticado la reificación del género que se produce desde el momento en que se establece la definición del sujeto del feminismo a partir del único eje del género, lo que ha dado un estatus cuasi ontológico a una noción que pretendía ser una mera categoría de análisis. La acusación contra el feminismo anterior de privilegiar la crítica a la visión androcéntrica y con ella poner por delante el eje del género, olvidando otras instancias como la raza o la orientación sexual, va a continuar con una crítica añadida al etnocentrismo, por parte del llamado feminismo del Tercer Mundo o feminismo postcolonial, hacia el feminismo occidental por privilegiar la visión de las mujeres que habitan en el Primer Mundo.

      En segundo lugar, se desencadena, asimismo, una crítica procedente de la teoría feminista más afín al postmodernismo (primero influida por Lyotard y Lacan, luego por otros teóricos como Foucault, Deleuze, Derrida, etc.), que realizará una denuncia de todas las abstracciones y generalizaciones, entre ellas de la de género, al mismo tiempo que pondrá el acento en la heterogeneidad, la fragmentación y, en definitiva, en las diferencias. Se acusará al feminismo de las dos décadas anteriores de estar infectado por la prepotencia y la arrogancia de las teorías filosóficas de las que se nutre (marxismo, psicoanálisis, etc.), al tiempo que será duramente criticado, de nuevo, por su ceguera ante la cuestión de la raza y la clase social, lo que parece haberle llevado a reflejar únicamente el punto de vista de las mujeres occidentales, de clase media, blancas y heterosexuales, en detrimento de todas las demás. Estas dos críticas acaban por confluir.

      Por ejemplo, la historiadora Linda Nicholson piensa que la perspectiva de Rubin del «sistema sexo-género» presupone un tipo de distinción y relación entre lo biológico y lo cultural que asume que lo biológico posee una cierta fijeza y lo cultural un alto grado de variabilidad. De este modo, las bases biológicas de las diferencias entre mujeres y hombres sirven como el fundamento sobre el que las sociedades imponen sus diversos significados culturales16. Es decir, para Nicholson la introducción de este concepto no termina de poner en cuestión lo que Hawkesworth ha llamado la actitud «natural» ante el género.

      La misma Hawkesworth ha criticado la noción de género por su equivocidad. Con el mismo término, señala esta autora, se nombra la sexualidad, la identidad sexual, la identidad genérica, el rol sexual y la identidad de rol genérico. Para evitar confusiones, sería preciso explicitar en qué sentido se utiliza la palabra «género» en cada caso para no caer en la confusión. Creo que los tres primeros significados estarían dentro de lo que podrían ser aspectos subjetivos del género, mientras que los dos últimos constituirían sus aspectos sociales. Pues bien, en este apartado voy a hablar del género como categoría analítica, tanto como sistema de organización social (noción que ya está presente en el primer ensayo, antes analizado, de G.Rubin, y en los análisis de J. W. Scott, que trataré a continuación), como en el sentido de formación de la identidad genérica (en los análisis de Teresa De Lauretis y de Judith Butler).

      La historiadora Joan Wallach Scott, en su notable ensayo, «Gender: A Useful Category of Analysis», publicado en 1986 como artículo y dos años más tarde como capítulo de una obra17, examina la aparición del término «género» y se extiende en la descripción de las formas en que ha sido utilizado por las historiadoras feministas. Desde una perspectiva favorable a la utilización del término, afirma que aunque la oposición masculino / femenino, o la «cuestión de la mujer» estén ya presentes en los y las teóricas del siglo XIX, el género como categoría analítica surge, explica Scott, a fines del siglo XX.

      El término género es parte de los resultados de los intentos de las feministas contemporáneas por lograr un lugar de legitimidad y por insistir en el carácter inadecuado de los actuales cuerpos de teoría para explicar las desigualdades entre los hombres y las mujeres. Me parece significativo que este término haya surgido en un momento de gran turbulencia epistemológica que supone, en algunos casos, un desplazamiento en las ciencias sociales de los paradigmas científicos a los literarios (…) y en otros, un debate en el que unos afirman la transparencia de los hechos y otros insisten en que la realidad es construida. En el espacio abierto por este debate y desde el lado de la crítica de la ciencia, desarrollada por las humanidades, así como de la crítica al empirismo y al humanismo hecha por los post-estructuralistas, las feministas han comenzado a tener no sólo voz propia sino también aliados académicos y políticos. Dentro de este espacio debemos articular el género como una categoría analítica18.

      Esta autora distingue cuatro aspectos del género, conectados entre sí: los símbolos culturales disponibles que evocan representaciones múltiples e, incluso, contradictorias (por ejemplo, Eva y María, que representan la inocencia y la corrupción dentro de la cultura cristiana); los conceptos normativos que definen las interpretaciones de los significados de los símbolos y que intentan limitar y contener sus posibilidades metafóricas (así, las oposiciones binarias entre lo masculino y lo femenino, que se quieren presentar como atemporales y estáticas); las instituciones y organizaciones sociales (que deberían incluir no sólo el parentesco y la familia sino también el mercado de trabajo, la educación, la política, etc.) Y, en último lugar, la identidad genérica; en este punto J.W. Scott se muestra muy crítica con la explicación psicoanalítica:

      Si la identidad genérica se basa sólo en el miedo universal a la castración, la investigación histórica pierde validez […] Los historiadores necesitan, en cambio, examinar las formas según las cuales se construyen sustantivamente las identidades genéricas y relacionar sus


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