Catorce conferencias en la Universidad Sverdlov de Leningrado (1921). Alexandra Kollontay

Catorce conferencias en la Universidad Sverdlov de Leningrado (1921) - Alexandra Kollontay


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que estas cosas tan sencillas para nosotros se les hicieran comprensibles y las asimilaran. Sin embargo, para poder fijar esos conocimientos tenían que convertirse en costumbres.

      La mujer estaba interesada en que el clan o estirpe regresara al lugar de descanso donde crecían los vegetales plantados por ella, pero no se encontraba en condiciones de convencer a sus compañeros de los beneficios de su plan económico. No podía moverlos con palabras y convencerles de esa manera. En lugar de esto contribuyó a que se infiltraran aquellas normas, costumbres e ideas que fomentaban sus propios planes. La siguiente costumbre se elevó al carácter de ley: si el clan había dejado a madres y a niños con luna llena en un campo próximo a un arroyo, los dioses ordenaban que volvieran después de algunos meses al mismo campo; y quien no lo hiciera sería castigado por los espíritus. Como la estirpe descubrió que los niños morían antes cuando no se respetaba esa norma, es decir, cuando no se regresaba al “sitio de hierba”, comenzaron finalmente a observar estrictamente esa costumbre y creyeron en la “sabiduría” de las mujeres. Como a la mujer le interesaba conseguir el rendimiento máximo con el esfuerzo mínimo, descubrió lo siguiente: cuanto más poroso esté el suelo al sembrar, mejor será la cosecha. En cuclillas, arañaba en los primeros campos la tierra con ayuda de ramas, azadas u horcas de piedra. Se demostraría que esto proporcionaba a los seres humanos más seguridad que el vagabundear por los bosques en busca de frutos, con el constante peligro de ser despedazados por los animales de presa.

      Por razón de su maternidad tenía la mujer, entre los miembros de la tribu, una situación especial. A ella debe la humanidad el descubrimiento de la agricultura, una nueva fuerza que hizo progresar notablemente su desarrollo económico. Y fue este descubrimiento el que determinó durante largo tiempo el papel de la mujer en la sociedad y en la economía y la colocó en la cúspide de esas tribus que se dedicaban al cultivo de la tierra. Muchos científicos opinan también que a la mujer se debe el fuego como recurso económico.

      Siempre que la estirpe salía de caza o a la guerra, se quedaban las mujeres que eran madres. Se veían obligadas a protegerse y a proteger a sus hijos de las fieras. Las muchachas y las mujeres sin hijos marchaban con el resto de los miembros del clan. El hombre primitivo conocía por su propia experiencia que el fuego era la mejor protección contra los animales de presa. Al labrar la piedra para construir armas o primitivos utensilios domésticos habían aprendido a hacer fuego. Así, para proteger a los niños y a las madres, antes de que el clan saliese de caza, se encendía el fuego en el campamento. Para las mujeres era una obligación sagrada mantener encendido ese fuego que ahuyenta a las fieras. Para los hombres, el fuego era una fuerza temible, incomprensible y sagrada. Sin embargo las mujeres, que lo manejaban constantemente, aprendieron a conocer sus propiedades y por eso pudieron utilizarlas para facilitar y reducir su propio trabajo. Al fuego quemaba la mujer las plumas del faisán que había pelado, cocía las vasijas de barro para hacerlas más resistentes y asaba la carne para que así se conservara. La mujer atada al lugar del fuego por su maternidad lo domesticó y le hizo su sirviente. Pero las leyes del desarrollo económico modificaron esa relación y la llama del fogón familiar llegó a esclavizar a la mujer convirtiéndola durante largo tiempo en una criada sumisa y sin derechos, relegada al fogón de la cocina.

      La hipótesis de que las primeras chozas fueron construidas por mujeres para protegerse y proteger a sus hijos del calor abrasador, o de la lluvia, no es del todo errónea. Pero las mujeres no sólo levantaron viviendas, removieron la tierra, sembraron y recogieron cereales, sino que también fueron las primeras que comenzaron a ocuparse de trabajos de artesanía. Hilados, tejidos, alfarería fueron descubrimientos femeninos. Y las líneas que arañaron para adornar las vasijas de barro fueron las primeras tentativas artísticas de la humanidad, la fase previa del arte. Y recogían hierbas y conocían sus propiedades medicinales; nuestras madres primitivas fueron los primeros médicos. Esta prehistoria se conserva en leyendas y creencias populares. En Grecia, cultura que alcanzó su esplendor hace dos mil años, era considerado como el primer médico no el dios pagano Esculapio, sino su madre Coronis. Anteriormente Hécate y Diana se consideraron como diosas de la medicina y para los antiguos vikingos lo era la diosa Eir. Aun hoy todavía encontramos con frecuencia en aldeas apartadas ancianas que pasan por especialmente sabias y a las que incluso se les atribuye virtudes mágicas. El saber de nuestras madres primitivas no era accesible a sus maridos porque éstos se encontraban constantemente de caza o en campañas guerreras o realizando otras actividades que exigían fortaleza muscular extraordinaria y sencillamente no tenían tiempo para pensar y para observar pacientemente. Por eso no les era posible recoger y transmitir experiencias valiosas sobre la forma de ser de la naturaleza. “Vedunja”, hechicera, se deriva de “vedatj”, saber. Por lo tanto, la sabiduría de aquel tiempo era un atributo de la mujer, que era respetada y temida por el hombre. Por eso la mujer, en la época del comunismo primitivo —la aurora de la humanidad—, no sólo se equiparaba al hombre, sino que incluso era superior por razón de una serie de hallazgos y descubrimientos útiles para toda la humanidad y que hacían progresar el desarrollo económico y social. En determinados períodos de la historia de la humanidad ha tenido, por tanto, la mujer en el desarrollo de las ciencias y de las artes un papel notoriamente más importante que el que le reconoce hoy la ciencia burguesa cargada de prejuicios. Así por ejemplo, los antropólogos que se dedican al estudio de la génesis de la humanidad han silenciado el papel que debe de haber desempeñado la hembra en el proceso de desarrollo de nuestros progenitores simioides para convertirse en seres humanos. Estos tienen que agradecer a la hembra el andar de pie, erguidos, por consiguiente el pasar de cuadrúpedos a bípedos. Porque en situaciones en que nuestra antecesora cuadrúpeda tenía que resistir ataques de enemigos, aprendió a defenderse con un brazo, mientras con el otro sujetaba a su hijo que se le agarraba al cuello. Pero esta exigencia sólo la podía cumplir andando medio erguida, lo que por otro lado fomentaba el desarrollo del cerebro humano. Sin embargo, fue muy caro el precio que la mujer pagó por ello, porque el cuerpo de la hembra no era apropiado para andar de pie. En nuestros parientes, los monos, los dolores de parto son absolutamente desconocidos. La historia de Eva que cogió la fruta del árbol de la ciencia y por eso fue condenada a parir sus hijos con dolor tiene, por lo tanto, un fondo histórico.

      Pero ahora vamos a examinar el papel de la mujer en la economía de la tribu dedicada a la agricultura algo más concretamente. Al principio, el producto del cultivo de la tierra no bastaba para la alimentación de los miembros de la tribu y por ello continuaban con la caza; y esto produjo una división natural del trabajo: la porción sedentaria, por lo tanto las mujeres, se hizo cargo de la agricultura, mientras los hombres seguían yendo a cazar o a la guerra, es decir, a saquear los poblados vecinos. Sin embargo, como el cultivo de la tierra resultaba más productivo que la caza y los rendimientos eran más apreciados por los miembros del clan que los extraordinariamente arriesgados de la caza y la rapiña, comenzó a contar el clan con la agricultura como base para sus cálculos económicos. ¿Quién era en este período de la economía basada en el cultivo de la tierra el principal productor? ¡Las mujeres! Por eso era natural que el clan las respetara y valorara muy alto su trabajo. Incluso en nuestros días hay un clan dedicado a la agricultura en África Central, los “balondas”, en el que la mujer es el miembro más “apreciado” por la colectividad. El conocido explorador y viajero inglés Livingstone informaba: “Las mujeres están representadas en el consejo de ancianos; los futuros esposos tienen que trasladarse a vivir a la aldea de su futura consorte. Al ultimar el contrato de matrimonio se obliga el marido a cuidar de su suegra hasta que muera; sólo la mujer tiene derecho a pedir el divorcio, tras el cual todos los hijos quedan en su poder. Sin permiso de su esposa no puede el marido obligarse de ninguna forma con terceros, aunque esas obligaciones sean de poca monta”. Los hombres casados no se resisten porque se han conformado con su situación. Las casadas castigan a sus maridos díscolos con palos y bofetadas o dejándolos sin comer. Todos los miembros de la comunidad están obligados a obedecer a quienes gozan de “la estimación general”. Livingstone dice que en el clan “balonda” se practica una indudable “ginecocracia”, es decir, el predominio o mando de la mujer. Y sin embargo este clan no es una excepción. También afirman otros investigadores que en aquellos clanes africanos donde la mujer cultiva la tierra, siembra, construye viviendas y lleva vida activa, no sólo es completamente independiente, sino también superior en inteligencia al hombre. Los varones de estos clanes se dejan alimentar por sus esposas y se afeminan y hacen flojos;


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