Catorce conferencias en la Universidad Sverdlov de Leningrado (1921). Alexandra Kollontay

Catorce conferencias en la Universidad Sverdlov de Leningrado (1921) - Alexandra Kollontay


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y pastores que en aquellos que se alimentaban de los productos de la tierra. La riqueza de los labradores se basaba en el trabajo pacífico; la de los pastores y nómadas, en la rapiña. Estos, al principio, sólo robaban ganado, pero con el tiempo saquearon y arruinaron a las tribus vecinas, incendiaban sus depósitos de víveres y hacían prisioneros, a los que obligaban a trabajar como esclavos.

      El matrimonio por la violencia y el robo de la novia, el rapto de la mujer en los poblados vecinos se practicaron especialmente por los belicosos nómadas ganaderos. El matrimonio por la fuerza caracteriza toda una época de la historia de la humanidad y sin ninguna duda contribuyó a afirmar la opresión de la mujer. Después de su separación, contra su voluntad, de su propio poblado, la mujer se sentía totalmente desvalida. Se encontraba en poder de quien la había raptado o capturado. Con la implantación de la propiedad privada, el matrimonio a la fuerza condujo a que el guerrero heroico renunciara frecuentemente a su participación en el botín de ovejas, vacas y caballos, y en su lugar exigiera el total derecho de posesión sobre una mujer, es decir, una fuerza de trabajo. “Yo no necesito bueyes, ni caballos, ni cabras con vedijas. Denme sólo el total derecho de propiedad sobre aquella mujer que he capturado con mis propias manos”. Naturalmente, la captura o rapto por un clan extraño significaba para la mujer la abolición de su igualdad de derechos y pasaba a una situación subordinada y sin derechos frente a todo el nuevo clan y en especial frente a quien la había capturado: su marido. Sin embargo, no tienen razón aquellos investigadores que ven como causas de la permanente situación de carencia de derechos de la mujer las formas del matrimonio. No fue la forma del matrimonio, sino sobre todo el papel económico de la mujer, el que la condujo a su situación de esclava en los pueblos nómadas pastores. El matrimonio por la fuerza probablemente se produjo también en clanes agrícolas, pero en tales casos no condujo a una lesión de los derechos de la mujer firmemente enraizados en los pueblos cultivadores de la tierra. Sabemos por la historia que los romanos raptaron a las mujeres de los sabinos y entonces los romanos eran un pueblo agricultor. Aunque raptaron a las mujeres de otro pueblo por la violencia, sin embargo las mujeres romanas eran muy respetadas mientras dominó ese sistema económico. Aun hoy en día, cuando se quiere describir a una mujer que goza de la estimación de su familia y de cierto prestigio en la sociedad, se emplea la expresión “es una matrona romana”. Sin embargo, con el tiempo fue empeorando la situación de estas mujeres.

      A los pueblos pastores, la mujer no les merece ningún respeto. Allí domina el hombre; y todavía existe hoy ese predominio masculino, el patriarcado. No necesitamos más que contemplar a los pueblos nómadas ganaderos en las repúblicas soviéticas autónomas: los baskires, kirguises y kalmukos. La situación de la mujer es deplorable en grado superlativo. Es propiedad del hombre, como una cabeza de ganado. La compra exactamente igual como adquiere un carnero. La convierte en una bestia de carga, muda, una esclava y un instrumento para la satisfacción de su deseo. Una kalmuka o una kirguisa no tienen derecho al amor, se la compra para el matrimonio. El nómada beduino, antes de la compra, pone un hierro candente en su mano para ver qué sufrida es su futura mujer. Si la mujer que ha comprado se pone enferma, la echa de la casa y queda convencido de que se ha derrochado su dinero. En las islas Fiji, hasta hace poco tiempo, el marido tenía derecho a comerse a su mujer. Entre los kalmukos puede el kalmuko matar —invocando a la ley— a su mujer si ésta lo engaña. Sin embargo, si ella mata a su marido, pueden cortarle las orejas y la nariz.

      En muchos pueblos salvajes de la prehistoria, la mujer se consideraba tan de la propiedad del marido que estaba obligada a seguirle en la muerte. Esta antigua costumbre existió tanto en la antigua Rusia como en la India: las mujeres debían subir a una hoguera sobre la tumba de su marido y quemarse allí. Esta bárbara costumbre reinó largo tiempo entre los indios americanos, entre tribus africanas y en primitivos habitantes de Noruega, así como entre los eslavos nómadas de la Rusia pagana. Esto es cierto sobre todo en aquellas zonas esteparias meridionales aptas para la ganadería. En una serie de pueblos africanos y asiáticos, para la compra de mujeres hay precios fijos, exactamente igual que para las ovejas, la lana o la fruta. Y no es difícil imaginarse la vida de esas mujeres.

      Si un hombre es rico, puede comprar muchas mujeres y éstas le proporcionan mano de obra gratuita y variación para sus placeres sexuales. Mientras que en Oriente el pobre tiene que conformarse con una sola mujer, los de la clase dominante rivalizan entre ellos por el número de las esclavas domésticas adquiridas. Un ejemplo es el rey de la tribu salvaje “Aschanti”, que se ha provisto de 300 mujeres. Pequeños príncipes indios se vanaglorian de sus cientos de mujeres. Y así ocurre también en Turquía y Persia, donde esas desgraciadas mujeres desperdician su vida encerradas tras los muros del harén. En Oriente dominan, como antes, las mismas condiciones de vida. Allí todavía subsiste aquel sistema económico primitivo que condenaba a la mujer a una existencia de violencia y esclavitud. Pero esta situación no se halla determinada solamente por el matrimonio.

      La forma que adopta el matrimonio depende siempre del sistema económico y social y del papel de la mujer en el mismo. Esto lo explicaremos todavía con más detalle en una serie especial de conferencias. Se resume, por decirlo así, en lo siguiente: todos los “derechos de la mujer” —matrimoniales, políticos, sociales— se determinan únicamente por su papel dentro del sistema económico.

      Permítanme que lo demuestre con un ejemplo de actualidad. Es acongojante ver hasta qué extremo carece la mujer de todo derecho entre los baskires, kirguises y tártaros. Pero tan pronto como un baskir o un tártaro fija su residencia en una ciudad y allí su mujer obtiene un salario por su propio trabajo vemos que el poder del marido sobre la mujer se debilita y se vaporiza rápidamente ante nuestros ojos.

      Para resumir brevemente nuestra charla de hoy: en consecuencia, hemos visto que la situación de la mujer en las dos distintas organizaciones de tribus de las fases más antiguas de desarrollo de la humanidad se diferenciaban según fueran las formas económicas fundamentales. Allí donde la mujer era el productor principal del sistema económico gozaba de aprecio y de importantes derechos. Sin embargo, si su trabajo era de importancia secundaria, caía con el tiempo en una situación dependiente y privada de derechos y se convertía en sirviente y hasta en esclava del hombre.

      A consecuencia de la productividad creciente del trabajo masculino y de la acumulación de la riqueza, el sistema económico fue complicándose con el tiempo y llegó el fin del comunismo primitivo y de la vida en clanes aislados. El primitivo comunismo fue sustituido por un sistema económico que se basaba en la propiedad privada y en el creciente intercambio, es decir, en el comercio. Y además la sociedad se fue dividiendo en clases. Sobre la situación de la mujer en ese sistema hablaremos la próxima vez.

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