Rodolfo Walsh en Cuba. Enrique Arrosagaray

Rodolfo Walsh en Cuba - Enrique Arrosagaray


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sin un peso, con una esposa y una hija…-no tiene ganas de hablar más de esa desilusión-; pero ahí nomás comenzó a formarse Prensa Latina, con Rodolfo, Timossi, con el Chango Muñoz Unsaín… Él había venido de Santa Fe -por Muñoz Unsaín- y estaba viviendo en lo de unos parientes. Yo fui aboga­do de la oficina en Buenos Aires de Prensa Latina.

      Ahora -revisa su memoria-, lo de las prácticas de tiro en el polí­gono que le digo, tienen que haber sido cuando él ya había vuelto de Cuba, porque recuerdo de haber ido allí y él tenía armas che­cas que se trajo desde la Isla. Estaban probando un arma larga de calibre bajo, checa. Estaban tirando a blancos movibles. Yo era muy buen tirador cuando era chico, y me dieron el arma, tiré y en el primer tiro hice blanco. Devolví el arma y no tiré más. Me que­dé con el triunfo -quiere decir que dejó calentitos a los expertos.

      ¿Era un tipo simpático Rodolfo?

      Brascó: Muy simpático -acá tampoco deja lugar para la repregunta.

      ¿Coincide en que eran reuniones divertidas, Lili?

      Mazzaferro: …eran reuniones llenas de vida. Después de las diez comenzaban a llegar. Alguna pizza o algo para picar…-nin­gunea la comida y subraya lo que viene-, eran reuniones de ingenio.

      ¿Dónde estaba el ingenio?

      Mazzaferro: …-intuye el desafío y dobla la apuesta-. Yo le di­ría: llenas de genios.

      ¡¡Qué humildad!!

      Mazzaferro:… Se ríe y reconstruye-. Poder exponer las ideas mías con respecto a la vida, a un libro, a la música; y se armaban discusiones llenas de vida. Y Miguel que salía con un domingo siete y nos moríamos todos de risa. Estaba Montoya, un amigo de Poupée, que era tan ingenioso que me podía llegar a tirar al sue­lo de risa. Yo le decía que se alejara porque tenía olor a pies su­cios. Él decía: “ustedes se bañan y se bañan, se lastiman la piel y no se limpian. Hay que hacer como yo, pongo en el suelo una toalla, me siento ahí desnudo y empiezo a fregarme con la mano y así me saco to­das las impurezas que tengo” -se sigue cayendo de la risa, como an­taño-. ¡Sin agua!

      Nosotros teníamos una reunión de almuerzo -abre el foco de sus recuerdos-, todos los días, con Miguel y otros, y comíamos comida árabe. Pirí era…, yo no he visto a nadie manejar las ma­nos como a ella. Ella no hacía comidas bien presentadas pero ha­cía unas cosas riquísimas. Pirí estaba muy loca, muyyyy loca, Pirí se lo sacó así de las narices a Rodolfo (a Poupée).

      ¿Y con qué se divertían los genios?

      Mazzaferro: Con “Los cadáveres exquisitos”. Con “Las chara­das”. Esos eran los juegos. Los enigmas para contestar. Nos divi­díamos en dos grupos. Eran las cuatro de la mañana y seguíamos jugando.

      ¿Qué eran “las charadas”?

      Mazzaferro: “Las charadas” eran tarjetitas; tenías que aguzar el ingenio y usar la mímica. Era una maravilla. Me acuerdo pa­tente el nombre “Contrapunto” en una tarjeta. Esa le tocó una vez a Brascó. Los compañeros no lo entendían…

      ¿Mucho alcohol?

      Mazzaferro: No se tomaba casi…

      ¿Droga?

      Mazzaferro: Nooooooo. Ni sabíamos qué era. Acá había vino bueno y jugos. Una copa te duraba… una eternidad. Cerveza, no. Acá, ir a tomar cerveza era ir a que nos tiraran la cerveza. Íbamos a El Ciervo a que nos tiraran el chopp o el cívico. Era una cere­monia: era ir a tomar cerveza.

      ¿En aquellas reuniones Rodolfo encajaba bien?

      Mazzaferro: Encajaba bien, bien. Era más vale callado, pero encajaba bien.

      ¿Usted Poupée, también lo recuerda a Walsh encajando bien en las reuniones de los viernes?

      Poupée Blanchard: Sí porque Rodolfo siempre se divertía, po­nía un gran entusiasmo y se divertía en serio -piensa y agrega su detalle agudo-; y porque siempre se destacaba.

      Con relación a su producción literaria, Timossi, ¿para el 58 vos lo recordás prestigiado a Walsh?

      Timossi: Rodolfo estaba prestigiado. Sí. Y sobre todo los cuen­tos que él hacía y que nos leía en esas reuniones. Y nos dejaba lo­cos. Más para mí que recién comenzaba -balbucea-. Cuando leía cuentos…

      ¿Los leía él?

      Timossi: Sí, los leía él. Rodolfo era un hombre serio. Poupée era…-se sonríe sin encontrar palabras suficientes para describir un digno contraste-. Estaba también Clarita Fernández Moreno, la hermana de César. Rodolfo tenía un gran sentido del humor. Todo el grupo lo tenía. No por nada en ese grupo estaban Quino y Carlos del Peral.

      Lo mismo le preguntamos a otro argentino, que ya mencio­namos por boca de Brascó. Es un hombre de la vieja guardia de la agencia cubana y frecuentador de la noche intelectual porte­ña de los finales de la década del 50. Nos referimos al Chango Muñoz Unsaín, radicado en un rincón de difícil acceso del ba­rrio Miramar, en La Habana, frente a los estudios de grabación “Ojalá”, del poeta y cantante Silvio Rodríguez. Muñoz Unsaín cuenta que trabajó para la oficina de Prensa Latina en Buenos Aires desde febrero del 59 y que cuando Fidel visitó Buenos Aires en mayo, cubrió la presencia del flamante mandatario cubano jun­to a Carlos Aguirre.

      El Chango es alto, de dicción perfecta y pausado -podría ha­ber sido locutor-, mide cada palabra porque sabe que lo que tiene para decir puede causar algún escalofrío.

      ¿Era un tipo prestigiado Rodolfo?

      Muñoz Unsaín: Entre los llamados literatos serios, no. Tenía la fama de los cuentos policiales en Leoplán. Pero no era conside­rado un literato. Era un cuentista policial aceptable. Y desde lue­go, el libro de los fusilamientos… ¿cómo se llama?

      Operación Masacre.

      Muñoz Unsaín: Sí. Sí, ése le dio fama como periodista, inves­tigador y denunciador. Pero para mí, para mí -subraya con la voz y con los gestos-, desde mi opinión política personal, lo salvable de Rodolfo fue su rebelión contra el militarismo montonero. Ahí sí asume una actitud valiente y digna y seria.

      La presencia de Walsh en Leoplán contada por Miguel Brascó, que estaba dentro de esa revista que hizo época y escuela, permi­te intuir cómo fue la incorporación a la vida de Walsh de quien resultaría ser un amigo profundo, de esos que sólo los separa la muerte. Nos referimos a Francisco Urondo.

      Usted, Brascó, tenía también una relación de tipo laboral con Walsh. ¿Es así?

      ¿Qué hacía Walsh en humor de Leoplán?

      Brascó: Por ejemplo el texto de “La Cólera del Justo”. Rodolfo era muy erudito…-y una vez más se le entromete Francisco Urondo en su recuerdo,


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