Catorce conferencias en la Universidad Sverdlov de Leningrado (1921). Alexandra Kollontay

Catorce conferencias en la Universidad Sverdlov de Leningrado (1921) - Alexandra Kollontay


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femenino. En parte, en los clanes femeninos la filiación de los hijos se determinaba no por la línea paterna, sino por la materna. Y allí donde se ha establecido la propiedad privada heredan las hijas y no los hijos. Residuos de este sistema de derecho los encontramos aún hoy día en determinados pueblos de las montañas caucásicas.

      La autoridad de la mujer en los clanes agrícolas creció constantemente. Era ella la que conservaba y defendía los usos y costumbres, lo que en consecuencia quiere decir que era el legislador más importante. La observancia de estos usos y costumbres era en absoluto de necesidad vital porque sin ellos habría sido extraordinariamente difícil inducir a todos los miembros del clan al cumplimiento de las decisiones que afectaban a las tareas económicas. Los seres humanos de aquel tiempo no estaban en condiciones de que les explicaran, lógica y científicamente, por qué habían de sembrar y cosechar en un momento determinado. Por eso era mucho más sencillo decirles: “Entre nosotros impera esta costumbre, creada por nuestros antepasados, por eso debemos hacerlo así y el que no lo observe es un delincuente”. La conservación de esos usos y costumbres era misión de las ancianas más viejas de la aldea, de las mujeres y madres con experiencia de la vida.

      La división del trabajo en los clanes que se dedicaban tanto a la caza como a la agricultura contribuyó a que las mujeres que permanecían en los poblados para la producción y la economía, desarrollaran su inteligencia y capacidad de observación; mientras los hombres, a causa de sus tareas de caza y guerra endurecían sus músculos y aumentaban su habilidad y fuerza física. En esta fase de desarrollo, la mujer era intelectualmente superior al hombre y tenía, naturalmente, la situación rectora, el matriarcado.

      No podemos olvidar que en aquel tiempo no podían hacer reservas de víveres. Por eso las manos eran “la fuerza de trabajo viva” y la fuente natural del bienestar. La población crecía lentamente porque el número de nacimientos era bajo y por esa razón la maternidad era muy estimada, y por ella alcanzaba la mujer el puesto de honor en el clan primitivo. El bajo número de los nacimientos se explica en parte por los incestos y los matrimonios entre parientes. Como es bien sabido, el matrimonio entre consanguíneos disminuye la cifra de hijos y con ello el desarrollo de la familia.

      Durante el período de caza y recogida de frutos, la magnitud de la reserva de mano de obra no jugaba ningún papel; por el contrario, tan pronto como una tribu crecía demasiado en número se presentaban dificultades de abastecimiento. Todo el tiempo en que la humanidad se sustentó con los frutos recogidos y con el producto ocasional de la caza, el papel de madre en la mujer no se apreciaba, por tanto, especialmente. Los niños y ancianos eran una carga pesada. Se intentaba quitarlos de encima de la manera que fuese y se llegó a comerlos lisa y llanamente. Sin embargo aquellas tribus que se alimentaban del trabajo productivo, esto es, que practicaban la agricultura, necesitaban trabajadores. En esos núcleos alcanzó la mujer una nueva significación, la de que era quien producía la nueva fuerza de trabajo: los niños. La maternidad fue venerada religiosamente. En muchas religiones paganas el dios de mayor categoría es de sexo femenino, como, por ejemplo, la diosa Isis en Egipto y Gea en Grecia, es decir, la Tierra que en aquella época primitiva se consideraba la fuente de toda vida.

      Bachofen, conocido por sus investigaciones sobre el matriarcado, ha demostrado que lo femenino dominaba sobre lo masculino en las religiones de los tiempos antiguos, lo que revela la importancia de la mujer en aquellos pueblos. La tierra y la mujer eran las fuentes de riqueza más importantes y originarias; las cualidades de la tierra y de la mujer se presentaban como idénticas: ambas creaban y daban la vida. Quien ofendía a una mujer ofendía al mismo tiempo a la tierra y ningún delito debía considerarse tan grave como el que se cometía contra una madre. El primer sacerdocio, es decir, los primeros servidores de los dioses paganos, fueron mujeres. Eran las madres y no los padres, como en otros sistemas de producción es corriente, quienes adoptaban decisiones sobre los hijos. Residuos de este predominio femenino los encontramos transmitidos en leyendas y costumbres de Oriente y Occidente. Y sin embargo, no fue su papel y significación como madre lo que en las tribus agrícolas les proporcionó aquella posición dominante, sino su intervención como “productor principal en la economía de aldea”.

      Mientras la división de trabajo condujo a que el hombre se dedicara únicamente a la caza —actividad complementaria— cuando la mujer cultivaba las tierras —actividad más importante en aquellos tiempos— no era imaginable que se supeditara en absoluto al hombre o pudiera caer en su dependencia.

      Por tanto es el papel de la mujer en la economía el que determina sus derechos en el matrimonio y en la sociedad. Y esto se hace evidente en especial cuando comparamos la situación de la mujer en una tribu agrícola con la de la misma en una estirpe pastoril nómada. Obsérvese ahora que el mismo fenómeno —la maternidad—, es decir, una cualidad natural femenina, bajo distintas circunstancias económicas produce consecuencias opuestas.

      A través de una descripción de Tácito conocemos la vida de los germanos paganos de aquel tiempo. Eran una raza agrícola sana, fuerte y belicosa. Tenían en mucha consideración a las mujeres y escuchaban su consejo. Entre los germanos el trabajo del campo descansaba sobre los hombros de la mujer. Igualmente apreciada era la mujer entre las tribus checas que se dedicaban a la agricultura. Hay una leyenda sobre la sabiduría de la hija del príncipe Libussa en la que se refiere que una hermana de Libussa se dedicaba a la medicina, mientras la otra construía ciudades. Cuando Libussa llegó al poder eligió como consejeras a dos jóvenes doncellas que estaban especialmente versadas en cuestiones de derecho. La princesa reinó democráticamente y consultaba con el pueblo todos los asuntos importantes; más tarde Libussa fue destronado por sus hermanos. La leyenda nos da una idea de cómo se conservaba claramente en la memoria del pueblo el reinado de una mujer. El predominio de las mujeres, el matriarcado, se convirtió en la fantasía popular en la época más feliz y justa, pues la tribu sí que llevaba en aquel tiempo una vida y existencia colectiva.

      ¿Y qué situación tenía la mujer en una tribu de pastores? La tribu cazadora se transformó en pastora cuando las condiciones naturales fueron favorables para ello (extensas zonas esteparias, con rica vegetación de hierba y rebaños de vacas o caballos salvajes) y también cuando se disponía de cazadores lo bastante fuertes, valientes y hábiles que no sólo fueran capaces de matar a sus presas, sino también de capturarlas vivas. Las mujeres sólo transitoriamente estaban limitadas en sus condiciones para hacerlo, es decir, si no tenían precisamente obligaciones maternales. La maternidad les colocaba en una situación especial y originó una división de trabajo según la adecuación del sexo. Cuando el hombre, junto a la mujer soltera, salía de caza, la madre se quedaba para guardar los rebaños capturados y su tarea era domesticar a aquellos animales; pero esa intervención económica tenía únicamente una importancia de segundo rango, era “subordinada”. Díganme ustedes mismas: ¿a quién valorará más alto la tribu bajo el punto de vista económico: al hombre que captura un búfalo hembra o a la mujer que lo ordeña? Naturalmente, ¡al hombre! Como la riqueza del clan se calculaba por el número de animales capturados, lógicamente aquel hombre que podía aumentar el rebaño era considerado como “el principal productor” y fuente del bienestar de la tribu.

      El papel económico de la mujer en las tribus pastoriles fue siempre el de una “persona complementaria”. Pero porque la mujer, considerada económicamente, valía menos y su trabajo era menos productivo, es decir, no contribuía en la misma proporción al bienestar del clan, surgió la idea de que la mujer tampoco en otros aspectos era equiparable al hombre. Además hay que tener en cuenta aquí que la mujer en la tribu ganadera no tenía, al realizar su trabajo secundario de cuidar el ganado, ni las mismas condiciones ni la análoga necesidad de desarrollar hábitos regulares de trabajo como en el caso de las mujeres en las tribus agrícolas. Pero fue decisivo que la mujer no sufriera escasez de provisiones cuando la dejaban sola en el lugar de residencia; y esto es muy importante, ya que podía sacrificar una res cuando quisiera. Por esa razón no estaba obligada a encontrar otras clases de alimentación ni a almacenar provisiones, lo que ciertamente ocurría a las mujeres de clanes que se dedicaban tanto a la caza como a la agricultura. Y además para cuidar el ganado se necesitaba menos inteligencia que para el trabajo complicado del cultivo de la tierra.

      Las mujeres de las tribus ganaderas no podían de ninguna manera medirse intelectualmente con los hombres y en


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