Catorce conferencias en la Universidad Sverdlov de Leningrado (1921). Alexandra Kollontay
lo tanto, debatir sobre la realidad cotidiana de femicidios, violencia de género, muertes por abortos clandestinos, discriminación y acoso sexual en el trabajo, inferioridad salarial, sobre capacitación y acceso desigual a los recursos económicos, y otras tantas expresiones de la “doble opresión” ejercida sobre las mujeres, hace vigente los debates teóricos y las acciones prácticas de las revolucionarias rusas y de quien fue una de sus principales dirigentes.
Las opiniones de Kollontay deben situarse en una perspectiva histórica. En primer lugar sus críticas contra la NEP (Nueva Política Económica) y el creciente burocratismo en la Unión Soviética, sin abandonar jamás las filas del Partido Comunista; y en segundo lugar las referidas a la opresión de las mujeres, pues si bien hoy la antropología y la historia han sintetizado conocimientos que en muchos casos superan los desarrollados en sus lecciones, lo central de la exposición mantiene su valor.4 Desde allí es que, Kollontay ha ejercido gran influencia, no solo sobre las mujeres rusas, ni sobre las comunistas en el mundo, sino sobre todo el movimiento internacional de mujeres, por cuanto las controversias fueron parte de la lucha política e ideológica entre revolución y contrarrevolución que afecta a todas. Alexandra advierte que:
“Las generaciones de futuros científicos de la historia estudiarán por eso nuestra época actual con un gran interés, ya que vivimos en un tiempo en el que hemos roto consecuentemente con lo heredado de antiguo. Construimos un nuevo ordenamiento social y económico y surgen relaciones nuevas entre los seres humanos; y además todo esto se desarrolla con una rapidez enorme” (Kollontay, A: 1921, Catorce Conferencias, Lección 13, pág. 231)
En medio de las devastadoras consecuencias de la guerra imperialista desatada en 1914, los obreros y campesinos pobres, dirigidos por su partido comunista, impusieron el nuevo Estado Soviético e iniciaron la gran experiencia del camino socialista, a pesar de sufrir una guerra civil (1917-1919), y enfrentando la resistencia de las clases dominantes que tenían el apoyo de catorce potencias extranjeras. En ese contexto, la incorporación de millones de mujeres a la producción creó las bases para su emancipación social: el acceso a la educación mixta, legislación del divorcio y el derecho al aborto; igual salario por igual trabajo que los varones, protección a las mujeres embarazadas con beneficios sociales, y la creación de una sección encargada de proteger a las madres y a los niños, instalando el Palacio de la Maternidad.
Pero los logros en la URSS no deben crear confusión. La dictadura del proletariado, como decía Lenin, es una etapa de transición revolucionaria al comunismo, una etapa en la que siguen existiendo las clases sociales, contradicciones y lucha entre ellas. La experiencia histórica analizada por el maoísmo, plantea que en estas circunstancias la lucha de líneas en el Partido se vuelve la forma predominante de la lucha de clases en la sociedad, expresada también en la lucha por la plena libertad de las mujeres5. La dictadura del proletariado fue derrocada y el primer Estado socialista degeneró progresivamente —desde el golpe de estado de junio de 1957 encabezado por Jruschov— en “socialimperialista”: socialista de palabra e imperialista en los hechos.
La revolución no progresa de manera lineal sino que sigue un desarrollo desigual, y es un hecho de la dialéctica histórica que se seguirá luchando pese a la derrota temporal de la revolución; también en esta lógica lo harán las mujeres, por lo que la tragedia de la restauración capitalista significó un gran retroceso para ellas.
La principal lucha, entre otras, fue entre la línea reaccionaria burguesa que planteaba que el lugar de la mujer era el “hogar”, y la línea revolucionaria proletaria que buscaba la socialización de las tareas domésticas para dar tratamiento a la contradicción entre el trabajo “privado” para la familia y la incorporación masiva al trabajo social. Podemos concluir que las tres grandes revoluciones socialistas —en la URSS, China y Cuba— truncas por el triunfo restaurador capitalista, en lo específico fueron derrotadas en el intento de socialización del trabajo doméstico.6
Alexandra Kollontay enfrentaba a las tendencias autoritarias, administrativistas y burocráticas, pero propiciando cambios radicales con criterios “vanguardistas” que no permitían el protagonismo del conjunto de las mujeres. La línea de masas estuvo en el centro de la lucha de líneas y el reconocimiento de la existencia de la “doble opresión” como relación entre clase y género, analizada en la actualidad desde la Teoría de Género.
La pérdida y retroceso en las conquistas de las mujeres en los países que hicieron su revolución, preanunciaron el proceso restaurador capitalista, y se constituyeron en su demoledor antecedente. Ese fenómeno de retroceso para la libertad de las mujeres fue una de las trabas para la revolucionarización de las relaciones económicas y sociales.
Datos biográficos
Alexandra Mikhailovna Domontovich (Kollontay), nació el 31 de marzo de 1872, en una familia latifundista de la nobleza rusa inclinada a la “ilustración europeísta”. Hija del general Mikhail Alekseevich Domontovich, inspector de estudios en la Academia de Caballería en Petersburgo que participó en la guerra ruso-turca de 1877/78, y consejero de la administración rusa en Bulgaria después de la guerra. Su madre, Alexandra Androvna Masalina-Mravinskaia, era hija de un campesino finlandés que había hecho fortuna con la venta de madera, y se había casado en segundas nupcias con el general.
Alexandra compartía con su padre el interés por la historia y la política:
“Mi niñez discurrió en la atmósfera de la guerra ruso-turca, la guerra que liberó al pueblo búlgaro de la opresión turca. Desde mi más tierna infancia me acostumbré a escuchar acaloradas discusiones políticas (…) Me familiaricé con los términos relativos a la política internacional: tratados, congresos de paz, guerra por la liberación, victoria o concesiones diplomáticas.”7
De su madre recibió la disciplina:
“Mi madre era celosa del orden y la limpieza (…) a nosotras, las chicas, nos obligaba a cuidar de nuestros vestidos y ropa. ‘Qué no se os ocurra sujetaros las faldas con imperdibles. Coseos los botones. Poned las cosas en su sitio’”8.
Kollontay quería ser escritora y sus padres estuvieron de acuerdo en que recibiera clases de literatura en su casa. Logró estudiar en la universidad, pese a la oposición de su madre que sostenía que “las mujeres no tienen ninguna necesidad verdadera de una educación superior, y las jóvenes encuentran demasiadas ideas radicales y peligrosas en la universidad, y sólo deben preparase para el matrimonio”. Mayor oposición aún encontró de sus padres, a su relación con el joven Vladimir Ludvigovich Kollontay, estudiante de Ingeniería, y su primo tercero. El muchacho era pobre y su madre era quien más lo resistía, pero Alexandra aseguraba que ella trabajaría para él si era preciso. Recuerda los reproches de su madre: “Me figuro cómo vas a trabajar tú! Tú, que ni a mí ni a las criadas nos ayudas en los quehaceres caseros, que incluso tu cama la haces mal. Tú, que, como tu padre, andas por casa y estás pensando en las musarañas.”9 La enviaron a estudiar a Suiza alejándola de esa relación con la esperanza de que se olvidara de Vladimir. Sin embargo, Alexandra y el estudiante se casaron y tuvieron un hijo, Mikhail.
A tan solo tres años de convivencia el matrimonio se separó. Ella recuerda: “ el día de mi boda resultó estúpido y aburrido”10; dejó a Mikhail al cuidado de sus padres, estudió Economía con el profesor suizo Heinrich Herkner y viajó a Inglaterra.
Para 1889, Kollontay se había afiliado al Partido Social Demócrata, en la fracción menchevique o minoría, liderada por León Trotsky, siendo los bolcheviques la mayoría y su dirigente un tal Vladimir Ilich Uliánov, Lenin.
Había estudiado Historia del Trabajo en la Universidad de Zurich, Suiza y comenzó a escribir artículos desde el periódico Voz Socialdemócrata, y a interesarse por la educación y organización de las mujeres obreras, pese a la oposición menchevique sobre la organización independiente de las trabajadoras.
En 1899 regresó a Rusia y allí en 1905 participó en las calles del trágico Domingo Sangriento.11 Hay quienes dicen12 que por entonces se hizo amante de Elena Stasova, activista en el movimiento marxista en San Petersburgo, con quien colaboró